Aurora Salazar llegó a mediodía del sábado. Fabio se puso nervioso porque no tenía hábito de tratar con mujeres, y menos en su casa. Y sobre todo porque no lo había previsto y no tenía nada para invitarla a comer.
Pero la maestra había sido más previsora:
-Antes de subir pasé por la lonja. Había una centolla recién pescada y unos calamares casi vivos.
El hombre, terco, dijo que por nada del mundo iba a admitir comer en su casa Cobn comida comprada por ella. Pero la mujer, más terca, le amenazó diciendo:
-Si no se fía de mi compra, tampoco lo hará de mis deducciones. Así que me voy.
Pero llegaron a un acuerdo y ella se quedó a almorzar.
El acuerdo fue que él se ocuparía de la cocina, mientras ella le contaba lo que había descubierto.
Fabio se puso un delantal y comenzó a cocinar. Entre el ruido de los cacharros (perolas, cazos, sartenes, espumaderas y platos, entre otros utensilios), Aurora Salazar contó lo que había descubierto.
GÓMEZ, Ricardo (2004): La isla de Nuncameolvides, Zaragoza, Edelvives, (Alandar, 58), p. 31.