Hace ya mucho que el cubano Silvio Rodríguez y el portorriqueño José Feliciano cantaron juntos algo que venía a decir que el dinero no da la felicidad pero calma los nervios. Ese trino, en la cuerda floja del Caribe, se convirtió en un himno a la dignidad. La música existe para explicar lo más esencial e imprescindible y además, para hacer distinguir los caminos invisibles, incluso alguna verbena rota. A veces, por el camino nos encontramos con alguna banda sonora de libertades que nos libra por momentos de un montón de historia llena de burradas. Me dicen que algo de nuestros impuestos se va para el desarrollo de este arte pero creo, sé, que en el Liceo o el Palau, habrá bien pocos espectadores de necesitados, de los que no existen, de esa ciudadanía de las cunetas que no cuenta.
García Lorca, Buñuel o Picasso, comentaban que el hambre se combate con libertad y que la herramienta fundamental son los libros, el cine, la pintura, la música…
Existe una ecuación difícilmente rebatible que sostiene que la necesidad es consecuencia de violencias y negligencias. Santiago o Arias, llevan años sin una prestación pues se olvidan de acudir a la cita administrativa; sin embargo, el médico no observa ninguna patología cognitiva. Juan Antonio se mueve torpe, su edad no existe, no tiene documentación, comenta en voz baja que nació en España. Parece un chiste si no fuera porque no hace ninguna gracia. Sobran muchas miserias: intermediarios, consejeros, gamberros, parásitos y mentirosos que siembran la tontería allí por donde pasan.
La profesión más antigua del mundo, la pobreza, es una cultura callada y a la defensiva que pocas veces desplaza el tablero de las preocupaciones sociales como en estas fechas. Seguimos aceptándola con rutinaria resignación.
La capacidad de prestar atención a quien sufre es rara y difícil. Llegar a ese punto es una suerte de milagro que constantemente se pone a prueba aparejándose en la memoria con lo absurdo de la burocracia, del compadreo y del conformismo.
Es cierto que lo razonable no siempre lo arregla todo. Dicen que la razón humana se manifiesta en su máximo esplendor cuando muestra su repugnancia al ver sufrir a un semejante.
Una canción de invierno arroja esta tremenda paradoja en el obrador de la desazón: por un lado la república de los grandes necesitados y por otro la opulencia desalmada y muy mediática. La prensa, ahí, no se queda atrás, encandila para lavar conciencias por unas horas. Campañas, maratones y free’s solidarios que canalicen la compasión.
Las colas en los bancos de alimentos no consiguen reducir el concierto-con-sordina de los más vulnerables. Tal vez habría que cambiar el registro. Por qué no hacer cola en los parlamentos para exigir la renta básica universal? Por qué no ser de ese vasto territorio de bárbaras incómodas que hagan estallar las estadísticas y echen a soñar oportunidades?
En la Cuba de siempre, la diosa Yemayá –la inteligencia- y el dios Ochún –el sentimiento- siguen rogando por nuestras almas, cosa que el informe PISA no debería pasar por alto.
Francesc Reina