Un rayo de luz entra por la ventana

Empiezan a aparecer los primeros claros del verano. Uno de ellos se cuela por la ventana y logra romper la oscuridad de la habitación.
Aquel rayo luz empieza a rayar las baldosas, una por una, hasta llegar a los pies de la cama. Antes de escalar por la madera antigua de la cama, el rayo tropieza con parte de las sábanas que han caído al suelo.
Afuera, más allá del estrecho balcón, suenan los cantos de los petirrojos. Contentos, ya deben llevar un par de horas levantados. En cambio yo apenas llevo un cuarto de hora levantada, el tiempo justo para ir a la cocina y volver con una taza de café y un par de tostadas de mermelada. Cada vez hay más luz. Nada que ver con la oscuridad del pasillo.

Aquel hilo de luz que se coló entre las ventanas ha conseguido, no sin esfuerzo, llegar a la cima de la cama. Poco a poco atraviesa lo que queda de las sábanas y se adentra en la aventura. Recorre la geografía, de una forma acelerada, de aquellas piernas blancas. Sube por los gemelos, luego las rodilla y sigue por el muslo. Aquella luz tan típica de las mañanas de verano ahora juega por mi piel. Después de deslumbrar casi todo el cuerpo, se dispone hacer el último paso.

Llega a los labios que esbozan una sonrisa tímida. Cojo una tostada del plato mientras aquel tímido rayo que se había colado por la ventana llega hasta mi frente.

Andrea

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