CREURE, SABER, CONÈIXER

“Cada uno de los verbos “creer”, “saber” y “conocer” se usa de diversas maneras y con significados distintos. Un tipo de confusión conceptual frecuente en las discusiones gnoseológicas procede de la no distinción entre los diversos significados de estos verbos, del malentendido consistente en confundir uno de sus significados con otro. Pero incluso cuando uno de estos verbos se usa con un solo significado, la falta de claridad respecto a lo que queremos decir cuando usamos ese verbo con ese significado puede constituir una fuente de confusiones.

El presente estudio pretende ser una contribución a la realización de dos tareas: (1) la tarea de distinguir entre sí los diversos usos y significados de los verbos citados, y (2) la tarea de dilucidar o explicitar el significado correspondiente a algunos de sus principales usos.

Usos de “creer”

El verbo “creer aparece en diversos tipos de oraciones que se diferencian unos de otros por la ausencia o presencia de determinadas preposiciones y construcciones gramaticales.

Hay un uso de “creer” que es el principal, en el sentido de que los demás usos son reducibles a él. Se trata del “creer que”, que usamos cuando decimos que x cree j (donde x es un humán y j una idea), como en las siguientes oraciones:

(1) Colón creía que la Tierra era redonda. Creo que esta tarde va a llover. Creían que iban a ganar mucho dinero.

Este es el uso más frecuente de “creer” y, además, el más importante, pues los demás usos se pueden parafrasear en función suya, como a continuación veremos.

Un uso distinto, pero fácilmente reducible al primero, es el de creer algo, que se manifiesta en oraciones como:

(2) He creído la noticia desde el primer momento. Mi abuela cree todo lo que oye por la radio.

Estas oraciones pueden parafrasearse como “he creído que la noticia era verdad desde el primer momento” y “mi abuela cree que todo lo que oye por la radio es verdad”. (…)

Hay dos usos de “creer” seguido de “a”, el creer a alguien a secas y el creer a alguien (+ adjetivo). Ejemplos del primero de los usos de “creer a” son las siguientes oraciones:

(3) Margarita siempre cree a su padre. No puedo creer a ese testigo. Te creo.

Este tercer uso de “creer” es reducible al segundo, y, por tanto, indirectamente, al primero. Cuando decimos que x cree a y queremos decir que x cree lo que y dice, o, si se prefiere, que x cree que lo que y dice es verdad.

Así podemos parafrasear las oraciones de (3) como “Margarita siempre cree que lo que le dice su padre es verdad”, etc.

Ejemplos del segundo uso de “creer a”, del “creer a” (+ adjetivo) son los siguientes:

(4) Lo creo capaz de cualquier cosa. Me creían derrotado. Todo el mundo te cree culpable.

Este cuarto uso de “creer” es directamente reducible al primero. Que x cree a z tal, significa que x cree que z es tal. De este modo podemos parafrasear las oraciones de (4) como “creo que (él) es capaz de cualquier cosa”, “creían que (yo) estaba derrotado” y “todo el mundo cree que eres culpable”.

Otro uso de creer es el “creer” (+ verbo), tal como aparece en los siguientes ejemplos:

(5) Pedro cree haber encontrado la solución definitiva. Eduardo cree contar con nuestro apoyo, pero se equivoca.

Este uso de “creer” es también directamente reducible al “creer que”. Las oraciones de (5) son fácilmente parafraseables como “Pedro cree que ha encontrado la solución definitiva” y “Eduardo cree que cuenta con nuestro apoyo, pero se equivoca”.

El verbo “creer” seguido de “en”, el “creer en”, se usa en dos maneras relacionadas pero distintas. Un uso de “creer en” se manifiesta en estas oraciones:

(6) Juan cree en Dios. Los escoceses creen en fantasmas. Hace doscientos años poca gente creía en los átomos.

Cuando decimos en este sentido que x cree en y, queremos decir que x cree que y existe. Así, las oraciones de (6) se pueden parafrasear como “Juan cree que Dios existe”, “los escoceses creen que los fantasmas existen” (o “que hay fantasmas”), y “hace doscientos años poca gente creía que los átomos existen” (o “que hay átomos”).

(7) Marcelo cree en la astrología. Juan no cree en la democracia. Creemos en la revolución.

Cuando aquí decimos que x cree en algo queremos decir que x cree que ese algo funciona, que es eficaz, que triunfará. Así, podemos parafrasear las oraciones de (7) como “Marcelo cree que la astrología es una ciencia seria”, “Juan no cree que la democracia sea un régimen eficaz (para la solución de los problemas colectivos)” y “creemos que la revolución triunfará””.

“El somero análisis de los usos del verbo “creer” que acabamos de llevar a cabo parece mostrar que todos ellos son reducibles al “creer que”, es decir, que todas las expresiones en que aparece el verbo “creer” pueden parafrasearse como expresiones en que sólo aparece “creer que”. Por ello, podemos centrar nuestra atención en las oraciones en que aparece “creer que”.

Variedades de “creer que”

Aunque la expresión “creer que” tiene la misma forma gramatical en todas las oraciones en las que la usamos, lo que queremos decir con ella no es siempre exactamente lo mismo. Usamos la expresión “creer que” con significados interrelacionados, pero no del todo coincidentes. Tratemos de aislar esos significados.

Si alguien cree que j (donde j es una idea), decimos que j es una creencia suya. Decir que j es una creencia de x equivale a (significa lo mismo que) decir que x cree que j. Puesto que hay diversos significados de “creer que”, habrá diversos tipos de creencias. La tarea de aislar los diversos significados de “creer que” es la misma que la de separar los distintos tipos de creencias.

