Category Archives: Gómez, Ricardo

Una centolla y calamares

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Aurora Salazar llegó a mediodía del sábado. Fabio se puso nervioso porque no tenía hábito de tratar con mujeres, y menos en su casa. Y sobre todo porque no lo había previsto y no tenía nada para invitarla a comer.

Pero la maestra había sido más previsora:

-Antes de subir pasé por la lonja. Había una centolla recién pescada y unos calamares casi vivos.

El hombre, terco, dijo que por nada del mundo iba a admitir comer en su casa Cobn comida comprada por ella. Pero la mujer, más terca, le amenazó diciendo:

-Si no se fía de mi compra, tampoco lo hará de mis deducciones. Así que me voy.

Pero llegaron a un acuerdo y ella se quedó a almorzar.

El acuerdo fue que él se ocuparía de la cocina, mientras ella le contaba lo que había descubierto.

Fabio se puso un delantal y comenzó a cocinar. Entre el ruido de los cacharros (perolas, cazos, sartenes, espumaderas y platos, entre otros utensilios), Aurora Salazar contó lo que había descubierto.

 

GÓMEZ, Ricardo (2004): La isla de Nuncameolvides, Zaragoza, Edelvives, (Alandar, 58), p. 31.

Los indios crow

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Llegó la quinta luna llena y, con ella, los primeros vientos fríos. Repletos los sacos de frutos y semillas y secadas las carnes de los animales cazados, los crow recogieron sus pieles, sus tipis y los palos que sostenían las tiendas, preparándose para el viaje.

Antes de partir, cada familia dejó en el centro de donde había plantado su tipi un puñado de frutos y semillas y una ofrenda de carne y de pescado, como agradecimiento a la Madre Tierra por haberles dejado utilizar su suelo y tomar su agua.

También agradecieron al Espíritu del Bosque que les hubiera permitido recolectar frutos, recoger resinas o quemar leña.

Y dieron las gracias al Gran Espíritu porque los peces se hubieran dejado pescar y los ciervos se hubieran dejado cazar.

Por último, en una danza en la que participaron de ancianos a niños, se alegraron por haber pasado en las montañas cinco lunas más, deseando estar de regreso cuando las nieves se hubiesen retirado y los grandes animales del bosque se hubieran saciado de la comida que les correspondía.

Después de todo eso, el pequeño grupo de indios crow emprendió su viaje anual hacia las grandes praderas.

 

GÓMEZ, Ricardo (2006): Ojo de Nube, Madrid, SM, Barco de Vapor, 186, p. 20-21

Les cabres saharauis

 

El Sahara

El Sahara

Algunas cabras saharauis comemos papel. Muchos dirán que somos unas cochinas, pero una vez que te acostumbras al sabor de la tinta, la celulosa prensada está incluso rica. La ventaja de comer papel es que te vuelves una cabra ilustrada. Llega un momento en que, de comer tanto papel, aprendes a leer. No sé cómo, pero aprendes.

Tenía razón el abuelo de Luali. ¡Les han olvidado!

Cuando alguna de nosotras come alguna noticia que habla del Sáhara, va rápido a contárselo a las demás. Pero esto sucede muy pocas veces. El mundo, por lo visto, tiene muchas otras cosas en qué pensar. No quiere saber nada de esa gente.

 

 

GÓMEZ, Ricardo (2009): “El hombre que abrió camino al mar”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 28.

 

Angoixa a Beirut

Perro hundido en la arena. Goya. Museo del Prado

Perro hundido en la arena. Goya. Museo del Prado

 Cuatro horas antes de la explosión que dejó aturdido y casi ciego al perro de patas semihundidas, se oyó el chiquichaque de la cerradura, y entró el padre de Faiuruz. Su mujer salió a la puerta y le indicó con un gesto que no hiciera ruido, para no despertar a la niña. Cuchichearon en la cocina, con la puerta cerrada, sobre la angustia vivida con las sirenas de media mañana, e intercambiaron impresiones sobre la marcha de los acontecimientos.

Él puso agua al fuego para preparar un té, mientras ella colocaba la tetera y las tazas. Por suerte, tenían provisiones para más de una semana, y las garrafas de agua estaban llenas. Nunca se sabía cuándo se podía cortar el suministro. Peor era que faltasen el gas, o la electricidad, se dijeron sin decirse nada.

 

GÓMEZ, Ricardo (2009): “El perro de Goya en Beirut”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 15.

 

Esmorzar a la postguerra

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A la cocina llegaba ya la luz acaramelada del sol que despuntaba por los montes. No quiso prender la luz para resguardarse en la penumbra de la agresión de los recuerdos. Con la destreza que da la costumbre, se dirigió a la oscura alacena y tanteó hasta encontrar la lechera. Vertió leche en el cazo y lo depositó sobre los hierros de la placa. Colocó también sobre el fuego un pocillo con una mezcla de café y achicoria. Echó en el tazón unas rebanadas de pan de hogaza y esperó a que la leche y el café se calentaran. Desayunó despacio. Su mirada seguía los movimientos de la cuchara y su vista apenas se levantó del cuenco. Se había acostumbrado a mirar al vacío, protegiéndose de sus pensamientos.

Recogió los cacharros y los dejó en la pila. Decidió no fregar para no mancharse la ropa.

 

GÓMEZ, Ricardo: Mujer mirando al mar. Madrid, SM, 2010, pág. 90.

 

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