INTRODUCCIÓ

“La palabra “sophia” significaba primariamente habilidad o destreza en un oficio. Por eso, “sophós” en una actividad es quien la sabe realizar bien. Más tarde, “sophós” pasó a designar también al que es sabio y prudente, especialmente en asuntos de Estado. El sofista -“sophistés”- es el que practica la “sophia”. Por tanto, «sofista» es sinónimo de “sophós”, y significa tanto hábil o diestro como sabio. En especial acabaron siendo llamados sofistas los que poseían la habilidad oratoria y eran capaces de enseñarla.

La extensión de la democracia en el siglo -V había conducido a una situación en la cual el triunfo personal dependía de la propia elocuencia y capacidad de argumentación. La única manera de obtener influencia política consistía en triunfar en la asamblea. Pero en la asamblea no triunfaba necesariamente el miembro de mejor familia, o el más rico, o el más prudente o esforzado, sino el que mejor hablaba. Y para salir airoso de los múltiples litigios y pleitos en que los quisquillosos helenos siempre estaban enzarzados era también necesario hablar bien y argumentar bien, es decir, persuasivamente. En efecto, no había abogados que defendieran al acusado. Cada uno tenía que defenderse a sí mismo ante el tribunal. Y el tribunal, que no estaba compuesto por jueces profesionales, sino por ciudadanos cualesquiera elegidos al azar, con frecuencia daba la razón a quien mejor hablaba. No es, pues, de extrañar que hubiese un gran interés por aprender a hablar elocuentemente y a argumentar persuasivamente. Este interés era especialmente grande entre los jóvenes acomodados, deseosos de triunfar en la vida y dispuestos a pagar un alto precio por adquirir esas habilidades tan necesarias.

La educación tradicional de los jóvenes helenos se basaba en aprender a leer y escribir, a sumar, restar y multiplicar, a tocar la cítara o la flauta y, sobre todo, en practicar la gimnasia, la lucha y el atletismo. Así, al llegar a los dieciocho años, los jóvenes ciudadanos podían incorporarse a la vida pública, asistir a la asamblea, etc. Pero nadie les había enseñado la habilidad oratoria. A lo sumo les habían hecho aprender de memoria fragmentos de los poemas homéricos. ¿Quién les enseñaría a hablar en público y a argumentar, a ganar los pleitos y quedar bien en la asamblea? Los sofistas, nuevos profesionales de la enseñanza surgidos para hacer frente a la demanda de formación retórica. (…)

¿Qué enseñaban? Enseñaban la “areté” política, la excelencia política, la virtud política, el conjunto de cualidades, habilidades y saberes necesarios para ser un buen político, para triunfar en la política y los pleitos. La principal de esas habilidades era la habilidad oratoria. Y los sofistas eran primariamente profesores de retórica. Pero también enseñaban gramática, mnemotecnia, crítica literaria, etc., pues un buen conocimiento del lenguaje no podía sino ayudar a su oratoria. Igualmente enseñaban a argumentar, a ver los dos lados o caras de cada cuestión o problema y a ser capaces de defender cualquiera de los dos. (…)

¿Quiénes eran los sofistas? Los sofistas eran magníficos oradores ellos mismos, hombres de muchos viajes, experiencias y lecturas, procedentes normalmente de pequeñas “póleis” que no ofrecían cauce suficientemente amplio a sus energías intelectuales. Por ello los sofistas abandonaban con frecuencia su patria y recorrían la Hélade mostrando sus habilidades, dando clases, pronunciando discursos. (…) Al final solían acabar en Atenas, centro político y cultural del mundo griego y la más grande, rica y populosa de las democracias, la ciudad, por tanto, donde mayor era la demanda de profesores de retórica y de “areté” política. Una vez en Atenas, al ser metecos (estrangers), no podían tomar parte en la política activa. Y ya que no podían dedicarse a hacer política, se dedicaban a enseñarla. Ya que no podían hablar ellos mismos ante la asamblea, enseñaban -por dinero- a otros a hablar en ella.”

 

Jesús Mosterín: Historia de la filosofía, 3, pp117-118

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