Con frecuencia atribuimos a alguien creencias que él nunca se ha formulado explícitamente. Me siento con tranquilidad y energía en la silla, creyendo implícitamente que resistirá mi peso. Pero no lo resiste y me caigo al suelo con singular estrépito. (Gran parte de los gags de las películas cómicas son de este tipo). Si alguien ha observado lo sucedido, podría comentar: “él (es decir, yo) creía que la silla resistiría, no sabía que estaba rota”. Y, sin embargo, yo nunca había pensado en la silla. Fulano va cada mañana al estacionamiento donde deja su automóvil, sin pensar temáticamente que el estacionamiento estará abierto, que su automóvil estará donde lo había dejado, etc. Pero si se encuentra con el estacionamiento cerrado o con que le han robado su coche, se llevará una desagradable sorpresa. Un observador puede comentar: “se ha enfadado, porque creía que el estacionamiento estaría abierto (o que su automóvil estaría allí)”. Y sin embargo, fulano no había pensado en el estacionamiento ni en el coche hasta llegar allí; de hecho, durante el camino había ido pensando en la persona a la que iba a visitar. Llamamos a este tipo de creencias que tenemos (o que nos atribuyen), pero en las que no hemos pensado, creencias implícitas o inconscientes. Ando tranquilamente por la calle, porque creo (implícitamente, inconscientemente) que el suelo me va a sostener, que los huesos de mis piernas no se van a quebrar, que ningún avión va a bombardear la calle, que el aire tiene la adecuada proporción de oxígeno, etc. No pienso en nada de esto, pero me llevaría una sorpresa si así no ocurriera, y si alguien me preguntase sobre ello, le respondería que sí. Si creo implícitamente que j, y alguien (aunque sea yo mismo) me preguntara que si j, le contestaría que sí, que creo que j. Pero entonces j habría dejado de ser una creencia implícita para convertirse en una creencia explícita o consciente.

La creencia explícita o consciente de que j, presupone la consideración de que j. El que yo crea explícitamente que la silla va a resistir mi peso presupone que haya pensado en ello, que haya considerado la idea de que la silla va a resistir mi peso. Considerar una idea es pensarla, es fijarse en ella o traerla a colación, tanto si es para aceptarla como si es para rechazarla, o para preguntarse si es verdadera o falsa, o para lamentar lo en ella formulado o para desearlo, o simplemente para pensarla como hipótesis.

Siempre que digo que pienso que j, creo que j en sentido explícito o consciente o, lo que es lo mismo, j es una creencia explícita y consciente mía. Pero puedo creer conscientemente j sin decirlo. Puedo pararme a pensar cuál es el camino más corto para ir a un sitio al que no he ido hasta ahora. Después de consultar el plano, decido que el camino más corto es uno determinado (el que pasa por el puente de la Alameda) y lo tomo. Aunque no haya abierto la boca, habré considerado mentalmente el asunto, le habré prestado atención y, por tanto, mi creencia de que el camino más corto es el que pasa por el puente de la Alameda será una creencia explícita o consciente.

A. W. Collins ha señalado que puede ocurrir que alguien tenga una creencia inconsciente que no sea reconocida a nivel consciente al ser considerada. De la conducta de alguien puede desprenderse que la persona en cuestión considera peligroso entrar en competición con otros (siempre lo evita, etc.). Pero preguntado si lo cree, dice que no. Sólo a través de un tratamiento psicoanalítico llega a darse cuenta de esa creencia suya. O alguien actúa de tal manera que manifiesta un prejuicio respecto a la capacidad intelectual de las mujeres, confiriéndoles siempre peores notas, etc. De su conducta se desprende que cree que las mujeres no pueden obtener tan buenos resultados intelectuales como los hombres. Pero preguntado si cree eso, dice que no. Y sólo una vez confrontado con los muchos casos en que ha juzgado desfavorablemente los resultados de las mujeres, empieza a darse cuenta de que, en efecto, creía tal cosa. A estas creencias que no se reconocen de inmediato, que no se hacen explícitas al ser objeto de pregunta, podemos llamarlas creencias subconscientes. Alguien podría discutir el que haya creencias subconscientes, pero aquí no vamos a entrar en esa discusión. Sólo nos interesa distinguir dos tipos de creencias inconscientes: las creencias inconscientes que se explicitan conscientemente en cuanto uno se interroga por ellas y las creencias inconscientes que no se reconocen conscientemente aunque uno se interrogue por ellas. A las primeras (que son la gran mayoría) podríamos llamarlas -en contraposición a las segundas- creencias preconscientes; a las segundas -si es que las hay- creencias subconscientes.

Cuando digo que creo j en sentido explícito o consciente, puedo querer decir dos cosas distintas. A veces quiero decir que, habiendo consideradoj, más bien me inclinaría por j que por no j; que pienso quej, aunque no estoy seguro; que opino que j, que conjeturo que j; que me parece que j; que sospecho que j; que tengo la impresión de que j. En estos casos diremos que creo dubitativamente que j. Otras veces quiero decir que, habiendo considerado j, acepto j; mantengo que j es verdad; juzgo que j; afirmo que j. En estos casos diremos que creo asertivamente que j. Cuando digo que creo que la Tierra gira en torno al Sol, o que creo que mientras no se reduzca la inflación no se podrá evitar la depreciación de nuestra moneda, estoy usando el verbo “creer” en sentido asertivo. Cuando a la pregunta “¿vendrá tu prima a la fiesta?”, respondo “no sé, pero creo que sí”, o cuando digo que creo que mañana va a hacer buen tiempo, pero que no estoy seguro, estoy usando el verbo “creer” en sentido dubitativo”.

“(…)

Creencia consciente asertiva

Para evitar confusiones conceptuales, hemos analizado los diversos usos de “creer” y las diversas variedades de “creer que”. Pero en realidad lo único que aquí nos interesa es dilucidar el significado de la expresión “x cree que j”, usada en el sentido consciente y asertivo de “creer que”. De ahora en adelante, cuando usemos “creer que”, a secas, se debe entender que usamos esa expresión en sentido consciente (o explícito) y asertivo. Igualmente, cuando hablemos de creencias, a secas, estaremos hablando de creencias conscientes asertivas.

Quizás convenga, antes de ponernos a analizar los posibles componentes peculiares de la creencia consciente asertiva, preguntarnos por los posibles componentes comunes de los diversos tipos de creencias que acabamos de distinguir. ¿Tienen algo en común las diversas circunstancias en las que decimos de alguien que cree algo?

