Menos mal que salió enseguida el ventero. Al ver la figura del caballero, imaginó que no debía de estar muy cuerdo. Por eso le ofreció posada con buenas palabras.
A don Quijote le pareció el señor del castillo y aceptó gustoso su invitación.
Las mujeres le ayudaron a desarmarse, pero no pudieron quitarle el casco, porque lo tenía atado con cintas verdes y fuertes nudos, y él no quiso que las cortaran.
Como él tenía que sostenerse la visera, sólo pudo comer con su ayuda: ellas le ponían la comida en la boca. Beber fue más complicado: necesitó una caña que el ventero agujereó.
Y dado que a él le parecía que comía en un castillo y le ayudaban bellas doncellas, decidió que ése era el lugar adecuado para armarse caballero. Y así se lo pidió al señor del castillo.
El ventero, que era aficionado a los libros de caballerías, aceptó hacerlo.
Pasó la noche velando las armas.
NAVARRO DURÁN, Rosa (2005): El Quijote contado a los niños, Barcelona, Edebé, pp. 16-18. Ilustraciones Francesc Rovira.