Monthly Archives: juliol 2010

Las bodas de Tecuixpo y Cuitláhuac

 

Tenochtitlan

Tenochtitlan

 

Mi padre decretó unas bodas magníficas. Regaló maíz a los cuatro barrios de Tenochtitlan. Parecía una cascada de maíz, una lluvia de abundancia que tuviera su origen en el cielo. Las bodas de Tecuixpo y Cuitláhuac eran benditas, acababan con el hambre, traían alegría y alimento a los tenochcas.

Los nobles fueron regalados con objetos de oro, turquesas y jades. La calzada de Iztapalapa parecía el camino de los dioses alegres, de los dioses risueños, de los cuatrocientos conejos, del dios Omacatl, que convidaba a la gente a comer y a reír, aquí sobre la Tierra.

La ceremonia principal fue en la mejor sala de las Casas Nuevas. Yo iba envuelta en un sueño, con un bello huipil del color de la Luna y mis cabellos de niña destrenzados, fluyendo como un río hasta la cintura. En la puerta de la sala estaba parado mi tío Cuitláhuac.

Mi novio.

 

GARCÍA ESPERÓN, María (2010): Copo de algodón, México, Ediciones el Naranjo, p.54.

 

 

El banquete de Moctezuma

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Nadie osó detenerlo. No había por qué. No había cómo. Su majestad, su grandeza interior subyugaba a todos. Dispuso no volver a usar nunca el mismo vestido, el mismo máxtlatl, el mismo calzado y ni siquiera los mismos platos. Después de usado, todo se regalaba a los nobles, que lo tenían como gran honor.

Convirtió la hora de comer en un banquete de dioses. No, digo mal. No un banquete de dioses, sino en el banquete de un dios: Moctezuma. Comía solo, le servían una a una sus hermosas mujeres, músicos escondidos detrás de una cortina endulzaban sus oídos, endiosaban su corazón con la música, le recordaban nota a nota su asumida condición sagrada.

Porque mi padre Moctezuma se asumió como Huitzilopochtli, como el mago colibrí azul. Pero de una manera muy diferente de la de mi tío Ahuízotl: mantuvo la aplastante obligación de los sacrificios humanos, pero en número mucho más reducido que el gobierno del tío abuelo; en el banquete ritual jamás comió carne de niños, solamente de hombres, y además se aproximó a las enseñanzas de los cantores de Huexotzingo y Texcoco. Cultivió la amistad de Nezahualpilli, el hijo del rey Nezahualcóyotl, que, como su padre, era finísimo poeta. 

  

GARCÍA ESPERÓN, María (2010): Copo de algodón, México, Ediciones el Naranjo, p. 33. Il. Marcos Almada Rivero

 

Reseña de María Eugenia Mendoza

La cuina

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-Por aquí es la cocina –dijo Elizabeth asomándose por una cortina de cretona antigua.

Yo avancé hasta la estancia donde estaba el gran fogón con su chimenea negra de hollín. Yo recordé aquellos versos de la infancia:

“Soñé que era muy niño

Que estaba en la cocina

Escuchando los cuentos

De la vieja Paulina…”

-Te presentó a mis padres –dijo Elizabeth.

Un hombre pequeño de cejas blancas y pelo canoso sonrió mientras tocaba la guitarra en arpegios aislados, como si la estuviera afinando.

-Ya que no tenemos más huéspedes, lo mejor será que cenes con nosotros –agregó Elizabeth-. Te sentirás muy solo allá en el comedor.

Y la extraña recepcionista, con sus tacones altos, su rostro maquillado, sus modales perfectos, puso la mesa junto al fogón. Nos sentamos en bancas que se adosaban a lo largo de la pared, sobre las que había gatos durmiendo sobre cojines de lana. La cena –sopa de cholgas, truchas del estuario y dulce de membrillo de postre- transcurrió medio de sonrisas y conversaciones nerviosas. Entre plato y plato –y mientras se limpiaba con una servilleta que tenía puntas de encaje-, Elizabeth habló de la belleza del estuario en un día con sol. “Es como estar en Suiza”, dijo”.

Peña Muñoz, Manuel: Mágico Sur, Madrid, SM, (3 2000), (Gran Angular. Premio Gran Angular 1997), p. 73-74.

 

 

 

Tan sólo permanecía el hambre

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Intuían que los buenos tiempos de correrías y libertad llegaban al final. Tan sólo permanecería el hambre.

De golpe, los niños volvieron a existir, a formar parte del mundo controlado: se acabaron las correrías, el tiempo sin preguntas; ahora, todos debían estar bien controlados, en el lugar designado, sin moverse.

Los colores de la historia desaparecieron engullidos por el gris, el negro y el blanco de las tocas, impecables, de las monjas, del alzacuellos bajo la nuez de los curas, de las puntillas en los faldones de monaguillos infantiles.

Lo que no fue blanco, pese a las promesas, fue el pan.

La vieja alegría de  Gran Vía se transformó en otra cosa. Se llenó de militares, de falangistas, curas y filas interminables de niños tras sus pasos de militar con sotanas, de niñas siguiendo, de dos en dos, las tocas de las monjas. Y de madrileños cabizbajos, asustados y más hambrientos.

 

ÁLVAREZ, Blanca (2010): Gran Vía, Madrid, Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil, Hitos de Madrid. Il. Francisco Delicado, p. 57-58

Gran Vía

Gran Vía. Antonio López

Gran Vía. Antonio López

 

 

Los niños, en medio del espanto, gozaron de una impensable libertad de movimientos. Y todo parecía estar permitido.