Cuando atribuimos a alguien una creencia implícita, cuando de la observación de su conducta inferimos que cree que j, parece que queremos decir que tiene una disposición o tendencia a comportarse como si j fuera verdad. Pero en esa atribución, como en cualquier otra, podemos equivocarnos. El elevador ha estado estropeado toda la semana y los vecinos han tenido que subir a pie las escaleras que conducen a sus apartamentos. Pero hoy han arreglado el elevador y los vecinos ya lo utilizan. Sin embargo vemos que el señor Restrepo llega al portal y sube jadeando las escaleras que llevan a su apartamento, en el último piso. Es natural si alguien comenta: “El señor Restrepo cree que el elevador todavía está estropeado. No se ha enterado de que ya funciona de nuevo”. Quien esto comenta atribuye al señor Restrepo la creencia de que el elevador está todavía estropeado, es decir, la disposición a actuar como si el elevador todavía estuviera estropeado. Eso es lo que quiere decir con su atribución. Claro que puede equivocarse. Puede ser que, en efecto, el señor Restrepo no sepa que el elevador funciona de nuevo, y por tanto, tenga una disposición a actuar como si no funcionase, disposición que conduce al señor Restrepo a subir a su apartamento por las escaleras, sudando y jadeando. Pero también podría ser que el señor Restrepo no tuviese ninguna disposición a actuar como si el elevador estuviera estropeado, sino que supiese perfectamente que ya lo han arreglado (se lo ha dicho la portera), pero que, sin embargo, subiese a pie las escaleras por indicación de su médico, que le ha recomendado hacer más ejercicio y en especial no perder ninguna oportunidad de subir las escaleras andando, por bien que funcionen los ascensores.

Una disposición no es algo observable en la conducta de un individuo. Es algo inobservable, pero inferible de esa conducta observable. La conducta observada no garantiza en ningún caso la posesión de la disposición. Que el individuo cuya conducta observamos posee una determinada disposición (por ejemplo, a actuar como si fuera verdad) es una hipótesis falible y refutable. Por eso, cuando atribuimos a alguien creencias en función de su conducta, fácilmente podemos equivocarnos. Pero cuanto mejor conozcamos al individuo, sus deseos y sus circunstancias, con tanta mayor confianza podremos inferir disposiciones (y en especial creencias) de la observación de su conducta.

Hemos visto que cuando decimos que fulano cree (implícitamente) que j, queremos decir que fulano tiene una tendencia o disposición a actuar como si j fuera verdad. Pero ¿queremos decir eso también cuando decimos que fulano cree (explícitamente) que j? En primer lugar está claro que, en cualquier caso, queremos decir también otras cosas, como que fulano ha considerado en algún momento la idea de que j. Si no, no se trataría de una creencia explícita o consciente. Pero, y aunque sea en segundo lugar, qué duda cabe que lo que queremos decir que fulano cree (explícitamente) que j incluye que fulano tiene una disposición a actuar como si j fuese verdad. Si x nos dice que cree que j, y luego vemos que se comporta como si no fuese verdad que j (es decir si de su conducta inferimos una disposición a comportarse como si no fuera verdad que j), entonces lo más probable será que pongamos en duda la sinceridad de x al decirnos que creía que j. Si un vendedor de automóviles nos dice que cree que los automóviles de la marca por él representada son los más baratos, seguros, duraderos, confortables, mejor acabados y más adecuados al tránsito rodado de nuestra ciudad, y luego nos enteramos de que él mismo nunca compra coches de esa marca, sino siempre de otra distinta, por lo menos nos entrarán sospechas sobre la sinceridad de su manifestación de creencia.

En efecto, si alguien dice de sí mismo que cree que j, no puede equivocarse respecto a su creencia. Yo puedo equivocarme al atribuir creencias a otro, pero no a mí mismo. Como suele decirse, yo soy una autoridad respecto de mis propias creencias. Y el que yo crea que j significa, entre otras cosas, que tengo una disposición a actuar como si j fuera verdad. Por eso, si alguien nos dice que cree que j y luego pensamos poder inferir que se comporta como si j no fuera verdad, concluimos no que se equivoca sino que nos engaña. Ponemos en duda no su conocimiento de sus creencias sino la sinceridad de sus manifestaciones.

Como acabamos de ver, cuando decimos que x cree (conscientemente) que j, queremos decir al menos dos cosas: 1) que x tiene una disposición a actuar como si j fuera verdad, y 2) que x ha considerado (se ha fijado en, ha pensado) la idea de que j. Según R.B. Brithwaite (aplicándolo a believe, claro) esto sería todo y sólo lo que queremos decir, cuando decimos que x cree que j.

Puede parecer que si decimos que x cree (conscientemente) que j, además de querer decir que x tiene una disposición a actuar como si j y que x ha considerado la idea de que j, queremos decir algo más, algo así como que x asiente a j, o acepta que j. En efecto, al hablar de las creencias subconscientes, vimos que x puede tener una tendencia a actuar como si j (como si la competición siempre fuera peligrosa, como si las mujeres siempre fueran intelectualmente menos capaces que los hombres…), y por ello le podemos atribuir la creencia de que j, pero que, al preguntarle que si j y, por tanto al considerar x j, x respondía que no j. En estos casos se daba la disposición a actuar como si j y, sin embargo, no atribuíamos a x la creencia consciente de que j, sino sólo la creencia inconsciente (e incluso subconsciente) de que j. Lo que nos impedía atribuir a x la creencia consciente de que j era precisamente la falta de asentimiento o aceptación de que j, manifestada en su respuesta de que no j.

Así pues, parece que cuando decimos que x cree (conscientemente) que j, queremos decir al menos tres cosas: 1) que x tiene una disposición a comportarse como si j, 2) que x ha considerado alguna vez que j y 3) que x ha asentido o aceptado que j.

Por otro lado, resulta difícil imaginarse situaciones en las que pensáramos que fulano tiene una disposición a comportarse como si j, que fulano ha considerado que j y que fulano ha aceptado que j, y en las que, sin embargo, nos negáramos a decir que fulano cree que j. Parece como si las tres condiciones enumeradas constituyesen un análisis adecuado del significado “x cree que j”. De todos modos, el concepto de aceptación o asentimiento que aparece en la condición (3) es claramente merecedor de un análisis más detallado, que más adelante llevaremos a cabo”.

