Category Archives: Autors Literatura Infantil

El deseo de comer tarta de manzana

 

Tarta de manzana

Tarta de manzana

“-¡Tarta de manzana!

-¡Exactamente, tarta de manzana! –exclamó la voz de Delicia Esquelética. Hablaba desde un micrófono oculto-. En el horno –prosiguió-, se está cociendo una tarta de manzana. ¡Si pudieras verla! Es una delicia: inflada y tierna por los lados, completamente recubierta de rodajitas de fruta acaramelada. Qué lástima, cerdito mío, que tú nunca llegues a comerla. ¡Nunca!

Era una tortura espantosa. Michele se tapó la nariz y trató de respirar por la boca.

Al olorcillo a tarta de manzana le siguieron los aromas de los rollitos rellenos, al de rollitos, el de natillas y macarrones gratinados, al de macarrones, el de caramelos, y así sin cesar.

Aquella noche, Michele lloró, un poco por todos aquellos aromas y un poco porque, en el fondo, él había querido a sus padres postizos”.

  

TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, p. pág. 57.

 

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No hay animales gordos

Susana Tamaro

Susana Tamaro

 

“-Buenas noches, pequeños hipopótamos, paquidermitos míos. Aquí me tenéis; como de costumbre, he venido a traeros la reflexión de esta noche. Quitaos el pijama, mirad vuestras barrigas, vuestros muslos temblorosos. Estáis gordos, ¿no? Bien, pensemos ahora en el mundo de la naturaleza. La naturaleza es sabia, provee a todo de la mejor forma. ¿Alguna vez os habéis preguntado por qué nunca se ven animales gordos? Porque no comen, me diréis. ¡Craso error! Los animales gordos existen, pero duran poco. ¿Sabéis por qué? Venga, tratad de exprimir esos cerebritos. ¿Pueden correr deprisa los animales gordos? No, ¿verdad? No vemos animales gordos porque como no son veloces, son los primeros en ser devorados. Reflexionad, tesoritos míos, sobre lo sabia que es la naturaleza. Vuestra instructora, Delicia Esquelética, os desea que paséis unas buenas noches. ¡Hasta mañana, ballenas!”

 

TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, pp. 46

 

 

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Una tarta de frambuesa muy polémica

Tarta de frambuesa

Tarta de frambuesa

 

Cuando el coche giró la última curva del blanco camino, Michele se asomó por la ventanilla y agitando un brazo comenzó a saludar a la abuela; en cuanto se detuvieron, bajó corriendo para abrazarla.

-¡Cariño! –exclamó la abuela besándolo en las mejillas-. ¡Qué grande estás! ¡Anda, pasa, acabo de hacer una tarta de frambuesas!

-¡Mamá! –le gritó Angélica, que estaba descargando la maleta-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que el niño está haciendo régimen?

-Ay, Dios, ¿está enfermo? –preguntó la abuela, poniéndose triste de repente.

-No, mamá, está muy bien. Lo único que le pasa es que está gordo como un pavo antes de Navidad.

La abuela le puso a Michele la mano en la barbilla y lo obligó a levantar la cabeza. Lo miró atentamente y dijo:

-No es eso, Angélica, te equivocas, está robusto, nada más. Además, la tarta que hice no es una tarta tarta con todas las de la ley… prácticamente no tiene nada más que fruta. Apenas lleva harina, muy poco azúcar, cosa de nada; además, ya sabes que tú de niña eras igual, los niños tienen que alimentarse bien porque están en edad de crecer.

A cada palabra que decía la abuela, Michele, que estaba a su lado, asentía satisfecho con la cabeza.

Pero su madre no parecía nada contenta de lo que decía la abuela.

-¡Mamá! –exclamó, con un tono de voz exagerado-. En primer lugar, yo nunca he estado gorda. En segundo lugar, Michele ya ha comido lo suficiente para vivir perfectamente cinco años sin probar bocado, ¿está claro?

Dicho lo cual, la madre subió al coche hecha un manojo de nervios, cerró de un portazo y asomándose por la ventanilla abierta, con el motor en marcha, le gritó a Michele:

-¡Cuando vuelva, como descubra que has engordado un solo gramo, el año que viene en lugar de traerte a casa de la abuela te meteré en un colegio!

