Category Archives: Compromís social

El deseo de comer tarta de manzana

 

Tarta de manzana

Tarta de manzana

“-¡Tarta de manzana!

-¡Exactamente, tarta de manzana! –exclamó la voz de Delicia Esquelética. Hablaba desde un micrófono oculto-. En el horno –prosiguió-, se está cociendo una tarta de manzana. ¡Si pudieras verla! Es una delicia: inflada y tierna por los lados, completamente recubierta de rodajitas de fruta acaramelada. Qué lástima, cerdito mío, que tú nunca llegues a comerla. ¡Nunca!

Era una tortura espantosa. Michele se tapó la nariz y trató de respirar por la boca.

Al olorcillo a tarta de manzana le siguieron los aromas de los rollitos rellenos, al de rollitos, el de natillas y macarrones gratinados, al de macarrones, el de caramelos, y así sin cesar.

Aquella noche, Michele lloró, un poco por todos aquellos aromas y un poco porque, en el fondo, él había querido a sus padres postizos”.

  

TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, p. pág. 57.

 

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Menjar de ciència-ficció vs menjar normal

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El va a sortir a rebre en Fidor-4, el seu robot domèstic. La veu metàl·lica d`en Fidor li va donar la benvinguda de la manera acostumada:

-Bona tarda, preciutadà Lior V12-19.314. La teva ració d`estimulant energètic és a la cambra de manipulació alimentària. Se`ns ha acabat el succedani de fruites. Et prego que em disculpis.

-No hi fa res, Fidi. Ja estic ben tip de tant succedani de fruites. Quines altres coses hi a l`aparell de conservació d`aliments preenvasats?

-He comprat aquelles delicioses begudes amb bombolles que tant t`agraden, Lior –va dir en Fidor abaixant una mica el volum dels seus altaveus.

-Mmmm…, fantàstic, Fidi! Tu sí que penses en tot.

Els ulls del robot van deixar anar algunes guspires elèctriques davant el compliment de què havia estat objecte. En Lior es va dirigir a la cambra de manipulació alimentària. Era el primer que feia cada dia després de tornar de l`aulari. Ho havia fet així sempre, des que ell tenia records. Li agradaven l`escalforeta suau d`aquella sala i el soroll mecànic i dolç de les màquines, sempre enfeinades, sempre indiferents a tot el que passava; la màquina d`aprofitament de residus orgànics, la trituradora de deixalles i, sobretot!, l`agradable i familiar zumzeig de la cinta transportadora d`aliments.  

Acostumat al menjar preelaborat, preenvasat i gairebé predigerit que havia consumit des de molt petit, ara el seu estómac no admetia de cap manera la fruita i la verdura fresca, la llet blanca i calentona acabada de muniyr, la fina carn del peix o del pollastre i tot allò que la gent d`allà semblava que menjava amb tant de gust. Tots aquells nous sabors no li semblaven gens apetitosos, i a més veure com la gent manipulava els aliments, “cuinaven”, en deien ells, li produïa una sensació de fàstic intensíssima.

  

PRADAS, Núria (14 2002): Lior, Barcelona, Cruïlla, El Vaixell de Vapor, 67,  p. 11 i p. 88.

Poder saciar el hambre… al fin

 

 

-¿Os habéis escapado? –pregunté como un estúpido.

-Bueno. Algo así. Pero sólo por un rato, para traerte esto –dijo Miguel enseñándome una bolsa llena de comida-. Si tienes que estar aquí un tiempo, con un bocadillo no tendrás bastante…

Galletas, leche, pan, mermelada, magdalenas, queso… Me habían traído media despensa desde su casa. Los ojos se me estaban haciendo agua, como si quisieran llorar de alegría, y los dientes empezaron a mascar antes de introducir el primer trozo de comida en la boca.

-Empieza de una vez, que tienes que estar con un agujero en el estómago –me dijo Alicia adivinando mi urgencia.