Usos de “saber”

El verbo “saber, se usa de muchas maneras. Algunos de los usos de “saber” son reducibles a otros y, de alguna manera, configuran entre ellos un mismo significado. Pero a veces ocurre que unos usos son irreducibles a otros, manifestándose así significados distintos de la misma palabra. El uso más frecuente del verbo “saber” es el de “saber que”, que empleamos cuando decimos que x sabe que j (donde x es un humán y j, una idea), como en los ejemplos siguientes:

(1) Ya sé que no soy tan alto como tú. ¿Sabes que Felipe ha muerto? No sabe que se le ha acabado el dinero. El diputado sabe que su popularidad ha descendido en los últimos meses. Todos sabemos que la Tierra gira alrededor del Sol.

Las oraciones de (1) ejemplifican el saber ideático, el saber que j (donde j es una idea cualquiera). Este “saber que” es el uso del verbo “saber” que más nos interesa aquí y el que más tiene que ver con la ciencia. El “saber que” corresponde al verbo latino scire, de donde se deriva scientia, ciencia. También corresponde al francés savoir que, al inglés to know that y al alemán wissen (de donde deriva Wissenschaft, ciencia).

Este uso de “saber”, el “saber que”, no es, desde luego, el único. Un uso distinto es, por ejemplo, el “saber si”, ejemplificado en las siguientes oraciones:

(2) No sé si Martínez vendrá. ¿Sabes si ha acabado ya la fiesta?

Este uso de “saber es claramente reducible al anterior. Así, “no sé si Martínez vendrá” equivale a (significa lo mismo que) “no sé que Martínez vendrá y tampoco sé que Martínez no vendrá”. “¿Sabes si ha acabado la fiesta?” equivale a “¿Sabes que la fiesta ha acabado ya o sabes que la fiesta no ha acabado todavía?” En general, “x no sabe si j” equivale a “x no sabe que j y no sabe que no j”. Igualmente, la pregunta “sabes si j?” equivale a “¿sabes que j o sabes que no j?”

Otro uso distinto de “saber” aparece en los siguientes ejemplos:

(3) Elena sabe mucho de química. Luis no sabe nada de numismática. Sabes de todo.

También este uso de “saber” parece reducible al “saber que”. En efecto, cuando decimos que Elena sabe mucho de química, queremos decir algo así como que para muchas ideas (o leyes, o datos) j de la química, Elena sabe que j. Y que Luís no sabe nada de numismática significa que no hay ninguna idea j de la numismática, tal que Luís sepa que j. Y si decimos que sabes de todo, queremos decir (seguramente con exageración) que, sea el que sea el campo en el que pensemos, siempre hay ideas j de ese campo, tales que tú sabes que j.

Un uso muy importante del verbo “saber” es el “saber” (+ infinitivo), el “saber hacer”, que podemos ejemplificar en la siguientes oraciones:

(4) Este niño ya sabe nadar. Pedro sabe andar en bicicleta. ¿Sabes bailar el tango? Sé hacer un barco de papel. No sabe (hablar) francés.

En las oraciones de (4) el verbo “saber” se usa como “saber hacer”. Este uso corresponde al francés savoir (+ infinitivo), al inglés to know how to (o can) y al alemán (können obsérvese que el alemán es la única de las lenguas consideradas que emplea dos verbos completamente distintos -wissen y können- para el saber ideático y el saber hacer).

El “saber” (+ infinitivo), el saber hacer, no es reducible al “saber que”. Por mucho que alguien sepa sobre la historia del tango y sobre la sistemática de sus movimientos, si, al sonar los acordes del tango, es incapaz de moverse de manera adecuada con su pareja, diremos que no sabe bailar el tango. Si nos dice que sabe cuáles son los movimientos del tango pero que no le salen, le contestaremos que, en efecto, sabe cuáles son los movimientos del tango, incluso que es una autoridad en lo tocante al tango, pero que no sabe bailar el tango. Por muchas ideas que uno sepa acerca del tango, si uno no es capaz de moverse del modo adecuado a sus compases, si uno no tiene la adecuada disposición psicofisiológica, uno no sabe bailar el tango. Y por mucho que uno sepa sobre la bicicleta, su historia y su mecánica, si, al montarse en la bicicleta, uno es incapaz de mantener el equilibrio, pedalear y avanzar, uno no sabe andar en bicicleta. De igual modo, y por mucho que uno sepa de la historia, la gramática y la fonética de la lengua francesa, si uno no es capaz de responder coherentemente en francés a las preguntas triviales que en esa lengua se le formulan, uno no sabe (hablar) francés. El “saber” (+ infinitivo), el “saber hacer”, no es reducible al “saber que”, al saber ideático. Se trata de un significado distinto del verbo “saber”, que incluye una cierta disposición psicofisiológica, una cierta habilidad o capacidad de responder adecuadamente a determinados estímulos y de realizar determinadas acciones.

Otro uso de “saber”, el “saber” (+ pronombre interrogativo), aparece en las siguientes oraciones:

(5) Pedro sabe quién mató al portero. No sabemos dónde está la oficina. Yo sé cómo ocurrió el accidente. ¿Sabes cuándo empieza el concierto?

Este uso de “saber” es por lo pronto reducible al uso anterior, al saber hacer y, más en concreto, a un peculiar tipo de “saber hacer” que consiste en “saber responder”. En efecto, decir que x sabe quién hizo algo equivale a decir que x sabe responder a la pregunta “¿quién hizo eso?” Que x sabe dónde ocurrió algo significa que x sabe responder a la pregunta “¿dónde ocurrió eso?” Que x sabe por qué pasó aquello equivale a que x sabe responder a la pregunta “¿por qué pasó aquello?” En general, “saber” (+ pronombre interrogativo) significa ser capaz de responder a la pregunta que comienza por dicho pronombre interrogativo. Ahora bien, el saber responder es un tipo de saber hacer estrechamente relacionado con el saber ideático. Que x sabe responder a una determinada pregunta significa que x sabe dar una respuesta j a esa pregunta y, por tanto, implica que x sabe que j. Por ello no es de extrañar que muchas oraciones con “saber” (+ pronombre interrogativo) sean reducibles no sólo al “saber hacer”, es decir, a oraciones del tipo (4), sino también al “saber que”, a oraciones del tipo (1). Así “Juan sabe dónde se encuentra el tesoro” puede ser parafraseado no sólo como “Juan sabe responder a la pregunta ¿dónde se encuentra el tesoro?”, sino también como “hay un lugar z tal que Juan sabe que el tesoro se encuentra en z” o, más llanamente, “hay un lugar del que Juan sabe que en él se encuentra el tesoro”. “Pedro sabe quién mató al portero” puede asimismo ser interpretado no sólo como “Pedro sabe contestar a la pregunta ¿quién mató al portero?”, sino también como “hay un humán x tal que Pedro sabe que x mató al portero” o, más llanamente, “hay alguien del que Pedro sabe que mató al portero”.

