De recomptes i recaptes

Permítanme este desorden moral, pero creo que para mendigar hay que poner ilusión y ella no sirve. Duerme en el rellano de los áticos. Y allá no la veremos. Nos costó poder abrazarla tres meses. Dejábamos caramelos y flores a su paso, al fin se dejó. A Silvia se la escapa la vida a cada segundo, como el agua que se escurre entre los dedos. A sus treinta y pocos años (ahora que es tiempo de rankings) ella rompe las medidas que nos dicen sobre el alargamiento de la vida: es una vieja. En su sonrisa se atisba, alegre, esa cruel tristeza. Su vida pesa menos que la lluvia y su gramática consiste en el silencio. En la trinchera particular de su historia se dan de bruces una y otra vez la dulzura infantil de un corazón despedazado de cuando perdió a la madre que todos queremos tener (se la cambiaron por otra); unas bastas tijeras le podaron los sueños, después cayó en las rejas de la adicción. Silvia se va muriendo hacia delante, débil y frágil, inaccesible aunque soberana, anda despacio para que el pie encuentre su sitio. Yo no he podido aún ayudarla a encontrar ese paso, pues ese es mi trabajo: verla con menos heridas.

Su milagro se llama Pilar (y su gente). Les limpian los mocos, las peinan con colonia barata y las devuelven (impotentes) a la noche de donde vinieron. Pero sin empujones.

Dice Sartre que hemos de dar de beber al sediento no por dar de beber, ni por querer ser mejores, sencillamente porque hemos de acabar con la sed. Creo que no se trata de acusar de intolerable a la sociedad, sino de cambiar la intolerancia. Mi amigo Busquets comenta que el desamparo existe donde hay discriminación; esa estúpida realidad que nos envuelve para andar en dirección contraria.

Una de estas noches vamos a intentar medir el desconsuelo entre los zarpazos de la noche, junto a las sombras para decir que ya basta.

No. La ecuación social es otra. Ya basta de castigar a los pobres con la apariencia de humildad. En la antesala de la sociedad, a punto de dar el paso, Silvia (y muchos) esperan que alguien las arranque de la calle en una batalla sin par, sin tregua y sin olvido.

Francesc Reina

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