Retrocedió bruscamente y el coche desapareció por el blanco camino, envuelto en una nube de polvo.

Cuando se quedaron solos, la abuela le dijo a Michele:

-Anda, démonos prisa, que todavía estará caliente.

En la cocina, cortó una buena ración de tarta, se la sirvió en un plato y le preguntó:

-¿Te pongo un poco de nata, tesoro mío?

-No, abuela –respondió Michele con la boca llena-, ¡no puedo!

-¿Tienes problemas de hígado?

-No, abuela, es que la nata…

-Pero cariño, la tarta me ha salido tan seca… con un poquito de nata no se notaría tanto. ¿De veras no la quieres?

-Bueno, sí abuela, pero sólo una cucharadita, para probarla.

Se comieron tres trozos de tarta cada uno; después, como el sol se había puesto y ya empezaba a hacer un poco de fresquito, la abuela preparó chocolate caliente.

Se lo tomaron juntos, sentados delante de la puerta de casa.”

 

TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, pp. 25-28

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Una visita a la nevera

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En cuanto pensó “nunca”, como es lógico, la horrible idea comenzó a hablarle.

“Tienes hambre –le dijo-. Tienes hambre y tu barriga está vacía como el tambor de la lavadora, fría como una llanura polar; tienes frío en todo el cuerpo, te sientes débil, muy débil, las piernas no te sostienen, se te nubla la vista. Si quieres salvarte, no te queda más que un recurso. ¡Levántate, ve a la cocina, llénate la barriga hasta hartarte!”.

Michele se resistió a aquella voz uno o dos minutos más, luchó contra ella con todas sus fuerzas; después, lento como un robot, se levantó, salió del dormitorio, cruzó el pasillo, se detuvo un instante delante de la puerta de la cocina y, después de lanzar un suspiro, la empujó con delicadeza.

Ella estaba allí, lo esperaba tranquilamente en un rincón. Michele la miró bien antes de acercársele: en la penumbra del cuarto se la veía tan brillante, tan blanca, tan alta, que en vez de una nevera parecía un inocente cachalote dormido en lo más profundo del océano. En el silencio reinante sólo se escuchaba su voz discreta:

-¿Zzz? ¡Bzzz bzzz! Zzzbzz.

Probablemente, para otras personas, aquellas palabras confusas no habrían sido más que el ronroneo de un motor medio envejecido, pero gracias a la larga amistad que lo unía con la nevera, Michele era capaz de entenderlas a la perfección.

-¿Has venido a verme? –le había dicho Neve-. ¡Qué estupendo! Anda, ven, come todo lo que tengo dentro, zámpate también la mantequilla y los huevos; verás que así el aburrimiento se marchará.

-¡No puedo hacerlo! –respondió Michele en voz baja acercándose a la puerta.

-¡Bzzzot, zzzrr! ¡No me vengas con tonterías! –le contestó la nevera.

-De verdad que no puedo… -insistió Michele con un murmullo inseguro.

-¿Zzz? ¿Y quién te lo impide?

“Mi mamá” se disponía a contestar Michele, pero antes de que lograra pronunciar la respuesta, su mano se había apoyado ya sobre el tirador y había tirado de él, y la enorme puerta blanca se había abierto.

¡Qué magnífico espectáculo! ¡Inolvidable! Su madre había hecho la compra semanal el día anterior, y todos los estantes, del primero al último, estaban llenos a rebozar de comida; Michele dio un paso atrás para contemplarlo mejor: sí, bajo aquella luz difusa, con aquellos paquetes y latas de infinidad de formas y tamaños, la nevera parecía de veras un gigantesco y generoso árbol de Navidad. Antes de lanzarse de cabeza sobre aquellos manjares, echó un vistazo al reloj de la pared. Faltaba aún media hora para que llegara su madre, tenía que darse prisa para cumplir con la misión.

Empezó por la mayonesa; agarró el tubito por un extremo y se lo metió en la boca; inspirando a todo pulmón, lo vació en menos de un minuto. Luego le tocó el turno a la lasaña del día anterior; estaba claro que no podía perder el tiempo buscando un tenedor, tampoco podía correr el riesgo de ensuciarse. Así pues, levantó la primera capa entre el pulgar y el índice, la envolvió en el dedo medio como si fuera un canito y se la metió en la boca. De esa manera, las tiras de lasaña desaparecieron una tras otra; le siguieron el requesón y el queso de rallar; desaparecieron la carne picada para las albóndigas y los flanes de chocolate; desaparecieron, una tras otra, las bebidas y la jarra de té frío; le siguieron el jamón y los rollitos de pollo; desaparecieron tres huevos, medio litro de leche y un resto de pizza.