Un uso fácilmente reducible al que acabamos de ver es el siguiente:

(6) Fulano sabe lo que ha pasado. ¿Sabes lo que ha dicho el presidente?

Este “saber lo que” es reducible a “saber qué”, un tipo especial de “saber (+ pronombre interrogativo). En efecto, “Fulano sabe lo que ha pasado” significa lo mismo que “Fulano sabe qué ha pasado”.

Otro modo de “saber se manifiesta en los siguientes ejemplos:

(7) Yo sé de alguien que podría ayudarte. Javier sabe de un sitio tranquilo donde comer. ¿Sabes de algún remedio para esta dolencia?

Este tipo de expresiones son usadas con dos significados distintos. Cuando las proferimos con el primer significado, queremos decir que sabemos responder a una cierta pregunta. En estos casos, el uso (7) es reducible al (5), es decir, al “saber” (+ pronombre interrogativo). “Yo sé de alguien que podría ayudarte”, significa entonces lo mismo que “alguien podría ayudarte y yo sé quién es”. Y que Javier sabe de un sitio tranquilo donde comer, significa que hay un sitio tranquilo donde comer y que Javier sabe cuál es. Pero ya vimos que el uso (5) admite, a su vez, dos análisis distintos, uno en función de (4), en función del especial tipo de saber hacer que es el saber responder, y otro en función de (1), en función del “saber que”. Así, la oración “yo sé de alguien que fuma marihuana” puede ser parafraseada en este sentido como “hay alguien que fuma marihuana y yo sé quién es”, y como “hay un humán x tal que yo se que x fuma marihuana” o, más naturalmente, “hay alguien del que sé que fuma marihuana”. Hasta aquí un tipo de análisis que resulta adecuado cuando queremos indicar posesión de información o capacidad de respuesta. Pero otras veces queremos indicar conocimiento, relación, contacto. En estos casos “yo sé de alguien que podría ayudarte (o que fuma marihuana)” significa “yo conozco (es decir, tengo relación y contacto con) alguien que podría ayudarte (o que fuma marihuana)”. Cuando replico a alguien que afirma que todos los filósofos griegos escribieron largas obras diciendo que “yo sé de un filósofo griego que no escribió nada”, no quiero decir que yo conozco a (tengo contacto con) tal filósofo, sino que hay al menos uno, y que yo sé quién es: Sócrates. Pero cuando, echando mi brazo por encima del hombro de alguien que necesita urgentemente dinero, le digo en tono tranquilizador “no te preocupes, yo sé de alguien que puede prestarte dinero”, no quiero decir meramente que hay alguien que puede hacerlo y que yo sé quién es (por ejemplo David Rockefeller), aunque yo no tenga ningún contacto con él, sino quiero decir más: quiero decir que yo conozco a alguien, que tengo relación y confianza con alguien que puede prestarte dinero y que, por tanto puedo intervenir para que de hecho te lo preste.

Un uso poco frecuente del verbo “saber” se ejemplifica en estas oraciones:

(8) ¿Sabes lo que estás haciendo? No sabe lo que dice. Perdónales, porque no saben lo que hacen.

El verbo “saber” se usa a veces en este tipo de expresiones de un modo irreducible a los casos anteriores, significando ser consciente o darse cuenta de algo. “¿Sabes lo que estás haciendo?” significa lo mismo que “¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?” Nuestro amigo, borracho y excitado, profiere insultos y amenazas. Nosotros lo excusamos ante los oyentes, comentando que no hay que tomar en serio lo que dice, que no hay que hacerle caso, pues está borracho y no se da cuenta de lo que está diciendo, “no sabe lo que dice”. Otras veces se emplea “saber” -o, mejor dicho, “no saber”- en este tipo de expresiones para señalar que alguien ignora un aspecto relevante del asunto, y que por eso actúa como lo hace. En esos casos el uso es reducible al “saber que”. Así, cuando Cristo dice “perdónales, porque no saben lo que hacen”, quiere decir que no saben que él es el Mesías y que, por tanto, no saben que están crucificando al Mesías.

Un uso del verbo “saber” completamente distinto de los anteriores es el que aparece en las siguientes oraciones:

(9) El postre sabe demasiado amargo. ¡Qué bien sabe este vino! La sopa sabe a cebolla. El pastel no sabe a nada.

En estos ejemplos, el verbo “saber” se usa con significado de tener sabor. “El postre sabe demasiado amargo” significa que el postre tiene un sabor demasiado amargo. “¡Qué bien sabe este vino!” significa lo mismo que “¡Qué buen sabor tiene este vino!”. “La sopa sabe a cebolla” significa que la sopa tiene sabor a cebolla. Este significado de “saber” es evidentemente muy distinto de los significados manifestados en los usos anteriormente considerados. Sin embargo, desde un punto de vista etimológico se trata del significado primario de “saber”. En efecto, el verbo castellano “saber” procede del latín sapere, que fundamentalmente y casi siempre significaba tener sabor. De sapere deriva sapor, en castellano sabor. Sapere adquirió también el significado secundario de ser prudente o ser sensato. De aquí deriva sapientia, sabiduría o sensatez. Este doble significado de sapere se prestaba a juegos de palabras, como éste de Cicerón: Nec enim sequitur, ut cui cor sapiat, ei non sapiat palatus (el ser prudente no excluye el paladear la comida con gusto).

Otro uso, finalmente, de “saber”, relacionado con el anterior, pero distinto, se observa en oraciones como:

(10) Me sabe mal que no hayas venido. Le supo muy mal que no lo invitaran.