No hacía falta que me animaran mucho, y tampoco tenía yo fuerzas para resistir por más tiempo sin probar aquellas maravillas. Me di tal atracón en dos minutos que creí que me iba a atragantar. Me entró el hipo y se recortó mientras comía. Alicia y Miguel me miraban con los ojos desorbitados, como si estuvieran viendo un fenómeno de la naturaleza, y se reían al mismo tiempo.

-¡Qué bárbaro! Si llegamos un poco más tarde, se hubiese comido la verja –dijo Miguel.

-Puedes estar seguro –contesté yo con el estómago repleto, feliz como pocas veces en mi vida.

 

PÁEZ, Enrique (34 2010): Abdel, Madrid, SM, (El Barco de Vapor, 76), p. 82-83.

Manzanas rojas

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SALIM:

            No te preocupes, madre, yo te ayudaré. Dejaré de ir por la tarde a la escuela y prepararemos juntos las manzanas para llevar algunas más al mercado.

GAZALA:
            Para hacer más hay que tenerlas, y para tenerlas hay que pagarlas. Cuando no las vendemos todas, no se puedan comprar más, Salim.

SALIM:

            Me quedaron algunas de ayer. Le diré al maestro que hoy no puedo ir.

GAZALA:

            Si no estudias, Salim, nunca podrás tener una vida mejor, ni lograrás ayudar a tu pueblo.

 

MATILLA, Luis (2006): Manzanas rojas, Anaya, Madrid, Sopa de Libros. Teatro, 4, p. 66-67. Il. Francisco Delicado

Los indios crow

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Llegó la quinta luna llena y, con ella, los primeros vientos fríos. Repletos los sacos de frutos y semillas y secadas las carnes de los animales cazados, los crow recogieron sus pieles, sus tipis y los palos que sostenían las tiendas, preparándose para el viaje.

Antes de partir, cada familia dejó en el centro de donde había plantado su tipi un puñado de frutos y semillas y una ofrenda de carne y de pescado, como agradecimiento a la Madre Tierra por haberles dejado utilizar su suelo y tomar su agua.

También agradecieron al Espíritu del Bosque que les hubiera permitido recolectar frutos, recoger resinas o quemar leña.

Y dieron las gracias al Gran Espíritu porque los peces se hubieran dejado pescar y los ciervos se hubieran dejado cazar.

Por último, en una danza en la que participaron de ancianos a niños, se alegraron por haber pasado en las montañas cinco lunas más, deseando estar de regreso cuando las nieves se hubiesen retirado y los grandes animales del bosque se hubieran saciado de la comida que les correspondía.

Después de todo eso, el pequeño grupo de indios crow emprendió su viaje anual hacia las grandes praderas.

 

GÓMEZ, Ricardo (2006): Ojo de Nube, Madrid, SM, Barco de Vapor, 186, p. 20-21

Les cabres saharauis

 

El Sahara

El Sahara

Algunas cabras saharauis comemos papel. Muchos dirán que somos unas cochinas, pero una vez que te acostumbras al sabor de la tinta, la celulosa prensada está incluso rica. La ventaja de comer papel es que te vuelves una cabra ilustrada. Llega un momento en que, de comer tanto papel, aprendes a leer. No sé cómo, pero aprendes.

Tenía razón el abuelo de Luali. ¡Les han olvidado!

Cuando alguna de nosotras come alguna noticia que habla del Sáhara, va rápido a contárselo a las demás. Pero esto sucede muy pocas veces. El mundo, por lo visto, tiene muchas otras cosas en qué pensar. No quiere saber nada de esa gente.

 

 

GÓMEZ, Ricardo (2009): “El hombre que abrió camino al mar”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 28.

 

Angoixa a Beirut

Perro hundido en la arena. Goya. Museo del Prado

Perro hundido en la arena. Goya. Museo del Prado

 Cuatro horas antes de la explosión que dejó aturdido y casi ciego al perro de patas semihundidas, se oyó el chiquichaque de la cerradura, y entró el padre de Faiuruz. Su mujer salió a la puerta y le indicó con un gesto que no hiciera ruido, para no despertar a la niña. Cuchichearon en la cocina, con la puerta cerrada, sobre la angustia vivida con las sirenas de media mañana, e intercambiaron impresiones sobre la marcha de los acontecimientos.

