Category Archives: Humor

¿Tú no sabes qué es la morcilla?

morcilla

A mediodía soltaron a Miguel, y cuando entró en la cocina, Ida corrió hacia él.

-Tenemos morcilla para comer –le anunció, radiante de alegría.

¿Tú no sabes qué es la morcilla? Son grandes bolas negras con grasa de tocino dentro. Sabe como el budín de sangre, pero diferente y mucho mejor. La morcilla se hace de sangre, exactamente como se hace el budín de sangre, y como estaban de matanza en Katthult, era natural que la mamá de Miguel hiciera morcillas.

Había preparado la masa de la morcilla en una gran fuente de barro que estaba en la mesa, y en  la lumbre ya hervía el agua en la enorme olla de hierro. Em seguida habría morcillas, y por eso reinaba gran alegría.

-Yo voy a comerme dieciocho –dijo Ida de repente, aunque era muy pequeña y por su estatura sólo podría engullir media morcilla.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Las aventuras de Miguel el travieso, Barcelona, Juventud, p. 100.

¿Y la salchicha?

 

 

salchichas

 

La mamá de Miguel empezó enseguida a poner la mesa. Le cayeron algunas lágrimas sobre la ensalada de arenques cuando la llevaba en las manos, pero la puso en la mesa juntamente con los rollos de carne, las chuletas de cerdo y las tartas de queso y todo lo demás. La señora Petrell se relamía. Aquello parecía prometedor. Pero todavía no había visto la salchicha y eso la inquietó.

De pronto, la mamá de Miguel dijo:

-Lina, se nos ha olvidado la salchicha. ¡Corre enseguida a buscarla!

Lina salió corriendo. Todos estaban esperando con ansiedad, y la señora Petrell asentía:

-Sí la salchicha. Nos sabrá riquísima en medio de esta pesadumbre.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Las aventuras de Miguel el travieso, Barcelona, Juventud, p. 55.

 

La cabeza en la sopera

miguel-travieso

 

Aquel día, en Katthul tenían la sopa de carne para comer. Lina había echado la sopa en la sopera de flores y todos estaban sentados a la mesa tomándola, especialmente Miguel. Le gustaba la sopa, y se oía cuando él la tomaba.

-¿Por qué tienes que sorber así? –le preguntaba su mamá.

-Porque si no, no se sabe que es sopa –decía Miguel.

En realidad él decía así: “Si un, un se sabu que es sopu”. Pero ahora no nos interesa eso del dialecto de Samaland.

Todos comieron tanto como pudieron hasta que la sopera estuvo vacía. Solamente quedaba un sorbito en el fondo. Ese sorbito se le antojó a Miguel y la única manera de conseguirlo era meter toda la cabeza en la sopera y sorberlo. Eso hizo Miguel y oyeron muy claramente cómo sorbeteaba allí dentro. Pero después Miguel tenía que sacar la cabeza de nuevo y, fíjate, no podía. Se había quedado atascado. Entonces Miguel se asustó y se levantó de la mesa y allí estaba él con la sopera, como un casco, en la cabeza. Llegó al extremo de taparle los ojos y las orejas. Miguel tiraba del cacharro y gritaba. Lina estaba muy preocupada.

-Nuestra preciosa sopera –decía-. Nuestra preciosa sopera de flores. ¿Dónde pondremos ahora la sopa?

Mientras Miguel estuviera dentro de la sopera, no se podría echar la sopa en ella. Eso era lo que ella comprendía, aunque de ordinario no comprendía mucho.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Las aventuras de Miguel el Travieso, Barcelona, Juventud, p. 13-14.

¡Esto tiene que estar muy bueno!

Astrid Lingren amb la Pippi televisiva

Astrid Lingren amb la Pippi televisiva

 

-¡Esto tiene cara de estar muy bueno! ¿Cuándo vamos a empezar?

En este momento entró la sirvienta con la tetera, y la señora Settergreen preguntó:

-¿Tomamos el té ya?

-¡Eh, que soy yo la primera! –advirtió  Pippi.

Y en dos saltos se plantó al lado de la mesa. Arrambló todas las pastas que pudo de una bandeja, echó cinco terrones de azúcar en su taza de té, vació en ella buena parte de la nata que había en una fuente y volvió a su silla con el botín, antes de que las damas tuvieran tiempo de llegar a la mesa.

