Monthly Archives: agost 2010

Los indios crow

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Llegó la quinta luna llena y, con ella, los primeros vientos fríos. Repletos los sacos de frutos y semillas y secadas las carnes de los animales cazados, los crow recogieron sus pieles, sus tipis y los palos que sostenían las tiendas, preparándose para el viaje.

Antes de partir, cada familia dejó en el centro de donde había plantado su tipi un puñado de frutos y semillas y una ofrenda de carne y de pescado, como agradecimiento a la Madre Tierra por haberles dejado utilizar su suelo y tomar su agua.

También agradecieron al Espíritu del Bosque que les hubiera permitido recolectar frutos, recoger resinas o quemar leña.

Y dieron las gracias al Gran Espíritu porque los peces se hubieran dejado pescar y los ciervos se hubieran dejado cazar.

Por último, en una danza en la que participaron de ancianos a niños, se alegraron por haber pasado en las montañas cinco lunas más, deseando estar de regreso cuando las nieves se hubiesen retirado y los grandes animales del bosque se hubieran saciado de la comida que les correspondía.

Después de todo eso, el pequeño grupo de indios crow emprendió su viaje anual hacia las grandes praderas.

 

GÓMEZ, Ricardo (2006): Ojo de Nube, Madrid, SM, Barco de Vapor, 186, p. 20-21

Les cabres saharauis

 

El Sahara

El Sahara

Algunas cabras saharauis comemos papel. Muchos dirán que somos unas cochinas, pero una vez que te acostumbras al sabor de la tinta, la celulosa prensada está incluso rica. La ventaja de comer papel es que te vuelves una cabra ilustrada. Llega un momento en que, de comer tanto papel, aprendes a leer. No sé cómo, pero aprendes.

Tenía razón el abuelo de Luali. ¡Les han olvidado!

Cuando alguna de nosotras come alguna noticia que habla del Sáhara, va rápido a contárselo a las demás. Pero esto sucede muy pocas veces. El mundo, por lo visto, tiene muchas otras cosas en qué pensar. No quiere saber nada de esa gente.

 

 

GÓMEZ, Ricardo (2009): “El hombre que abrió camino al mar”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 28.

 

Angoixa a Beirut

Perro hundido en la arena. Goya. Museo del Prado

Perro hundido en la arena. Goya. Museo del Prado

 Cuatro horas antes de la explosión que dejó aturdido y casi ciego al perro de patas semihundidas, se oyó el chiquichaque de la cerradura, y entró el padre de Faiuruz. Su mujer salió a la puerta y le indicó con un gesto que no hiciera ruido, para no despertar a la niña. Cuchichearon en la cocina, con la puerta cerrada, sobre la angustia vivida con las sirenas de media mañana, e intercambiaron impresiones sobre la marcha de los acontecimientos.

Él puso agua al fuego para preparar un té, mientras ella colocaba la tetera y las tazas. Por suerte, tenían provisiones para más de una semana, y las garrafas de agua estaban llenas. Nunca se sabía cuándo se podía cortar el suministro. Peor era que faltasen el gas, o la electricidad, se dijeron sin decirse nada.

 

GÓMEZ, Ricardo (2009): “El perro de Goya en Beirut”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 15.

 

¿Tú no sabes qué es la morcilla?

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A mediodía soltaron a Miguel, y cuando entró en la cocina, Ida corrió hacia él.

-Tenemos morcilla para comer –le anunció, radiante de alegría.

¿Tú no sabes qué es la morcilla? Son grandes bolas negras con grasa de tocino dentro. Sabe como el budín de sangre, pero diferente y mucho mejor. La morcilla se hace de sangre, exactamente como se hace el budín de sangre, y como estaban de matanza en Katthult, era natural que la mamá de Miguel hiciera morcillas.

Había preparado la masa de la morcilla en una gran fuente de barro que estaba en la mesa, y en  la lumbre ya hervía el agua en la enorme olla de hierro. Em seguida habría morcillas, y por eso reinaba gran alegría.

-Yo voy a comerme dieciocho –dijo Ida de repente, aunque era muy pequeña y por su estatura sólo podría engullir media morcilla.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Las aventuras de Miguel el travieso, Barcelona, Juventud, p. 100.

¿Y la salchicha?

 

 

salchichas

 

La mamá de Miguel empezó enseguida a poner la mesa. Le cayeron algunas lágrimas sobre la ensalada de arenques cuando la llevaba en las manos, pero la puso en la mesa juntamente con los rollos de carne, las chuletas de cerdo y las tartas de queso y todo lo demás. La señora Petrell se relamía. Aquello parecía prometedor. Pero todavía no había visto la salchicha y eso la inquietó.

De pronto, la mamá de Miguel dijo:

-Lina, se nos ha olvidado la salchicha. ¡Corre enseguida a buscarla!