Este tipo (10) representa un uso metafórico de (9), de “saber” como “tener sabor”. “Me sabe mal que no hayas venido” significa que me ha disgustado el que no hayas venido, que me ha sentado mal, que me ha dejado mal sabor de boca”.

“Recapitulando los resultados de nuestro análisis, podemos concluir que todos los usos del verbo “saber” (excepto los usos más bien raros de “saber” como “darse cuenta de” y de “saber de” como “conocer”) se reducen a tres usos principales e irreducibles entre sí, y, por tanto,, que el verbo “saber” tiene tres significados principales: (a) “saber que” o saber ideático; (b) “saber” (+ infinitivo) o saber hacer, indicando la posesión de un habilidad o capacidad, y (c) “saber (a)”, indicando tener sabor (de). Estos tres significados de “saber” son distintos e irreducibles. La distinción e irreductibilidad entre (a) y (b) ha sido subrayada por G. Ryle para las correspondientes expresiones inglesas to know that y to know how (en realidad to know how to, pues to know how a secas sería un caso de “saber” [+ pronombre interrogativo]).

De los tres significados principales de “saber” que hemos distinguido, aquí nos interesa especialmente el primero, que a continuación pasamos a matizar.

Significado de “saber que”

Consideremos los casos en que de algún individuo x y de alguna idea j decimos que x sabe que j.

Por lo pronto, parece que lo que queremos decir cuando decimos que x sabe que j incluye o implica que x cree que j, en el sentido de creencia consciente asertiva. Si alguien nos dice que sabe que j, no se nos ocurriría preguntarle si cree que j. Desde luego que lo cree. ¡Incluso lo sabe! A nadie se le ocurriría decir “sé que j, pero no creo que j”. Pensaríamos que no sabe hablar castellano, o que se está haciendo el gracioso. El uso que normalmente hacemos de los verbos “creer” y “saber” es tal que creer no implica saber (podemos decir “creo que así es, pero en realidad no lo sé”), pero saber implica creer. Incluso cuando alguien pretende saber algo y nosotros pensamos que se equivoca, al menos le concedemos que lo cree. Enrique nos dice: “Sé que dejé cerrada la puerta”. Nosotros comentamos: “cree que dejó cerrada la puerta, pero en realidad la dejó abierta”. Es decir, que siempre que alguien pretende saber, cree, sepa o no. Saber implica creer. Incluso pretender saber ya implica creer.

Volvamos a considerar el último ejemplo. Enrique nos había dicho: “sé que dejé cerrada la puerta”. Pero nosotros no aceptamos su pretensión de saber, y no porque no pensemos que él así lo cree -eso lo concedemos-, sino porque pensamos que no es verdad que hubiera dejado cerrada la puerta. Hemos pasado delante de la puerta poco después de que él hubiese salido y la hemos visto abierta. Pensamos que Enrique es un despistado, que salió, de casa convencido de haber dejado cerrada la puerta, pero en realidad se olvidó de cerrarla, la dejó abierta. Y puesto que pensamos que es falso que dejase cerrada la puerta nos negamos a aceptar que supiese que había dejado cerrada la puerta; sólo aceptamos que lo creyese. En general, nunca aceptamos que alguien sabe que ?, si creemos que no ?.

Si nunca aceptamos un enunciado del tipo “x sabe que j”, donde creemos que no j, que no es verdad que j, ello se debe a que cuando decimos que x sabe que j, lo que queremos decir incluye o implica j. Yo puedo estar seguro de que esta noche no va a llover, porque no se ve ni una nube, porque el servicio meteorológico así lo ha predicho, etc. Animo a alguien a dejar tendida la ropa lavada, diciéndole: “Puedes dejarla con toda tranquilidad. Sé que no va a llover esta noche”. Si luego resulta que sí que llueve, diré (o pensaré): “Creía que no iba a llover, pero me equivocaba; ha llovido”. Ni a mí ni a nadie se le ocurrirá seguir diciendo que yo sabía que no iba a llover.

Así, pues, vemos que lo que queremos decir cuando decimos que x sabe que j incluye al menos dos cosas: (1) que x cree que j, y (2) que j es verdad. ¿Es eso todo lo que queremos decir? Supongamos que el lunes Felipe se despierta con el presentimiento, con la corazonada de que el número 25 le va a traer buena suerte. Va al casino y apuesta al número 25, convencido de que va a ganar mucho dinero. “Sé que va a ganar el 25”, comenta a su acompañante. Pero gana el 4. “Creías que iba a ganar el 25, pero no lo sabías; ya has visto que ha salido el 4”, dice el acompañante. Felipe lo reconoce. El martes vuelve a pasarle lo mismo con el 25 y vuelve a perder su dinero en el casino. El miércoles vuelve a levantarse Felipe con el presentimiento de que esta vez sí que el 25 le traerá suerte. Va al casino, apuesta al 25 y gana. “Tenía que ganar; lo sabía”, comenta a su acompañante. “No lo sabías -responde éste- sólo lo creías, aunque tengo que reconocer que esta vez has acertado”.

Supongamos que Mínguez cree que todos los asesinatos son cometidos por negros. Matan a su vecino y comenta: “Seguro que el asesino ha sido un negro. Lo sé. Siempre son negros los asesinos”. Finalmente se descubre que el asesino era, efectivamente un negro. Normalmente diríamos que Mínguez no sabía que el asesino era un negro, sino que lo creía llevado de sus prejuicios. De todos modos, reconoceríamos que esta vez ha acertado.

Supongamos que Pepito discute con su maestro. El maestro le dice que no ha entendido lo que son las raíces cuadradas, pues las confunde con las mitades. Pepito dice saber las raíces cuadradas de los números que el maestro quiera preguntarle. “¿Cuál es la raíz cuadrada de 16?”, pregunta el maestro. “8”, contesta Pepito. “No, te equivocas, es 4. Veamos ahora, ¿cuál es la raíz cuadrada de 9?” “4’5”. “No, te equivocas, es 3. ¿Cuál es la raíz cuadrada de 4?” “2”, contesta Pepito. “Sí, es 2”, dice el maestro. “Lo sabía, sabía que la raíz cuadrada de 4 era 2”, exclama Pepito. “No, no lo sabías. Te has limitado a sacar la mitad del número dado. Lo que pasa es que en este caso coinciden la raíz cuadrada y la mitad. Has acertado por casualidad”.

