“L’home és, abans que res, un animal i presenta totes les característiques de l’animal. És un organisme, té òrgans sensibles, creix, es nodreix i es mou; posseeix poderosos instints: el sexual i d’altres, exactament com els altres animals (…). Però aquestes particularitats de l’home formen tan sols un dels seus aspectes (…). El que és més important, l’espiritual, en l’home està estretament unit amb el purament animal, el cos. La menor pertorbació en el cervell pot paralitzar el pensament del geni més gran (…). El cos, amb els seus processos fisiològics, i no menys la vida instintiva animal, són quelcom tan diferent de l’esperit que s’imposa la pregunta de com és possible la unió entre un i altre.”
BOCHENSKI. Introducció al pensament filosòfic, 1959.
“En el interior del cuerpo nos encontramos con un bullicio muy interesante, o -si se quiere- con una maquinaria. Encontramos millones de células muy especializadas enzarzadas en una estructura de increíble complejidad (…). Por las células nerviosas circula un incesante martilleo de pulsos electroquímicos regulares (…); cientos de miles de contactos se abren y cierran cada fracción de segundo. (…) Sí, todo ello encontramos, y podemos confiar en saber cada vez más a medida que progresa la ciencia.
Pero supongamos ahora un caso concreto en el que eventualmente observamos cómo ciertos grupos de corrientes pulsantes salen del cerebro para llegar a ciertos músculos del brazo. Como consecuencia de este estímulo, el brazo acciona una mano vacilante y temblorosa que representa un emocionado adiós de despedida para una larga y dolorosa separación. Simultáneamente observamos cómo otras corrientes pulsantes producen cierta secreción glandular que deja al pobre ojo triste velado por las lágrimas.
Pero en ningún punto de este trayecto (que parte del ojo, atraviesa el órgano central y llega a los músculos del brazo o a las glándulas lacrimógenas) encontraremos la personalidad, ni la honda pena, ni la preocupación que aturde el alma. Y, sin embargo, sentimos la realidad de tales conceptos como si de nosotros mismos se tratara.
(…) Nuestros cráneos no están vacíos. Y, sin embargo, lo que en ellos encontramos no es nada comparado con la vida y las emociones del alma. Esto puede trastornarnos en un principio. Pero a mí me parece más bien un consuelo. Cuando nos enfrentamos con el cuerpo de un ser querido cuya pérdida nos apena ¿no es más consolador pensar que aquel cuerpo no fue nunca en realidad el asiento de su personalidad?”.
SCHRÖDINGER, E. Mente y Materia, 1958.
“¿Què és la psique? Ens ocuparem dels enfocaments que es prenen seriosament aquesta qüestió. Hi ha dues doctrines positives possibles sobre la natura del psiquisme: el dualisme i el monisme. Segons el primer, el físic i el mental són substàncies heterogènies: el que és físic no és mental, i a la inversa. Aquesta és la doctrina que ensenyaven Plató, els Pares de l’església, gairebé tots els escolàstics, els filòsofs idealistes, i ?més a prop nostre? els eminents neurofisiòlegs Sherrington, Penfield i Eccles. (…)
El dualisme (…) mai no ha estat formulat en termes científics: és una de tantes conjectures del coneixement ordinari o precientífic. Com deia Spinoza, el dualisme no és més que una disfressa de la ignorància. (…)
El monisme materialista defensa que la psique no és una substància sinó un cert conjunt d’esdeveniments o processos cerebrals. Aquesta hipòtesi elimina tant el misteri de les successions paral·leles d’esdeveniments físics i psíquics com el de la interacció entre entitats (cos i ànima) que no tindrien res en comú.
El mateix problema cos?ment es reformula radicalment a la llum de la hipòtesi monista: ja no és el problema de les relacions entre el mental i el físic sinó el de les interaccions entre diferents parts del sistema nerviós, i entre elles i la resta del cos”.
