Es increíble cómo cambiamos las personas. Cuando miras hacia atrás y ves quiénes te importaban más que nada en el mundo y cómo ahora ya no son nadie en tu vida. Y, entonces, te paras a pensar y te preguntas qué pasó para que todo cambiara. ¿Cuál fue el momento en el que tu vida y la de esas personas tomaron caminos distintos? Y a veces te culpas a ti mismo, y otras al otro, intentando buscar un culpable, una razón, una respuesta. ¿Por qué? Si todo estaba bien tal y como estaba. La vida mil vueltas, ella va pasando mientras tú haces tus planes. Pero tú no te das cuenta de nada. No notas que estás perdiendo a esa persona. No lo ves, porque te engañas, sin saberlo, para protegerte. Porque crees que será un hasta luego, pero es un adiós, y es para siempre. En realidad, sabes que todo tiene un final, que nada es para siempre, ni siquiera una amistad, por indestructible que parezca. Y lo sabes porque no es la primera vez que te ocurre. Y es que ya has perdido otras amistades: las personas van y vienen a lo largo de tu vida casi sin darte cuenta, aunque solo algunas te dejan huella. ¿Huella? ¿O herida…? Lo que es seguro es que hay unas que te marcan. Aún así, en lugar de actuar como lo harías ante algo vivido y prepararte pensando que se acabará, no pierdes la esperanza y te aseguras a ti mismo que esta vez será diferente.
Es triste pensar que esa persona a la que se lo has contado todo y más, con la que has compartido tantísimos buenos momentos y la que pensabas que siempre te apoyaría y estaría a tu lado, ya no es quien era. Ahora, cuando la miras, no ves a esa persona especial: ves a un desconocido. Y cuando habláis y la oyes, te da la sensación de estar hablando con alguien que acabas de conocer.
Y pensar que habéis sido inseparables… Y ahora habláis de cosas sin importancia: te la encuentras por los pasillos del instituto o por la calle y le preguntas que cómo le va, si hizo aquello que quería hacer, o qué ha decidido estudiar al final, etc. Y, si la relación no está muy tensa, puede que os pongáis a recordar viejos tiempos. El problema de recordar viejos tiempos es que se empieza hablando felizmente de cuando os conocisteis o de anécdotas divertidas que habéis vivido juntos, pero se termina con aquel día en que os dijisteis adiós. Seguramente, al llegar a ese punto, dejaréis de hablar, pero ambos estaréis pensando en lo que pasó.
A veces te planteas que si te hubieras callado cuando hablaste, y hubieras hablado cuando callaste; si te hubieras quedado quieto, en lugar de actuar, y hubieras actuado, en lugar de quedarte quieto, ¿qué hubiera pasado? Seguramente todo sería distinto, ¿pero quién te dice que no sería peor? Al fin y al cabo, cada paso que des ya está dado y no hay vuelta atrás. Supongo que es ley de vida, somos poco más de un minuto en la vida de los demás.
Andrea