Del análisis de estos ejemplos se desprende que el cumplimiento de las dos condiciones (1) que x crea que j y (2) que sea verdad que j, basta para decir que x acierta que j, pero no es suficiente para decir que x sabe que j. Siempre que creemos algo y lo creído resulta verdad, acertamos. Y puesto que, según hemos visto, cuando sabemos que j, siempre ocurre que creemos que j y que es verdad que j, de aquí se sigue que cuando sabemos, siempre acertamos. El saber es garantía de acierto. Pero, como hemos visto en los ejemplos anteriores, la inversa de esa afirmación no vale. El acierto no es garantía de saber. Muchas veces acertamos, pero no sabemos.

Si x acierta que j, es decir, si x cree que j y j es verdad, ¿qué más exigimos para decir que x sabe que j? En el ejemplo del casino, el miércoles acertó Felipe en su creencia de que ganaría el 25. Pero, ¿estaba justificada esa creencia? Esa creencia se basaba en un presentimiento que había tenido al despertar. Normalmente consideramos que el sentir un presentimiento de que j no justifica la creencia de que j, no constituye razón para creer que j. Y como la única razón que tenía Felipe para creer que ganaría el 25 era ese presentimiento, pensamos que su creencia no estaba justificada. Por eso pensamos que aunque acertó que saldría el 25, en realidad no lo sabía. En el ejemplo del asesinato del vecino de Mínguez, éste acertó en su creencia de que el asesino había sido un negro. Pero esa creencia no se basaba en ningún dato concreto, en ninguna pista, sino únicamente en su creencia general de que todos los asesinatos son cometidos por negros, y a su vez para esta creencia no tenía más razón que su prejuicio y algún acierto ocasional, como el de esta vez. Normalmente no consideramos que un prejuicio de ese tipo justifique una creencia como la del señor Mínguez, por eso pensamos que su creencia no estaba justificada. En el ejemplo de Pepito, éste acertó que la raíz cuadrada de 4 es 2. Pero esta creencia de Pepito se basaba en la confusión de la raíz cuadrada con la mitad y en el hecho de que en el caso concreto del 4 ambas cosas coincidían. Y, en general, el principio de que la raíz cuadrada de un número es igual a su mitad, en que parecía basarse la creencia de Pepito de que ?4=2, es falso y, por tanto, no sirve para justificar esa creencia, aunque la creencia sea verdadera. Por eso, el maestro pensaba que la creencia correcta de Pepito de que ?4=2 no estaba justificada y, por tanto, que Pepito en realidad no sabía que ?4=2.

Así, pues, en los casos en que x cree que j y es verdad que j, pero nos negamos a reconocer que x sabe que j, la condición cuyo cumplimiento echamos en falta es la de que x esté justificado en creer que j.

Si este análisis es correcto, cuando decimos que x sabe que j queremos decir al menos estas tres cosas: (1) x cree que j, (2) x está justificado en creer que j, y (3) es verdad que j. En efecto, si alguna de estas tres condiciones no se cumple, no aceptamos que x sabe que j. Y si las tres condiciones se cumplen, solemos aceptar que x sabe que j. Fulano dice: “Sé que dejé cerrada la puerta. Tengo la costumbre de cerrarla siempre que salgo y, en este caso concreto, me acuerdo perfectamente de haberla cerrado”. Vamos a su casa y comprobamos que la puerta está cerrada. Y aceptamos que sabía que dejó la puerta cerrada. Estoy seguro de que esta noche no va a llover. Nunca llueve por la noche en esta estación del año. No hay ni una nube en el cielo. El servicio meteorológico anuncia sequía aguda. Digo: “Puedes dejar tendida la ropa. Sé que no va a llover esta noche”. Y no llueve. Comento: “Sabía que no iba a llover”. Todo el mundo aceptará que, efectivamente, lo sabía.

Cuando decimos que x sabe que j, ¿queremos decir algo más, además de que x cree que j, que x está justificado a creer en j y que es verdad que j? A primera vista, parece que no. Al menos, en la inmensa mayoría de los casos parecería forzado negarse a reconocer que x sabe que j, si se cumplen esas tres condiciones. Sin embargo, uno puede imaginarse -como ha hecho E. Gettier- situaciones un tanto rebuscadas, pero plausibles, en las que probablemente no diríamos que x sabe que j, a pesar de cumplirse las tres condiciones citadas. De todos modos, la principal laguna en nuestro análisis del significado de “saber que” está constituida por la penumbra en que hemos dejado el concepto de justificación de una creencia, penumbra que más adelante trataremos de despejar”.

Usos de “conocer”

El verbo “conocer” se usa en castellano mucho menos frecuentemente que el verbo “saber”, y, en general en contextos que nada tienen que ver con las ideas o la ciencia. En realidad, lo que suele llamarse teoría del conocimiento más bien debería llamarse teoría del saber.

La estructura gramatical de las expresiones en que aparece el verbo “conocer” es mucho más uniforme que la correspondiente a los verbos “creer” y “saber”. De hecho, siempre tiene la misma forma: “conocer” (+ frase nominal).

Semánticamente, la mayor parte de las veces usamos el verbo “conocer” para indicar una cierta experiencia o familiaridad del sujeto con el objeto al que se refiere la frase nominal. Es el uso de “conocer” que corresponde al connaître francés, al know (something) inglés y al kennen alemán.

La frase nominal que sigue a “conocer” puede referirse a un humán, como en los siguientes ejemplos:

(1) La maestra conoce perfectamente a sus alumnos. Cuanto más lo conozco, menos me fío de él. ¡Que te conozco, pillín! ¡Cómo no voy a conocer a Luisa, si llevo tres años viviendo con ella!

Aquí decimos que x conoce a fulano en el sentido de que x ha tenido suficiente trato con fulano, suficiente experiencia de fulano como para adquirir una familiaridad que le permite entender y predecir (mejor o peor, pues este tipo de conocimiento admite grados) la conducta de fulano.