Mario BUNGE. Epistemologia, 1980.
“Tradicionalment s’ha considerat que els anomenats “actes mentals” -a vegades anomenats “psiquisme”- eren propis tan sols de l’espècie humana. Va essent cada cop més comú estendre tal “psiquisme” a espècies no humanes i, en el límit, a tots els organismes. Aquest és un pas important en el reconeixement que la tesi de la dualitat cos-ment resulta insostenible. Sigui quina sigui la complexitat dels anomenats “processos mentals” en els humans, no pot haver-hi més que una diferència de grau entre ells i els de molts organismes no humans. Això no equival a desconèixer diferències notòries en la intel·ligència en diversos graons de l’escala evolutiva. (…)
No hi ha res que pugui ser anomenat “fets mentals”, “actes mentals”, “processos mentals”, “realitats mentals”, com si fossin fets, actes, processos o realitats d’una certa classe, diferent de la classe d’altres entitats i delimitable respecte dels processos neurals. No hi ha tampoc cap realitat que pugui anomenar-se un “subjecte mental” -el que tradicionalment es qualificava de “ment” o “ànima”- posseïdor de certs atributs titulats “mentals”. (…)
La sensació és un procés orgànic (neural) en tant que té lloc en, i en alguna manera és executat per un subjecte orgànic amb mecanismes neurals apropiats. (…) El fet que un neurofisiòleg descrigui un acte anomenat “mental” sota la forma d’un procés neural, i que jo descrigui el mateix acte mental en formes tals com “estic pensant en la Lluna”, no vol dir que es tracti de fenòmens diferents: són dues formes distintes de representar el mateix fenomen. Jo no puc representar-lo com a procés neural perquè no estic observant els meus processos neurals”.
Josep FERRATER MORA. De la matèria a la raó , 1979.
La información almacenada en la doble hélice del ADN de una ballena o de un hombre o de cualquier otra de bestia o planta de la Tierra está escrita en lenguaje de 4 letras: los cuatro tipos distintos de nucleótidos, los componentes moleculares que forman el ADN. ¿Cuántos bits de información contiene el material hereditario de formas de vida distintas? ¿Cuántas respuestas si/no a las diversas preguntas biológicas están escritas en el lenguaje de la vida? Un virus necesita unos diez mil bits, equivalentes aproximadamente a la cantidad de información de esta página. Pero la información vírica es simple, extraordinariamente compacta y eficiente. Para leerla hay que prestar mucha atención. Son las instrucciones que necesita para infectar otros organismos y para reproducirse: Las únicas cosas que los virus son capaces de hacer. Una bacteria utiliza aproximadamente un millón de bits de información, unas cien páginas impresas. Las bacterias tienen que hacer bastantes más cosas que los virus. Al contrario que los virus no son parásitas completas. Las bacterias tienen que ganarse la vida. Y una ameba unicelular que nada libremente es mucho más sofisticada; tiene unos 400 millones de bits si en su ADN, y se precisarían unos ochenta volúmenes de quinientas páginas para hacer otra ameba.
