Tag Archives: Figues

La comida del sabbath

si_lo_dicta-el_corazon

 

Una vez en casa de su abuelo, los dos primos procedieron a lavarse las manos y los pies. Esther y la madre de Samuel se los lavaban a su marido, al abuelo y a los tíos, en tanto que la madre de Leví y la mujer de Marcos lo hacían con los invitados, y les ungían los pies con perfumes, pues era costumbre que las mujeres realizaran esta tarea. El lavatorio de pies y manos era un ritual obligado antes del almuerzo, pero los sábados se hacía con una mayor ceremonia, ya que, al no tener que ir a trabajar, la comida era mucho más relajada que la del resto de la semana, y la sobremesa solía prolongarse hasta la caída de la tarde, cuando aparecían las primeras estrellas.

A continuación, se sentaron en unos almohadones en torno a la mesa, y el abuelo pidió al padre de Samuel que realizara la bendición de los alimentos y las oraciones de acción de gracias. Luego, él mismo fue poniendo sobre el pan ácimo pedazos de pollo asado en la víspera –ya que en el sabbath no se podía cocinar- y repartiéndolo entre los comensales, mientras su mujer escanciaba el vino en las copas. En el centro de la mesa había vasijas de distintos tamaños con lentejas, mantequilla, queso, higos y frutos secos, y en medio, uno que contenía la salsa en la que podían mojar el pan por turnos.

Al finalizar la comida, las mujeres se retiraron al gineceo mientras los hombres permanecían charlando en uno de los patios de la hacienda.

MENÉNDEZ-PONTE, María (2010): Si lo dicta el corazón, Madrid, SM, (Los libros de María, 4), (p. 21).

 

 

A Platero le gustan las mandarinas…

mandarinas-cancer

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel…

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra… Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

— Tiene acero…

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

JIMÉNEZ, Juan Ramón: Platero y yo. Capítulo I