En ese momento, Michele hizo una pausa y miró la hora: faltaban apenas diez minutos para que su madre regresara. Ante él, solitarios como supervivientes de una guerra, habían quedado sólo tres potes de yogur descremado y unas cuantas manzanas deshidratadas.

“Bien –pensó, mirando el panorama-, la verdad es que he hecho un buen trabajo”. Y tras un pequeño eructo de satisfacción, cerró la puerta de la nevera.

-Bzzol- lo saludó la nevera.

-¡Hasta pronto! –respondió él y, de puntillas, se dirigió a su cuarto. Una vez allí, se quitó los zapatos, se desabrochó los pantalones y se tendió sobre la cama.

Ya no sentía aquel frío vacío en la barriga, sino un calor muy grande, una tibia sensación que, desde el ombligo, irradiaba por todo su cuerpo. ¡Qué bien se estaba con la barriga llena! ¡El aburrimiento salía volando como las palomas cuando bates palmas, y el mundo entero parecía mullido, blando, dispuesto a acogerte!”.

 

 

-TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, pp. 10-14.

 

Para saber más de Susanna Tamaro

Menjar de ciència-ficció vs menjar normal

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El va a sortir a rebre en Fidor-4, el seu robot domèstic. La veu metàl·lica d`en Fidor li va donar la benvinguda de la manera acostumada:

-Bona tarda, preciutadà Lior V12-19.314. La teva ració d`estimulant energètic és a la cambra de manipulació alimentària. Se`ns ha acabat el succedani de fruites. Et prego que em disculpis.

-No hi fa res, Fidi. Ja estic ben tip de tant succedani de fruites. Quines altres coses hi a l`aparell de conservació d`aliments preenvasats?

-He comprat aquelles delicioses begudes amb bombolles que tant t`agraden, Lior –va dir en Fidor abaixant una mica el volum dels seus altaveus.

-Mmmm…, fantàstic, Fidi! Tu sí que penses en tot.

Els ulls del robot van deixar anar algunes guspires elèctriques davant el compliment de què havia estat objecte. En Lior es va dirigir a la cambra de manipulació alimentària. Era el primer que feia cada dia després de tornar de l`aulari. Ho havia fet així sempre, des que ell tenia records. Li agradaven l`escalforeta suau d`aquella sala i el soroll mecànic i dolç de les màquines, sempre enfeinades, sempre indiferents a tot el que passava; la màquina d`aprofitament de residus orgànics, la trituradora de deixalles i, sobretot!, l`agradable i familiar zumzeig de la cinta transportadora d`aliments.  

Acostumat al menjar preelaborat, preenvasat i gairebé predigerit que havia consumit des de molt petit, ara el seu estómac no admetia de cap manera la fruita i la verdura fresca, la llet blanca i calentona acabada de muniyr, la fina carn del peix o del pollastre i tot allò que la gent d`allà semblava que menjava amb tant de gust. Tots aquells nous sabors no li semblaven gens apetitosos, i a més veure com la gent manipulava els aliments, “cuinaven”, en deien ells, li produïa una sensació de fàstic intensíssima.

  

PRADAS, Núria (14 2002): Lior, Barcelona, Cruïlla, El Vaixell de Vapor, 67,  p. 11 i p. 88.

Poder saciar el hambre… al fin

 

 

-¿Os habéis escapado? –pregunté como un estúpido.

-Bueno. Algo así. Pero sólo por un rato, para traerte esto –dijo Miguel enseñándome una bolsa llena de comida-. Si tienes que estar aquí un tiempo, con un bocadillo no tendrás bastante…

Galletas, leche, pan, mermelada, magdalenas, queso… Me habían traído media despensa desde su casa. Los ojos se me estaban haciendo agua, como si quisieran llorar de alegría, y los dientes empezaron a mascar antes de introducir el primer trozo de comida en la boca.

