Era una tarde de domingo de un verano caluroso. Sentada frente a la ventana e inhalando el poco aire que conseguía abrirse paso entre las ligeras cortinas de la casa, contemplaba como el mar se bebía, lentamente, el rojizo sol del atardecer. Había sido un domingo más, y lo había pasado como cualquier otro, sumergida en la lectura y, consecuentemente, intentando llenar de tinta el papel en blanco que la retenía en ese letargo, lo único que la mantenía ocupada y que hacía las horas más llevaderas.
Y podría haber terminado así, siendo un domingo cualquiera, con una ensalada en el sofá y la película de la semana. Lo podría haber sido y, de hecho, hubiera ocurrido de ese modo si el cielo no se hubiese empezado a cubrir de un silencio oscuro, convirtiendo así el anochecer en un suceso prematuro e inesperado. De pronto, finísimas gotas empezaron a dejarse ver, tímidamente, mientras se hacían cada vez más y más reconocibles al chocar contra las ventanas mal cerradas de la casa.
Fue un momento especial, pues, sin pensarlo, salió a la calle, rompiendo así la terrible rutina en la que estaba encerrada desde hacía ya varias semanas. De pie en medio de aquel largo camino y mostrando la cara a ese sol ya poco distinguido que intentaba luchar -sin recompensa alguna- por irradiar los pocos rayos de luz que supuestamente le quedaban, cerró los ojos, extendió los brazos hacia el cielo y empezó a moverse suave y delicadamente de un lado a otro.
Las gotas se deslizaban pausadamente, con tanta tranquilidad que casi podría decir que se juntaban con su cuerpo. Se fusionaban con su piel, aún más húmeda, y con su ropa cada vez más ligera, de modo que parecía que esa lluvia que gradualmente gozaba de mayor intensidad, se unía a la danza sin fin. Un cosquilleo permanente le recorría el cuerpo y la respiración se le ralentizaba hasta el punto de parecerle innecesaria. Todos estos elementos se unían con más intensidad y armonía, creando, al mismo tiempo, una sensación de paz incomprensible e incalculable a la mente humana; una paz que la apartó de lo que hasta entonces era y que, a continuación, la convirtió en algo que no podría llegar a ser jamás.
Júlia Reina
Júlia,
m’ha agradat la detallada descripció d’aquest moment d’estiu, no sé si viscut o imaginat.
El lèxic és molt ric i això fa molt agradable la lectura. En algun punt, però, m’ha resultat difícil d’entendre, com quan dius “una sensación de paz incomprensible e incalculable a la mente humana”.
Gràcies i fins al pròxim!