Pippi estiró las piernas y colocó su plato de pastas entre sus pies. Seguidamente empezó a mojar pastas en la taza de té y a llevárselas a la boca, donde acumuló tan cantidad de ellas que no podía pronunciar palabra, por mucho que lo intentaba. En un santiamén dio fin a las pastas. Entonces se levantó, golpeó el plato con los nudillos como quien toca una pandereta y se acercó a la mesa para ver si quedaba algo. Las damas la miraban con un gesto de reprobación, pero ella no se daba cuenta.

Charlando alegremente y cogiendo ahora un pastel, luego otro, dio varias vueltas a la mesa.

-Les agradezco mucho que me hayan invitado –manifestó-. Nunca había asistido a un té.

En la mesa había un gran pastel de crema con un adorno de color rojo en el centro. Pippi lo contempló con las manos en la espalda. De pronto se inclinó y apresó el adorno con los dientes. Pero esta pesca fue tan precipitada, que, cuando volvió a ponerse derecha, su cara estaba cubierta de crema.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Pippi Calzaslargas, Barcelona, Ed. Juventud, Il. Richard Kennedy, p. 

105-106

Una tortilla voladora

Inger Nilsson: la Pippi televisiva

Inger Nilsson: la Pippi televisiva

 

Pippi exclamó:

-¡Aquí se cuecen tortillas! ¡Aquí se sirven tortillas! ¡Aquí se fríen tortillas!

Dicho esto, sacó tres huevos y los arrojó al aire. Uno de ellos le cayó en la cabeza, se rompió y la yema resbaló por su frente hasta uno de sus ojos. Pero los otros dos cayeron y se rompieron donde debían: en una taza.

-Siempre he oído decir que la yema de huevo es buena para el cabello –dijo Pippi limpiándose el ojo-. Veréis lo de prisa que me crece ahora y lo fino que me queda. Por eso en el Brasil todo el mundo lleva un huevo en la cabeza, y por eso no hay brasileños calvos. Hubo un anciano tan original, que se comía los huevos en vez de ponérselos en la cabeza. Naturalmente, se quedó calvo. Y cuando salía a la calle, la gente se aglomeraba alrededor de él y tenía que acudir la policía.

Mientras hablaba, Pippi iba sacando cuidadosamente los trocitos de cáscara que habían quedado en la taza. Luego descolgó de la pared un cepillo de baño y batió con él los huevos de tal modo, que en seguida empezaron a subir e incluso treparon por las paredes. Finalmente, recogió cuanto pudo y lo echó en una sartén que había sobre el hornillo. Cuando la tortilla se doró por un lado, la lanzó al aire, casi hasta el techo, y la tortilla, dando una voltereta, volvió a caer en la sartén. Luego la arrojó hacia un lado, y la tortilla, volando a través de la cocina, fue a aterrizar en un plato que había sobre la mesa.

-¡Coméosla antes de que se enfríe! –exclamó.

Tommy y Annika empezaron a comérsela y la encontraron exquisita.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Pippi Calzaslargas, Barcelona, Ed. Juventud, Il. Richard Kennedy, p. 14-15.

 

Dia normal al campament… o no?

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Dia normal al campament. Hem nedat, hem pres el sol, hem jugat al baló, hem trobat un crani i hem sopat espaguetis, com sempre. Víctor s`ha manifestat amb una pancarta davant del barracot que fa de cuina i ha exigit que li canviaren la dieta. “Com va escriure E.E. Cummings”, deia el rètol, “hi ha una merda que no em menjaré”. El cuiner, molt amoïnat per la crítica, li ha donat una tallada de vedella torrada i una puntada de peu al cul. “Tin, un filet de primera per al senyor E. E.”, li ha dit. Crec que els monitors haurien d`haver intervingut i expulsat el cuiner. No hi ha dret que ens tracten així: la carn estava cremada. Silvestre, sempre amatent amb els amics, ha agafat la vedella i l`ha tirat contra el terra.

-No hem pagat vint-i-cinc mil pessetes perquè ens donen un tros de carbó –ha cridat.

-Era el meu tros de carbó –li ha contestat Víctor-. Estic fart de tu, m`entens, mofeta?

