Category Archives: Israel

Unos postres abundantes

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Menos mal que la aparición de los postres calmó los ánimos de los comensales, haciendo que se olvidaran de un tema que levantaba tantas ampollas. Había bandejas de pastelillos de menta, barquillos de canela, tortas dulces rellanas de compota de frutas, melones rellenos de leche cuajada con pasas, crema de huevo con salsa de granada y dátiles en abundancia. Aquello era un auténtico festín que provocó la admiración de todos los invitados. Después de bailó y cantó hasta el amanecer. 

 

MENÉNDEZ-PONTE, María (2010): Si lo dicta el corazón, Madrid, SM, (Los libros de María, 4), pág. 53.

Celebración de la Pentecostés

 

El día de la fiesta de Pentecostés, muy de mañana, toda la familia de Samuel se dirigió, junto con el resto de los vecinos, a ofrecer a Dios los primeros frutos recogidos de la cosecha. El padre, por su condición de sacerdote del Templo, era quien dirigía la ceremonia, esperando a la gente en el altar construido para tal ocasión. La comitiva iba encabezada por un buey con los cuernos recubiertos de oro y una guirnalda de olivo sobre la testuz, y los niños lo precedían haciendo sonar sus flautas. El abuelo y el tío llevaban dos roscas de ocho litros de flor de harina, cocidas con levadura tal como prescribía el Levítico, y los demás miembros de la familia portaban al hombro distintos cestos con los frutos recogidos: higos, granadas, almendras, olivas, sandías, melones y manzanas, así como diversos vegetales.

 

MENÉNDEZ-PONTE, María (2010): Si lo dicta el corazón, Madrid, SM, (Los libros de María, 4), p. 30.

 

 

El Greco. Pentecostés

El Greco. Pentecostés

La comida del sabbath

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Una vez en casa de su abuelo, los dos primos procedieron a lavarse las manos y los pies. Esther y la madre de Samuel se los lavaban a su marido, al abuelo y a los tíos, en tanto que la madre de Leví y la mujer de Marcos lo hacían con los invitados, y les ungían los pies con perfumes, pues era costumbre que las mujeres realizaran esta tarea. El lavatorio de pies y manos era un ritual obligado antes del almuerzo, pero los sábados se hacía con una mayor ceremonia, ya que, al no tener que ir a trabajar, la comida era mucho más relajada que la del resto de la semana, y la sobremesa solía prolongarse hasta la caída de la tarde, cuando aparecían las primeras estrellas.

A continuación, se sentaron en unos almohadones en torno a la mesa, y el abuelo pidió al padre de Samuel que realizara la bendición de los alimentos y las oraciones de acción de gracias. Luego, él mismo fue poniendo sobre el pan ácimo pedazos de pollo asado en la víspera –ya que en el sabbath no se podía cocinar- y repartiéndolo entre los comensales, mientras su mujer escanciaba el vino en las copas. En el centro de la mesa había vasijas de distintos tamaños con lentejas, mantequilla, queso, higos y frutos secos, y en medio, uno que contenía la salsa en la que podían mojar el pan por turnos.

Al finalizar la comida, las mujeres se retiraron al gineceo mientras los hombres permanecían charlando en uno de los patios de la hacienda.

MENÉNDEZ-PONTE, María (2010): Si lo dicta el corazón, Madrid, SM, (Los libros de María, 4), (p. 21).

 

 

La Pascua del cordero

El tiempo y la promesa

LA PASCUA DEL CORDERO

Cuando llegó la Pascua del Cordero aumentaron las dudas y los temores de Juan.
Su padre lo instruía en la Ley de los judíos y en lo que apella fiesta del Pesaj significaba.
-El Pesaj es la fiesta de la libertad –le decía-. En ella recordamos la salida del pueblo de Israel de Egipto en donde estaba prisionero.
“Debemos pensar como si fuéramos nosotros los que ahora vagamos por el desierto camino hacia la tierra prometida –añadía con los ojos brillantes de entusiasmo.
“En la semana del Pesaj se festeja también la primavera, cuando los hombres están en relación estrecha con la naturaleza…”
Y mientras su padre le enseñaba, su madre y las criadas limpiaban cada rincón de la casa. Brillaba el suelo, el techo y las paredes.
Todo se hacía con sigilo y en secreto, con las puertas y las ventanas cerradas a cal y canto. Juan miraba inquieto hacia el tejado, esperando ver aparecer en cualquier momento el rostro torvo de Francisco de Toledo, mirando por la chimenea.

López Narváez, Concha (1997): El tiempo y la promesa. Madrid: Bruño. Pp. 32-40

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