Lina salió corriendo. Todos estaban esperando con ansiedad, y la señora Petrell asentía:

-Sí la salchicha. Nos sabrá riquísima en medio de esta pesadumbre.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Las aventuras de Miguel el travieso, Barcelona, Juventud, p. 55.

 

La vida de Lázaro con el escudero

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Eran ya las dos, y mi amo no venía.

Como mi hambre era cada vez mayor, cerré la puerta y puse la llave donde me dijo.

Acto seguido me dediqué a pedir pan por las casas, con voz baja y enferma.

Y lo hice tan bien que, antes de que el reloj diese las cuatro, ya tenía otras tantas libras de pan en el estómago, y más de otras dos ocultas en las mangas y en el seno.

De regreso a casa, pasé por la tripería, y pedí limosna a las mujeres que allí vendían. Una mujer, compadecida de mí, me dio un pedazo de uña de vaca y unas pocas tripas cocidas.

Cuando llegué a casa, ya estaba en ella el bueno de mi amo. Había doblado su capa, la había puesto encima del poyo de piedra y él se estaba paseando por el patio.

Creí que me iba a reñir por haber tardado tanto, así que me excusé:

-Señor, hasta que dieron las dos estuve aquí. Y como vi que no volvía, fui a pedir por las casas, y me han dado esto.

Y le enseñé el pan y las tripas.

Al verlo, se le animó la cara y me dijo:

-Pues yo te he esperado para comer, pero al ver que no venías, he comido sin ti. Tú has hecho muy bien, porque más vale pedir que no robar. Sólo te ruego que no le digas a la gente que eres mi criado, aunque la verdad es que aquí nadie me conoce. ¡No tenía que haber venido nunca a esta ciudad! Come, pues, come.

 

NAVARRO DURÁN, Rosa (2006): El Lazarillo contado a los niños, Barcelona, Edebé, pp. 93-94. Il. Francesc Rovira

 

Més informació

El gallo, el cerdo y el cordero

Don Tomás de Iriarte

Don Tomás de Iriarte

 

Había una vez en un corral un gallinero;
en este gallinero un gallo había;
y detrás del corral, en un chiquero,
un marrano grandísimo yacía.
Y también se criaba allí un cordero;
todos ellos en buena compañía.
¿Y quién ignora que estos animales
juntos suelen vivir en los corrales?
El cochino dijo un día al cordero: “¡Qué agradable,
qué feliz, qué pacífico destino
es el poder dormir!¡Qué saludable!
Yo te aseguro, como soy gorrino,
que no hay en esta vida miserable
gusto como tenderse a la bartola
roncar bien y dejar rodar la bola.”
El gallo, por su parte, al tal cordero
dijo en otra ocasión: “Mira, inocente,
para estar sano, para andar ligero,
es menester dormir muy parcamente.
El madrugar en julio o en febrero
con estrellas, es método prudente,
porque el sueño entorpece los sentidos,
deja los cuerpos flojos y abatidos.”
Confuso, ambos dictámenes coteja
el simple corderillo, y no adivina
que lo que cada uno le aconseja
no es más aquello mismo a que se inclina.
Acá entre los autores ya es muy vieja
la trampa de sentar como doctrina
y gran regla, a la cual nos sujetamos,
lo que en nuestros escritos practicamos.
IRIARTE, Tomás de: Cuentos y fábulas

 

A Platero le gustan las mandarinas…

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Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel…

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra… Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

— Tiene acero…

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

JIMÉNEZ, Juan Ramón: Platero y yo. Capítulo I

Una Nadala

alberti

Primer no
—Pastor que vas con tus cabras
cantando por los caminos,
¿quieres darme una cabrita
para que juegue mi niño?

.
—Muy contento se la diera
Si el dueño de mi ganado,
Señora , lo permitiera

Segundo no

—Aceitunero que estás
vareando los olivos,
¿me das tres aceitunitas
para que juegue mi niño?

—Muy contento se las diera
si el dueño del olivar,
Señora, lo permitiera.

Tercer no

—Ventero amigo que estás,
Sentado en un ventorrillo,
¿quieres darme una cunita
para que duerma mi niño?

—Muy contento se lo diera,
si hubiese sitio y el ama,
Señora, lo permitiera.

ALBERTI, Rafael (1973): “Las tres negaciones“, Senda. Lectura 5º, Madrid, Santillana, p. 78.

…Un cas de conciència!!!

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Los gatos escrupulosos

 

¡Qué dolor!, por un descuido

Micifuz y Zapirón

Se comieron un capón

En un asador metido.

 

Después de haberse lamido,

Trataron en conferencia

Si obrarían con prudebncia

En comerse el asador.

 

-¿Le comieron? –No, señor;

Era caso de conciencia.

 

SAMANIEGO, Félix Mª de (2005): Fábulas, Buenos Aires,  Ed. Losada.