Tarta de frambuesa
Cuando el coche giró la última curva del blanco camino, Michele se asomó por la ventanilla y agitando un brazo comenzó a saludar a la abuela; en cuanto se detuvieron, bajó corriendo para abrazarla.
-¡Cariño! –exclamó la abuela besándolo en las mejillas-. ¡Qué grande estás! ¡Anda, pasa, acabo de hacer una tarta de frambuesas!
-¡Mamá! –le gritó Angélica, que estaba descargando la maleta-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que el niño está haciendo régimen?
-Ay, Dios, ¿está enfermo? –preguntó la abuela, poniéndose triste de repente.
-No, mamá, está muy bien. Lo único que le pasa es que está gordo como un pavo antes de Navidad.
La abuela le puso a Michele la mano en la barbilla y lo obligó a levantar la cabeza. Lo miró atentamente y dijo:
-No es eso, Angélica, te equivocas, está robusto, nada más. Además, la tarta que hice no es una tarta tarta con todas las de la ley… prácticamente no tiene nada más que fruta. Apenas lleva harina, muy poco azúcar, cosa de nada; además, ya sabes que tú de niña eras igual, los niños tienen que alimentarse bien porque están en edad de crecer.
A cada palabra que decía la abuela, Michele, que estaba a su lado, asentía satisfecho con la cabeza.
Pero su madre no parecía nada contenta de lo que decía la abuela.
-¡Mamá! –exclamó, con un tono de voz exagerado-. En primer lugar, yo nunca he estado gorda. En segundo lugar, Michele ya ha comido lo suficiente para vivir perfectamente cinco años sin probar bocado, ¿está claro?
Dicho lo cual, la madre subió al coche hecha un manojo de nervios, cerró de un portazo y asomándose por la ventanilla abierta, con el motor en marcha, le gritó a Michele:
-¡Cuando vuelva, como descubra que has engordado un solo gramo, el año que viene en lugar de traerte a casa de la abuela te meteré en un colegio!
Retrocedió bruscamente y el coche desapareció por el blanco camino, envuelto en una nube de polvo.
Cuando se quedaron solos, la abuela le dijo a Michele:
-Anda, démonos prisa, que todavía estará caliente.
En la cocina, cortó una buena ración de tarta, se la sirvió en un plato y le preguntó:
-¿Te pongo un poco de nata, tesoro mío?
-No, abuela –respondió Michele con la boca llena-, ¡no puedo!
-¿Tienes problemas de hígado?
-No, abuela, es que la nata…
-Pero cariño, la tarta me ha salido tan seca… con un poquito de nata no se notaría tanto. ¿De veras no la quieres?
-Bueno, sí abuela, pero sólo una cucharadita, para probarla.
Se comieron tres trozos de tarta cada uno; después, como el sol se había puesto y ya empezaba a hacer un poco de fresquito, la abuela preparó chocolate caliente.
Se lo tomaron juntos, sentados delante de la puerta de casa.”
TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, pp. 25-28