La frase nominal que sigue a “conocer” puede referirse a un territorio, un país, un lugar, como en estas oraciones:

(2) Todavía no conozco Italia, pero estoy deseando conocerla. Elena conoce toda Europa. De México sólo conozco el distrito federal y Oaxaca. Conozco París a la perfección.

En estas oraciones, “conocer” un sitio significa haber estado en ese sitio, haber tenido experiencia de ese sitio. Cuando digo que todavía no conozco Italia, quiero decir que todavía no he estado en Italia. Cuando digo que me gustaría conocer Italia, quiero decir que me gustaría ir a Italia, visitar Italia. “Conozco París a la perfección” significa que he estado tantas veces en París, que he llegado a adquirir una gran familiaridad con la ciudad, lo que me permite encontrar fácilmente cada sitio interesante de ella, etc.

Ese contacto, experiencia y familiaridad que indica el verbo “conocer”, no tiene por qué limitarse a humanes o lugares, sino que puede aplicarse a cualquier objeto concreto o abstracto susceptible de ser experimentado, como se refleja en las siguientes oraciones:

(3) ¿Conoces el olor del tomillo? Quien no ha conocido la miseria, no sabe apreciar el bienestar. He conocido el hambre y la sed. Conoce perfectamente los vinos de La Rioja. No conozco nada mejor que estar tumbado al sol.

Conocer el olor del tomillo significa haberlo experimentado, es decir, olido, alguna vez. Y el que yo no conozca nada mejor que estar tumbado al sol significa que yo no he experimentado nunca nada tan agradable como el estar tumbado al sol.

La frase nominal que sigue a “conocer” puede referirse a algún producto cultural susceptible de ser leído, oído o visto, como en estos ejemplos:

(4) ¿Conoces la quinta sinfonía de Beethoven? Teodoro conoce el Quijote de cabo a rabo. Rosa conoce muchos poemas de Pablo Neruda. ¿Conoces el cuadro de las “Lanzas” de Velázquez?

Aquí “conocer” significa haber leído, oído o visto el producto cultural al que se refiere la frase nominal. Cuando preguntamos a alguien si conoce la quinta sinfonía de Beethoven, lo que queremos saber es si la ha oído alguna vez. Si decimos que Rosa conoce muchos poemas de Pablo Neruda, lo que queremos decir es que ha leído muchos poemas de Pablo Neruda. Y si decimos que x conoce el cuadro de las “Lanzas”, queremos decir que lo ha visto alguna vez (si no el original, al menos una reproducción).

En definitiva, todos nuestros usos de “conocer” considerados hasta ahora reflejan el mismo significado: el de haber alcanzado una cierta familiaridad con algo a través del contacto o la experiencia de ese algo.

Un significado algo distinto, pero estrechamente relacionado con el anterior, se manifiesta en las siguientes oraciones:

(5) Conocí a Manrique en enero de 1972. Me gustaría conocer a tu hermana. Esta cena te ofrece la oportunidad de conocer al famoso escritor.

Aquí, “conocer” no significa poseer una familiaridad como resultado de contactos pasados, sino iniciar los contactos. “Conocí a Manrique en enero de 1972” significa que en esa fecha entré en contacto con él por primera vez. Digo que me gustaría conocer a tu hermana, porque quiero que me la presentes. Y “esta cena te ofrece la oportunidad de conocer al famoso escritor” significa que si asistes a esta cena, te presentarán al famoso escritor y podrás intercambiar algunas palabras con él, iniciando así un cierto contacto. Este uso de “conocer” corresponde al francés faire la connaissance de, al inglés to make the acquaintance of y al alemán kennenlernen.

Todos los usos de “conocer” de los que hemos hablado hasta ahora reflejan un significado de “conocer” que no tiene directamente nada que ver con ninguno de los significados de “saber”. De hecho, la distinción entre saber y conocer es muy clara en castellano, como lo es en francés (entre savoir y connaître), en alemán (entre wissen y kennen), etc. Sólo en inglés, debido a que esa lengua sólo dispone de un único verbo -to know- para expresar un montón de significados distintos, que incluyen los de “saber” y “conocer”, puede haber alguna dificultad en distinguir entre lo que B. Russell llamó knowledge of truths, saber, y knowledge of things, conocer. Y sólo los (malos) traductores del inglés son capaces de importar esa dificultad del inglés al castellano, donde no existe.

Sin embargo, hay un uso secundario del verbo “conocer”, que sí tiene que ver con algún tipo de saber. Se trata del uso que se manifiesta en oraciones como éstas:

(6) Conozco tu número de teléfono. Parece que no conoces las reglas del juego. Todo astrónomo conoce la ley de Hubble. ¿Conoces mi dirección?

Este uso de “conocer” no tiene nada que ver con los demás. Aquí “conocer” no indica ningún tipo de familiaridad, contacto o experiencia de algo, sino posesión de información, saber. Más en concreto, este uso de “conocer” es reducible al “saber”(+ pronombre interrogativo). Así, las oraciones de (6) pueden ser parafraseadas como “sé cuál es tu número de teléfono”, “parece que no sabes cuáles son las reglas del juego”, “todo astrónomo sabe qué dice la ley de Hubble” y “¿sabes cuál es mi dirección?”

Hay un uso raro de “conocer”, finalmente, fijado en la expresión “se conoce que” que aparece en oraciones como:

(7) No ha venido, se conoce que está enfermo. Juan ha comprado un coche muy caro, se conoce que tiene mucho dinero. Ya no me hablas, se conoce que estás enfadado conmigo.

Aquí se usa la expresión “se conoce que” para expresar una cierta inferencia probable del hecho aludido en segundo lugar a partir del descrito en primer lugar. “Se conoce que” significa lo mismo que “se nota que” o “buena señal de que”. Juan ha comprado un coche muy caro, buena señal de que tiene mucho dinero. Se nota que estás enfadado conmigo, puesto que no me hablas.

De ahora en adelante, usaremos el verbo “conocer” con su significado primario, según el cual conocer algo o a alguien equivale a tener con ese algo o alguien una familiaridad obtenida a través de la experiencia directa o el contacto”.

MOSTERIN, Jesús. Racionalidad y acción humana, 1987.

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