El sol, como el más antiguo de los tiranos, ejecutaba su condena postrando sobre nosotras hirvientes rayos que abrasaban cada poro de nuestras pieles. Estos, en un vano intento de sobrevivir, dejaban caer lentamente gotas de sudor que mojaban nuestras sienes. En nuestras almas valentía y terror llevaban a cabo la más cruel de las batallas y nuestras apariencias, fuertes, seguras e invencibles, camuflaban cualquier rastro de miedo para vestirse de inmortalidad.
El aire olía a miedo y sus voces confesaban presagios de muerte y destrucción. El calor y la consciencia de que esa podía ser la última vez que notáramos el viento en nuestro pelo construían una banda sonora de respiraciones entrecortadas mientras nosotras, pacientes, inertes, esperábamos el momento.
Delante de nosotras, ellos, sedientos de sangre y hambrientos de vida. Les miramos sin miedo, sin rabia, nos han enseñado que hay personas indignas de tan siquiera un mísero sentimiento, por negativo que ese sea, y así nos mantenemos: insensibles.
“El sol baña tu espada y ambos crean un reflejo que ilumina el camino que estamos a punto de emprender” |
Solo pierdo el objetivo de vista en una ocasión y es para mirarte a ti, puede que por última vez. Dirijo mi mirada a tu figura férrea, fría y fuerte. El sol baña tu espada y ambos crean un reflejo que ilumina el camino que estamos a punto de emprender.
Sabemos quién somos, sabemos de dónde venimos, sabemos lo que se espera de nosotras y sabemos cómo vamos a conseguirlo. Sabes cómo soy, sé cómo eres y, por encima de todo, sabemos nuestro oficio.
Para Paula Fornells
Laura