Pero, en casos así, has de sacar fuerzas de donde no las hay.
Hicimos vida de hospital. A papá le crecía la barba por momentos, y mamá tenía unas ojeras como si no hubiese dormido en tres semanas seguidas. Comíamos en la cafetería del hospital con menús que parecían hechos a propósito para que no salieses nunca más del hospital, aunque hubieses ido sólo como acompañante o como visitante.
Korazón de Pararrayos estaba en una Unidad de Vigilancia Intensiva, lo que llaman una UVI, y más o menos cada hora, papá y mamá perseguían a alguno de los médicos o enfermeros que salía de la sala y preguntaban quieras o no:
-¿Qué, doctor…?
SOTORRA, Andreu (2003): Korazón de Pararrayos, Barcelona, Edebé, Tucán, 180. p. 79-80