I tot seguit ha pres la carn de terra i l` ha estampat contra els espaguettis de Silvestre. L`impacte ha esguitat de tomata tres companys del campament, un gèmini, un Àries i un Libra, els quals, juntament amb Silvestre, han introduït el cap de Víctor en el perol de la pasta i l`han deixat gitat, tan llarg com és, damunt la taula. Aleshores Lídia ha tirat el seu plat sobre la cara de Silvestre i una Taure agressiva amb ascendent Sagitari ha aprofitat la confusió per a llançar el bol de tomata al cuiner. A l`acte s`ha improvisat una disputa entre acampadors i monitors el resultat de la qual ha estat que tot el campament se n`ha anat al llit empastifat d`espaguetis i que els monitors, malgrat tot, han guanyat la baralla: demà haurem de fer una marxa de deu quilòmetres com a càstig.

 

ALAPONT, Pasqual (1996): Quin sidral de campament!, Barcelona, Cruïlla, Gran Angular, 79, pp. 54-55.

 

Més informació

“Corn flakes”

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El dia de la Gran Competició Esportiva em vaig llevar ple de confiança en mi mateix. No puc dir que els entrenaments de salt d`alçada haguessin estat un èxit, però em sentia com si tingués ales als turmells. Feia sol, l`aire era net i era un d`aquells dies ideals que no fa fred ni calor. Vaig anar directament a la cuina i em vaig servir un bon plat de corn flakes amb llet i iogurt. Per acabar de donar-me energies, hi vaig posar un parell de plàtans i una taronja tallats a trossos. Quan anava a inaugurar el plat, va treure el cap la mare.

-Qué menges, nen?

-Ja ho veus: corn flakes.

-D`on els has tret?

-Vaig fer una ràtzia pel súper.

-I per què no prens la llet amb galetes, com sempre?

-Perquè als corn flakes hi ha molta més energia. Que no ho has vist als anuncis?

-Nen –va fer una pausa, com si dubtés de revelar-me el que anava a dir-. La publicitat no sempre diu la veritat.

Vaig aparcar la cullera uns segons.

-Ja ho sé, mare, ja ho sé, però és que a Califòrnia mengen corn flakes per esmorzar.

-A Califòrnia…- va repetir amb aquella cara que fa ella quan no entén res de res.

Vaig continuar menjant. Omplint-me el cos d`energia concentrada, mentre la mare sortia de la cuina. 

 

 

MORET, Xavier (1999): La vida és rara, Barcelona, Cruïlla, Gran Angular, 105, p. 125-126 

 

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M`agraden els supermercats!!!

supermercat

 

M`agraden els supermercats, com més grans millor. O sigui, que m`agraden els hípers, els mega, els mamuts, els supermonstres. És un rotllo quan hi vaig amb els pares, perquè no paren de ratllar-me que cal fer una dieta equilibrada i m`atabalen amb la teoria sobre la necessitat de menjar molta verdura i d`alternar peix, ous i carn d`una manera equilibrada i raonable. Resultat: que al final sortim sempre amb un carro avorridíssim, encara que, això sí, tan equilibrat que m`estranya que no hi hagi a la porta una representació d`algun organisme oficial per atorgar-nos la medalla d`or europea al consum responsable.

Si fos per mi, ho tindria sempre claríssim: ompliria el carro de iogurts de diferents gustos, cocacoles, corn flakes, donuts, galetes, gelats, pizzes congelades i patates fregides. I apa, a viure! Que hi falta carn? Molt bé: doncs posem-hi unes quantes hamburgueses envasades, d`aquestes que van en paquets de dues i amb un plàstic per sobre. O unes salsitxes de Frankfurt envasades al buit. Peix. Uns quants trossos de lluç arrebossat, d`aquest quadrat que ja ve congelat. No, si ja dic jo que la vida seria molt més fàcil si no manessin els grans.