La vida debía tener menos valor.

Los adultos andaban demasiado ocupados.

La muerte te encontraba en cualquier esquina de la ciudad.

Buscar comida, escondrijos y gatos, se convirtió en la tarea principal de los niños durante la guerra. Los gatos llegaron a ser un mercado paralelo del cual eran señores los niños, capaz de convertir el hambre en espejismo por entre sus huesecillos roídos. Eso y correr a la más cercana estación de metro cuando sonaban las alarmas.

Paco y Eladio ya eran, por entonces, hermanos en la libertad, en el hambre, en los negocios gatunos, en la pasión por el cine, las canicas y las correrías. Y en el desastre. Fue por entonces cuando la Gran Vía se convirtió en uno de sus lugares favoritos para las excursiones “hacia lo desconocido”.

 

 pp. 44-45

ÁLVAREZ, Blanca (2010):

Poques provisions

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Pero el problema más grave ha surgido a la hora de preparar la cena. Después de dos días y medio de marcha, nuestras provisiones comienzan a agotarse. Cuando hemos reunido los alimentos que quedaban en los macutos hemos comprobado que apenas alcanzaban para acallar los rugidos de nuestros estómagos.

-¡Qué incautos somos! –he dicho en voz alta-. Los viajes de los antiguos exploradores duraban meses, y en algunos casos llegaban a prolongarse durante años. Y nunca los iniciaban sin disponer de un gran número de provisiones.

-Ellos no buscaban a tu madre –me ha replicado Sengar riéndose-. Nosotros sólo tenemos que aguantar unos pocos días y, además, pronto llegaremos a algún lugar donde podremos comer hasta hartarnos.

-Bastará con que bajemos a las carreteras del otro lado y busquemos una aldea –ha dicho Leo fingiendo seguridad.

-De todas formas, Berta tiene razón –ha intervenido Mulu-. Será mejor que administremos con prudencia lo poco que tenemos. Por esta noche nos conformaremos con sopa de sobre y el poco maíz que nos queda.

Hemos decidido hacerlo así, aun sabiendo que eso significaba pasar hambre, y hemos masticado con calma la pasta de maíz. Ha sido bastante duro: después de la marcha del día, nos sentíamos desfallecidos.

La noche había caído muy deprisa sobre nuestras cabezas, y la majestuosidad de esta selva resulta mucho más oscura y amenazadora que todos los bosques que hemos atravesado.

 

 

MARÍN, Francisco M.(2000): Las Montañas de la Luna, Barcelona, Alba, (Mapamundi), p. 107-108.

Quan hi ha gana, tot es desconfiança

Mapa de Ruanda

Mapa de Ruanda

 

Hasta hace poco había en Ruanda dos grupos étnicos: los hutus y los tutsis. Eran distintos pero habían convivido pacíficamente durante muchos años y ambos se consideraban ruandeses. Ahora la pobreza los ha llevado a considerarse enemigos. En toda la zona de los Grandes lagos hay eso que se llama superpoblación. Cuando falta comida, la gente desconfía de los que no son como ellos, de los diferentes. Y aunque a los europeos todos los negros nos parezcan iguales, no todos los habitantes de África son lo mismo.

 

MARÍN, Francisco M.(2000): Las Montañas de la Luna, Barcelona, Alba, (Mapamundi),

pág. 71

Sempre pollastre!

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Como ya eran las seis y media, y aquí se cena muy pronto, Kenya ha preparado limonada fresca y nos ha enviado al porche mientras ella ultimaba la cena.

¿Sabes lo que había para cenar, diario? Lo has adivinado. Había pollo.

Después de quitar la mesa, y mientras escribo estas notas, nos hemos quedado contemplando el rojo sol de África escondiéndose por las colinas del oeste y produciendo un efecto espectacular con su disco de fuego.

 

pág. 44.

MARÍN, Francisco M.(2000): Las Montañas de la Luna, Barcelona, Alba, (Mapamundi), 

Volverá sano y gordo

 

LA REINA. Vosotros, mis buenos servidores, cuidad a vuestro Príncipe.

EL PRECEPTOR. Volverá hecho un sabio.

TONINO. Os lo traeré sano y gordo.

LA REINA. Eso, eso… Cuidado con lo que comes, sobre todo. No le dejes atracarse de mojama, castañas pilongas ni pastillas de goma… Ya sabes que el Príncipe se muere por esas golosinas… Ved que es el heredero del reino.

EL PRECEPTOR. Vuestro reino tendrá en él a un rey sabio y justo.

 

BENAVENTE, Jacinto (2010): El príncipe que todo lo aprendió en los libros, Barcelona, Juventud, p. 14.

Siempre que ceno huevos fritos… tengo pesadillas

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Siempre que ceno huevos fritos tengo pesadillas. Pero no puedo contenerme, me gustan demasiado. Sobre todo los que trae doña Pura cuando vuelve de la sierra. Son gordos, amarillos…; brillan tanto que casi hay que comerlos con gafas de sol.

La noche en que empezó esta aventura estaba soñando que una enorme gallina con gafas de sol y cazadora de cuero rojo quería detenernos a mí y a Mario –el renacuajo de mi vecino- por haber robado siete sacos de maíz. Yo le decía que no sabía nada y entonces ella me miraba con cara de no creerme y me decía, en inglés de película americana:

-Yeah? Hard to believe, babe.

 

FONSECA, Javier (2010): Clara Secret y el caso del soldado desaparecido, Madrid, Macmillan, Il. Joaquín González, p. 9.

 

Il·lustració de Joaquín González

Il·lustració de Joaquín González