Gengis sacudió la cabeza en señal de conformidad. Su amo lo desensilló, le secó el cuerpo y resolvió ir de caza. La cecina que llevaba en el hatillo podría proporcionarle alimento más adelante, pero ahora lo mejor era ir en busca de una pieza que le calmara el hambre. Bebió un sorbo del pellejo de cabra lleno de sabrosa leche de yegua y preparó el arco y las flechas.
Se puso un gorro negro en la cabeza para protegerse del ardiente sol de la estepa y se concentró en la cacería. Con el sigilo de un experto cazador, se arrastró entre las matas bajas de la llanura y con el arco listo y el ojo fijo en la punta de la flecha, se dispuso a esperar. El silencio era total, el sol caía a plomo sobre la meseta de Mongolia. El cielo, el más límpido y claro cielo del mundo, deslumbró los ojos diminutos y brillantes de Ochir. La espera podía ser eterna, pero los mongoles nunca tienen prisa. El tiempo les pertenece y ni siquiera la profunda soledad que sienten inmersos en las vastas llanuras es capaz de quebrantar su férreo espíritu. A lo lejos, Gengis pacía junto a una diminuta charca que una lluvia reciente, de las siempre escasas en su país, había originado.
Gengis sacudió la cabeza en señal de conformidad. Su amo lo desensilló, le secó el cuerpo y resolvió ir de caza. La cecina que llevaba en el hatillo podría proporcionarle alimento más adelante, pero ahora lo mejor era ir en busca de una pieza que le calmara el hambre. Bebió un sorbo del pellejo de cabra lleno de sabrosa leche de yegua y preparó el arco y las flechas.
Se puso un gorro negro en la cabeza para protegerse del ardiente sol de la estepa y se concentró en la cacería. Con el sigilo de un experto cazador, se arrastró entre las matas bajas de la llanura y con el arco listo y el ojo fijo en la punta de la flecha, se dispuso a esperar. El silencio era total, el sol caía a plomo sobre la meseta de Mongolia. El cielo, el más límpido y claro cielo del mundo, deslumbró los ojos diminutos y brillantes de Ochir. La espera podía ser eterna, pero los mongoles nunca tienen prisa. El tiempo les pertenece y ni siquiera la profunda soledad que sienten inmersos en las vastas llanuras es capaz de quebrantar su férreo espíritu. A lo lejos, Gengis pacía junto a una diminuta charca que una lluvia reciente, de las siempre escasas en su país, había originado.
Martínez, Oya (1997) : Ochir, León: Everest, pp. 14-18.
Para leer más: Ochir
PnP! (2006) . 080706-150715-Khongoryn Els-Gobi Desert-Mongolia