Quan vaig al súper m`agrada passejar pels llargs corredors plens de prestatges amb llaunes de beguda a banda i banda. És un paisatge que em fa feliç. Quan estic deprimit i baix de forma, és una cosa que em renova. Si pogués, vindria al súper amb els patins de línia i lliscaria amunt i avall sabent que sóc en territori amic. Llaunes, iogurts, galetes, congelats, corn flakes… Aquest és el meu món! Fins i tot allò que no m`agrada llueix en un súper. Està tan ben posat als prestatges, tan ben il·luminat, amb el preu ben clar i sovint amb megaofertes temptadores. “Agafin`n tres i emporti-se`n quatre”. Gangues, autèntiques gangues, tot i que la mare sempre diu que són enganyifes i que no es pensa deixar enredar. Ho confesso: si fos per mi, viuria només del meravellós món de les ofertes. Et sents tan bé quan menges una cosa i saps que l`has pagat a la meitat del preu oficial.

M`agraden els súpers perquè tenen un aire net i asèptic, com el menjar d`avió, que a mi m`encanta i que el pare sempre diu que és un fàstic. Segur que ho fa per fer-se veure. O perquè és gratis. Li deu semblar que queda molt millor dir que és deliciós un menjar pel qual ha pagat 5.000 pessetes per barba. A ell, si no li posen litres d`alguna salsa amb nom en francès i un plat decorat com si fos un quadre no està content. Si a sobre hi afegeixes un vi francès ja és el deliri. Segur que té el mateix gust que un vi d`aquí, però allò de veure l`etiqueta en francès l`excita d`una manera especial.

Els súpers, per a mi, són infinitament millors que els mercats, on trobes els enciams i les pastanagues bruts i plens de terra com si els acabessin de collir de l`hort i on les venedores criden d`una manera escandalosa. Als súpers tos és diferent. Hi ha més llum, els empleats van uniformats i somriuen i hi ha una renglera de caixes registradores que fan una música segle XXI total. El meu cel, definitivament, s`assembla molt a un súper. M`hi quedaria a viure.

 pp. 97-99.

MORET, Xavier (1999): La vida és rara, Barcelona, Cruïlla, Gran Angular, 105,

Faré règim!

 

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 -¡Càndida, el berenar!

La mare era tan prosaica i terrenal que no tan sols ignorava el seu sacrifici sinó que a més la convidava a perpetuar la seva trista condició de foca temptant-la amb xocolates calòriques i croissants greixosos.

La Càndida va veure una porta oberta per a la seva salvació. No calia fer tanta fumera ni socarrimar-se com un pollastre a l`ast. Hi havia altres camins.

¡Faria règim!

¿No feien règim les mames, les tietes, les secres de segona, les hostesses de British Air, les models i les gimnastes?

Doncs ella, la Càndida, no es quedaria a la cua.

-Gràcies mama, no berenaré perquè faig règim.

La mare va entrar com un coet a l`habitació, amb l`evident intenció de coaccionar-la.

-¿T`has tornat ximple?

-M`he tornat grassa.

-¡Estàs creixent!

-¡I un be negre! Fa més de sis mesos que no creixo ni un centímetre. Si menjo m`engreixaré i prou.

-I si no menges, acabaràs que t`haurem de portar a l`hospital.

-Qui ha dit que no menjaré. Penso fer règim. Jo ho saps, coses lights.

La mare va fer una cara que la Càndida coneixia prou: maquiavèlica.

-¿O sigui que vols fer règim? ¿Vos dir que menjaràs bledes bullides, carn a la planxa, verduretes sense sal i peix blanc?

La Càndida va fer un gest de repugnància.

-¡Puagg! Això és menjar de iaios amb colesterol, jo vull dir coses light, ja m`entens, macarrons lights, xocolates lights, estofats lights.

La mare no ho volia entendre.

-No en fan, de tot això, Càndida. Si ho vols pots prendre llet descremada, que és fastigosa; o galetes de règim, que semblen serradures; o formatgets insípids sense calories. El règim que fa aprimar és el que t`he dit jo.

La Càndida va ser valenta.

-Molt bé, doncs menjaré porqueries d`aquestes teves fins que torni a gastar la quaranta.

La mare havia guanyat.

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La Càndida es va quedar resignada a la seva sort. De moment havia rebutjat un croissant deliciós i una xocolata que es desfeia a la boca, dolça com la mel. Se li va fer salivera.

Va sentir la veu de la Lucil·la. La Lucil·la tenia una veu cridanera, que se li clavava al cervell.

-Mama, ¿em puc halar el berenar de la Càndida? Jo no m`engreixo.