-Empieza de una vez, que tienes que estar con un agujero en el estómago –me dijo Alicia adivinando mi urgencia.

No hacía falta que me animaran mucho, y tampoco tenía yo fuerzas para resistir por más tiempo sin probar aquellas maravillas. Me di tal atracón en dos minutos que creí que me iba a atragantar. Me entró el hipo y se recortó mientras comía. Alicia y Miguel me miraban con los ojos desorbitados, como si estuvieran viendo un fenómeno de la naturaleza, y se reían al mismo tiempo.

-¡Qué bárbaro! Si llegamos un poco más tarde, se hubiese comido la verja –dijo Miguel.

-Puedes estar seguro –contesté yo con el estómago repleto, feliz como pocas veces en mi vida.

 

PÁEZ, Enrique (34 2010): Abdel, Madrid, SM, (El Barco de Vapor, 76), p. 82-83.

Niño goloso

Antonio Joao Santos

Antonio Joao Santos

 En el árbol de la noche
cuelgan espléndidas
frutas;
yo quiero la más hermosa,
redonda y blanca: ¡la luna!

¿Su pulpa, será de coco,
de guineo o de naranja?
¿Tendrá jugo delicioso
como piñas o granadas?
¿Cómo será su perfume:
suave y puro de violetas,
fuerte y raro como
orquídeas
o de todos tendrá mezcla?
 
Si yo comiera esa fruta
no sé qué me pasaría…
Si tan solo con mirarla
¡me emborracho de
alegría…!
 
(María Olimpia de Obaldía)
Poesia extraída de Poesia infantil i juvenil

Manzanas rojas

manzanas-rojas

 

SALIM:

            No te preocupes, madre, yo te ayudaré. Dejaré de ir por la tarde a la escuela y prepararemos juntos las manzanas para llevar algunas más al mercado.

GAZALA:
            Para hacer más hay que tenerlas, y para tenerlas hay que pagarlas. Cuando no las vendemos todas, no se puedan comprar más, Salim.

SALIM:

            Me quedaron algunas de ayer. Le diré al maestro que hoy no puedo ir.

GAZALA:

            Si no estudias, Salim, nunca podrás tener una vida mejor, ni lograrás ayudar a tu pueblo.

 

MATILLA, Luis (2006): Manzanas rojas, Anaya, Madrid, Sopa de Libros. Teatro, 4, p. 66-67. Il. Francisco Delicado

¿Tú no sabes qué es la morcilla?

morcilla

A mediodía soltaron a Miguel, y cuando entró en la cocina, Ida corrió hacia él.

-Tenemos morcilla para comer –le anunció, radiante de alegría.

¿Tú no sabes qué es la morcilla? Son grandes bolas negras con grasa de tocino dentro. Sabe como el budín de sangre, pero diferente y mucho mejor. La morcilla se hace de sangre, exactamente como se hace el budín de sangre, y como estaban de matanza en Katthult, era natural que la mamá de Miguel hiciera morcillas.

Había preparado la masa de la morcilla en una gran fuente de barro que estaba en la mesa, y en  la lumbre ya hervía el agua en la enorme olla de hierro. Em seguida habría morcillas, y por eso reinaba gran alegría.

-Yo voy a comerme dieciocho –dijo Ida de repente, aunque era muy pequeña y por su estatura sólo podría engullir media morcilla.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Las aventuras de Miguel el travieso, Barcelona, Juventud, p. 100.

¿Y la salchicha?

 

 

salchichas

 

La mamá de Miguel empezó enseguida a poner la mesa. Le cayeron algunas lágrimas sobre la ensalada de arenques cuando la llevaba en las manos, pero la puso en la mesa juntamente con los rollos de carne, las chuletas de cerdo y las tartas de queso y todo lo demás. La señora Petrell se relamía. Aquello parecía prometedor. Pero todavía no había visto la salchicha y eso la inquietó.

De pronto, la mamá de Miguel dijo:

-Lina, se nos ha olvidado la salchicha. ¡Corre enseguida a buscarla!

Lina salió corriendo. Todos estaban esperando con ansiedad, y la señora Petrell asentía:

-Sí la salchicha. Nos sabrá riquísima en medio de esta pesadumbre.

 

LINDGREN, Astrid (2010): Las aventuras de Miguel el travieso, Barcelona, Juventud, p. 55.