-¡Exactamente, tarta de manzana! –exclamó la voz de Delicia Esquelética. Hablaba desde un micrófono oculto-. En el horno –prosiguió-, se está cociendo una tarta de manzana. ¡Si pudieras verla! Es una delicia: inflada y tierna por los lados, completamente recubierta de rodajitas de fruta acaramelada. Qué lástima, cerdito mío, que tú nunca llegues a comerla. ¡Nunca!
Era una tortura espantosa. Michele se tapó la nariz y trató de respirar por la boca.
Al olorcillo a tarta de manzana le siguieron los aromas de los rollitos rellenos, al de rollitos, el de natillas y macarrones gratinados, al de macarrones, el de caramelos, y así sin cesar.
Aquella noche, Michele lloró, un poco por todos aquellos aromas y un poco porque, en el fondo, él había querido a sus padres postizos”.
TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, p. pág. 57.
El día de la fiesta de Pentecostés, muy de mañana, toda la familia de Samuel se dirigió, junto con el resto de los vecinos, a ofrecer a Dios los primeros frutos recogidos de la cosecha. El padre, por su condición de sacerdote del Templo, era quien dirigía la ceremonia, esperando a la gente en el altar construido para tal ocasión. La comitiva iba encabezada por un buey con los cuernos recubiertos de oro y una guirnalda de olivo sobre la testuz, y los niños lo precedían haciendo sonar sus flautas. El abuelo y el tío llevaban dos roscas de ocho litros de flor de harina, cocidas con levadura tal como prescribía el Levítico, y los demás miembros de la familia portaban al hombro distintos cestos con los frutos recogidos: higos, granadas, almendras, olivas, sandías, melones y manzanas, así como diversos vegetales.
MENÉNDEZ-PONTE, María (2010): Si lo dicta el corazón, Madrid, SM, (Los libros de María, 4), p. 30.
Los pensamientos se le agolparon en la cabeza. Annemarie recordó lo
que le había dicho su madre: “Si te detienen debes actuar como una
niñita inocente”.Miró a los soldados. Recordó cómo había mirado a los otros, asustada,
cuando la detuvieron en la calle.Kirsti no se asustó. Kirsti solo era... eso, una niñita inocente, enfadada
porque el soldado le tocó el pelo. No sabía lo peligroso que podía ser,
y al soldado le hizo gracia.Annemarie puso todo su empeño en comportarse como lo habría hecho
Kirsti.-Buenos días –les dijo con cautela.La miraron de arriba abajo en silencio. Los dos perros estaban inquietos
y alerta. Los soldados que sujetaban las correas llevaban unos guantes
gruesos.-¿Qué haces aquí? –le preguntó uno de ellos.Annemarie le mostró la cesta, con el trozo de pan bien visible.-Le llevo el almuerzo a mi tío Henrik. Lo ha olvidado. Es pescador.Los soldados miraban por encima de Annemarie y escudriñaban