Él puso agua al fuego para preparar un té, mientras ella colocaba la tetera y las tazas. Por suerte, tenían provisiones para más de una semana, y las garrafas de agua estaban llenas. Nunca se sabía cuándo se podía cortar el suministro. Peor era que faltasen el gas, o la electricidad, se dijeron sin decirse nada.

 

GÓMEZ, Ricardo (2009): “El perro de Goya en Beirut”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 15.

 

Tan sólo permanecía el hambre

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Intuían que los buenos tiempos de correrías y libertad llegaban al final. Tan sólo permanecería el hambre.

De golpe, los niños volvieron a existir, a formar parte del mundo controlado: se acabaron las correrías, el tiempo sin preguntas; ahora, todos debían estar bien controlados, en el lugar designado, sin moverse.

Los colores de la historia desaparecieron engullidos por el gris, el negro y el blanco de las tocas, impecables, de las monjas, del alzacuellos bajo la nuez de los curas, de las puntillas en los faldones de monaguillos infantiles.

Lo que no fue blanco, pese a las promesas, fue el pan.

La vieja alegría de  Gran Vía se transformó en otra cosa. Se llenó de militares, de falangistas, curas y filas interminables de niños tras sus pasos de militar con sotanas, de niñas siguiendo, de dos en dos, las tocas de las monjas. Y de madrileños cabizbajos, asustados y más hambrientos.

 

ÁLVAREZ, Blanca (2010): Gran Vía, Madrid, Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil, Hitos de Madrid. Il. Francisco Delicado, p. 57-58

Gran Vía

Gran Vía. Antonio López

Gran Vía. Antonio López

 

 

Los niños, en medio del espanto, gozaron de una impensable libertad de movimientos. Y todo parecía estar permitido.

La vida debía tener menos valor.

Los adultos andaban demasiado ocupados.

La muerte te encontraba en cualquier esquina de la ciudad.

Buscar comida, escondrijos y gatos, se convirtió en la tarea principal de los niños durante la guerra. Los gatos llegaron a ser un mercado paralelo del cual eran señores los niños, capaz de convertir el hambre en espejismo por entre sus huesecillos roídos. Eso y correr a la más cercana estación de metro cuando sonaban las alarmas.

Paco y Eladio ya eran, por entonces, hermanos en la libertad, en el hambre, en los negocios gatunos, en la pasión por el cine, las canicas y las correrías. Y en el desastre. Fue por entonces cuando la Gran Vía se convirtió en uno de sus lugares favoritos para las excursiones “hacia lo desconocido”.

 

 pp. 44-45

ÁLVAREZ, Blanca (2010):

Un àpat a la presó

-Hemos conseguido –dijo Fidel- permiso para hacerte una comida de bienvenida en la celda más amplia del penal, la número once. Un gran banquete de espera. Hemos escrito hasta el menú. Aquí lo tiene el señor para que dé su aprobación.

Casa de Miguel Hernández a Orihuela

Casa de Miguel Hernández a Orihuela

 No pude evitar una amplia sonrisa que dirigí a todos.

-“Sopa sala once, jamón de donde sea, ensalada del preso, cigarrillos plenipotenciarios, macedonia del condenado, café de la libertad…” Todo en honor a nuestro poeta.

Éramos once personas en el banquete de la celda número once. No hubo palabras de amargura por parte de nadie. Brindamos sin vino y hubo incluso pequeños discursos al final de una comida que me pareció exquisita.

 

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, pp. 217-218

 

Textos de Tren de ida y vuelta en pdf

 

Fundación Cultural Miguel Hernández

 

Obra de Miguel Hernández

 

Casa-Museo de Miguel Hernández