Una ballena o un ser humano necesitan unos cinco mil millones de bits. Si escribiéramos, por ejemplo en inglés, los 5´109 bits de información de nuestra enciclopedia de la vida -en el núcleo de cada una de nuestras células- llenarían un millar de volúmenes. Cada una de nuestras cien millones de células contiene una biblioteca completa con las instrucciones necesarias para hacer todas nuestras partes. Cada célula de nuestro cuerpo proviene, por sucesivas divisiones celulares, de una única célula, un óvulo fertilizado generado por nuestros padres. Cada vez que en esta célula se dividió en los numerosos pasos embriológicos recorridos para fabricarnos, el conjunto original de instrucciones genéticas fue duplicado con gran fidelidad. De este modo las células de nuestro hígado tienen algún conocimiento no utilizado sobre la manera de fabricar nuestras células óseas y al revés. La biblioteca genética contiene todo lo que nuestro cuerpo sabe hacer por sí mismo. La antigua información está escrita con un detalle exhaustivo, cuidadoso, redundante: cómo reír o, cómo estornudar, cómo caminar, cómo reconocer formas, cómo reproducirse, cómo digerir una manzana. (…)
El proceso necesario para comerse una manzana es inmensamente complicado. De hecho, si tuviese que sintetizar todas mis enzimas, si tuviera que recordar y dirigir conscientemente todos los pasos necesarios para sacar energía de la comida, probablemente moriría de hambre. Pero incluso las bacterias hacen una glucólisis anaeróbica, gracias a la cual las manzanas se pudren: hora de almuerzo para los microbios. Ellos, nosotros y todos los seres intermedios poseemos muchas instrucciones genéticas similares. Nuestras bibliotecas genéticas separadas tienen muchas cosas en común, lo cual es otro recordatorio de nuestra común herencia evolutiva. Nuestra tecnología sólo puede duplicar una diminuta fracción de la intrincada bioquímica que nuestros cuerpos llevan acabo sin esfuerzo: apenas hemos empezado a estudiar estos procesos. Sin embargo, la evolución ha dispuesto de miles de millones de años de práctica. El ADN lo sabe.
Pero supongamos que lo que tuviésemos que hacer fuese tan complicado que fueran insuficientes incluso varios miles de millones de bits de información. Supongamos que el medio ambiente estuviese cambiando tan rápidamente que la enciclopedia genética precodificada que sirvió perfectamente y hasta entonces ya no fuera del todo adecuada. En este caso no sería suficiente ni una biblioteca genética de mil volúmenes es por esto que tenemos cerebros.
Como todos nuestros órganos el cerebro ha evolucionado, ha aumentado su complejidad y su contenido informativo a lo largo de millones de años. Su estructura refleja todas las fases por las que pasado. El cerebro evolucionó de dentro a fuera. En lo hondo está la parte más antigua, el fallo encefálico que dirige las funciones biológicas básicas, incluyendo los ritmos de la vida, los latidos del corazón y la respiración. Según un concepto provocativo de Paul MacLean, las funciones superiores del cerebro evolucionaron en tres fases sucesivas. Coronando el tallo encefálico está el complejo R, la sede de la agresión, del ritual, de la territorialidad y de la jerarquía social, que evolucionó hace centenares de millones de años en nuestros antepasados reptilianos. Rodeando el complejo R está el sistema límbico del cerebro de los mamíferos, que evolucionó hace decenas de millones de años en antepasados que eran mamíferos pero que todavía no eran primates. Es una fuente importante de nuestros estados de ánimo y emociones, de nuestra preocupación y cuidado por los jóvenes.
Y finalmente en el exterior, viviendo en una tregua incómoda con los cerebros más primitivos situados debajo, está la corteza cerebral, que evolucionó hace millones de años en nuestros antepasados primates. La corteza cerebral, donde la materia es transformada en consciencia, es el punto de embarque de todos los viajes cósmicos. Comprende más de las dos terceras partes y es el reino de la intuición y del análisis crítico. Es aquí donde tenemos ideas e inspiraciones, donde leemos y escribimos, donde hacemos matemáticas y componemos música. La corteza regula nuestras vidas conscientes. Es lo que distingue a nuestra especie, la sede de nuestra humanidad. La civilización es un producto de la corteza cerebral.
El lenguaje del cerebro no es el lenguaje del ADN de los genes. Lo que sabemos está ahora codificado en células llamadas neuronas: elementos de conexión electroquímica, microscópicos, en general de unas centésimas de milímetro de diámetro. Cada uno de nosotros tiene quizás un centenar de miles de millones de neuronas, cifra comparable al número de estrellas en la galaxia Vía Láctea. Muchas neuronas tienen miles de conexiones con sus vecinas. Hay aproximadamente 100 billones, 104, de estas conexiones en la corteza del cerebro humano.