La Càndida es va reprimir el gest de sortir esperitada i prendre el que era seu de les mans d`aquella aprofitada, però va poder resistir la temptació.

Ella era una noia coratjosa i valenta, que havia pres una determinació heroica. No pagava la pena posar-se pedres al fetge per un berenar miserable ni per una germana roïna.

La Càndida es va entaforar un xandall ajustat, que encara li cabia, va endreçar la roba i la va desar amorosament a l`armari, amb la ferma esperança de treure-la la setmana següent, i es va asseure a la seva taula per enllestir els deures.

Al cap de mitja hora, el seu estómac la va trair. Era impossible fer deures amb aquella batibull de budells que reclamaven el que era seu. Era desesperant.

Com que no tenia gens de voluntat, va obrir la porta de l`habitació, va mirar si hi havia moros a la costa i va escapolir-se com una lladregota fins a la cuina.

La cuina feia una pudor insuportable de bledes bullides. Les seves bledes bullides. ¡Quina perspectiva de vida insípida!

Va obrir la nevera i allà, a peu dret, va endrapar un petit suís de plàtan d`en Marcel·lí, les restes de bunyols de bacallà que havien quedat del dinar i una meravellosa salsitxa de frankfurt freda que li va semblar celestial.

Amb la boca plena va sentir el timbre de la porta.

No va gosar respirar i es va afanyar a entaforar-se la resta de la salsitxa per no se descoberta. Tenia la boca tan plena que la salsitxa li sortia per les orelles.

 

CARRANZA, Maite (1993): ¡Frena, Càndida, frena!, Barcelona, Cruïlla, Gran Angular, 50, pp. 60-64

 

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Quina és la millor hora per menjar gelat?

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-Perdóname –musitó la señora Bartolotti, que, de repente, se había acordado del helado de frambuesa-. ¡Dios mío! –exclamó-, el helado se está derritiendo.

Sacó el helado de la bolsa, corrió a la cocina y volcó el contenido del paquete en una fuente de cristal. Sacó un bote del armario de la cocina, en el cual había barquillos largos y delgados. Clavó los barquillos en el helado. Quedaba muy bonito, parecía un erizo con púas muy largas. La señora Bartolotti le llevó a Konrad, al cuarto de estar, la fuente con el erizo de helado.

-Mira –le dijo-, te gustará. Está muy bueno.

-¿También, cuando no es verano, se comen helados? –preguntó Konrad.

-Claro que sí –dijo la señora Bartolotti-. Siempre se puede comer helado. A mí me gustan especialmente en invierno. Cuando como helados con más gusto, es cuando nieva.

-Pero. ¿No se come el helado sólo de postre? –preguntó Konrad.

-Perdóname, cariño –exclamó la señora Bartolotti-, olvidé por completo que debes de tener hambre. Te haré un bocadillo de jamón y un huevo pasado por agua con un pepino. ¿Te parece?

-No tengo hambre –explicó Konrad-. La ducha de disolución nutritiva alimenta para veintiséis horas. Sólo era que yo no estaba seguro de si se podía comer helado con el estómago vacío.

-¡Caramba!, ¿por qué preguntas continuamente qué se debe o qué no se debe hacer?

-Porque un chico de siete años tiene que preguntarlo –dijo Konrad.

-Pero yo no tengo ni idea de lo que un chico de siete años debe o no debe hacer –gritó, desesperada, la señora Bartolotti.

-Entonces no comeré hoy helado –dijo Konrad- y mañana te enteras a qué horas se debe comer el helado, ¿te parece?

La señora Bartolotti aceptó, pero no tenía la más ligera idea de a quién podría preguntar. Sobre todo, estaba bastante desconcertada y, de puro desconcierto, se comió todo el helado con los barquillos y empezó a sentir tirones en el estómago y ardores en el esófago.

Konrad permaneció durante todo el tiempo sentado frente a ella, mirándola comer. Algunas veces la señora Bartolotti se interrumpía y le ponía a Konrad una cucharada de helado o un barquillo bajo la nariz y le preguntaba si no quería, al menos, probarlo, pero Konrad sacudía la cabeza.

pp- 31-33.

NÖSTLINGER, Christine (1993): Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, Madrid, Santillana, Alfaguara Juvenil,