Charles Sherrington imaginó las actividades de la corteza cerebral al despertar:
“(la corteza) se convierte ahora en un campo chispeante de puntos de luz dentelleando rítmicamente con trenes de chispas que se desplazan afanosamente por todas partes. El cerebro está despertando y con él retorna la mente. Es como si la Vía Láctea iniciase alguna danza cósmica. La corteza se transforma rápidamente en un telar encantado donde millones de lanzaderas veloces tejen una forma en disolución, siempre una forma con sentido, pero nunca permanente, una armonía de subformas desplazándose. Ahora, a medida que el cuerpo se despierta, subformas de esta gran armonía de actividad descienden hacia las rutas no iluminadas del (cerebro inferior). Rosarios de chispas destellantes y en movimiento conectan sus enlaces. Esto significa que el cuerpo se ha levantado y se está enfrentando con su día de vigilia.”
Incluso en el sueño el cerebro está pulsando, palpitando y dentelleando con el complejo negocio de la vida humana: soñar, recordar, imaginar cosas. Nuestros pensamientos, visiones y fantasías poseen una realidad física. Si nos encogiéramos al nivel de las neuronas, podríamos presenciar formas elaboradas, intrincadas y evanescentes. Una podría ser la chispa de un recuerdo o el olor de lilas en un camino campestre de nuestra infancia. Otra podría ser una ansioso boletín enviado a todos los puntos: “¿Dónde he dejado mis llaves?”
Hay muchos valles en las montañas de la mente: circunvoluciones que aumentan mucho la superficie disponible en la corteza cerebral para almacenar información en un cráneo de tamaño limitado. La neuroquímica del cerebro es asombrosamente activa, son los circuitos de una máquina más maravillosa que todo lo que han inventado los hombres. Pero no hay pruebas de que su funcionamiento se deba a algo más que a las 1014 conexiones neurales que construyen una arquitectura elegante de la consciencia. El mundo del pensamiento está dividido más o menos en dos hemisferios. El hemisferio derecho de la corteza cerebral se ocupa principalmente del reconocimiento de formas, la intuición, la sensibilidad, las intuiciones creadoras. El hemisferio izquierdo preside el pensamiento racional, analítico y crítico. Estas son las fuerzas duales, las oposiciones esenciales que caracterizan el pensamiento humano. Proporcionan conjuntamente los medios tanto para generar ideas como para comprobar su validez. Un diálogo continuo entre los dos hemisferios canalizado a través de que un haz inmenso de nervios, el cuerpo calloso, el puente entre la creatividad y el análisis, dos elementos necesarios para comprender el mundo.
El contenido información del cerebro humano expresado en bits es probablemente comparable al número total de conexiones entre las neuronas: unos cien millones (1014) de bits. Si por ejemplo escribiéramos en inglés esta información llenaría unos veinte millones de volúmenes, como en las mayores y bibliotecas del mundo. En el interior de la cabeza de cada uno de nosotros hay el equivalente a veinte millones de libros. El cerebro es un lugar muy grande en un espacio muy pequeño. La mayoría de los libros del cerebro están en la corteza cerebral. En el sótano están las funciones de las que dependían principalmente nuestros antepasados remotos: agresión, crianza de los hijos, miedo, sexo, la voluntad de seguir ciegamente a los líderes. Algunas de las funciones cerebrales superiores -lectura, escritura, lenguaje- parecen localizadas en lugares concretos de la corteza cerebral. En cambio las memorias están almacenadas de modo redundante en muchos puntos. Si existiera la telepatía, una de sus maravillas sería la oportunidad de leer los libros de las cortezas cerebrales de nuestros seres queridos. Pero no hay pruebas seguras de la telepatía, y la comunicación de este tipo de información continua siendo tarea de artistas y escritores.
Carl SAGAN: Cosmos