Category Archives: Viatges

Comer en el avión

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Enseguida llegamos al mar, el Mediterráneo quedaba debajo de nuestros pies, azul, verde, con algunas sombras oscuras que eran el antirreflejo de las pequeñas nubes que atravesábamos. Nos dieron de comer una ensalada de jamón, un zumo de naranja y uno de estos pastelitos borrachos con una guinda roja en el medio. Me lo comí todo, incluso el pan con mantequilla que en casa no podía soportar. Allí dentro todo era diferente. Saqué un libro.

 

ALDECOA, Ana (2003): El retrato de Carlota, Madrid, Anaya, Espacio Abierto, 104, p. 8.

Una centolla y calamares

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Aurora Salazar llegó a mediodía del sábado. Fabio se puso nervioso porque no tenía hábito de tratar con mujeres, y menos en su casa. Y sobre todo porque no lo había previsto y no tenía nada para invitarla a comer.

Pero la maestra había sido más previsora:

-Antes de subir pasé por la lonja. Había una centolla recién pescada y unos calamares casi vivos.

El hombre, terco, dijo que por nada del mundo iba a admitir comer en su casa Cobn comida comprada por ella. Pero la mujer, más terca, le amenazó diciendo:

-Si no se fía de mi compra, tampoco lo hará de mis deducciones. Así que me voy.

Pero llegaron a un acuerdo y ella se quedó a almorzar.

El acuerdo fue que él se ocuparía de la cocina, mientras ella le contaba lo que había descubierto.

Fabio se puso un delantal y comenzó a cocinar. Entre el ruido de los cacharros (perolas, cazos, sartenes, espumaderas y platos, entre otros utensilios), Aurora Salazar contó lo que había descubierto.

 

GÓMEZ, Ricardo (2004): La isla de Nuncameolvides, Zaragoza, Edelvives, (Alandar, 58), p. 31.

Mate

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En penumbra de mis ojos cerrados podía verlos sentados  allá abajo. Con rostros sonrientes estaban todos bajo los cuadros del rey Jorge V y la reina Victoria. La señora Agustina en su mecedora favorita; el señor Alarcón en el sofá con pañitos de crochet en la cabecera; Martín en el sillón verde oscuro, con su poncho, bebiendo mate con bombilla de alpaca y llenándolo de vez en cuando con la tetera que hervía en el brasero fragante a azúcar tostada; el inglés, en el canapé rosa con mapas de humedad, mirando a Elizabeth que tocaba a Scarlatti en el clavecín violeta, “bien temperado”, a la luz de un candil…

 

Peña Muñoz, Manuel: Mágico Sur, Madrid, SM, (3 2000), (Gran Angular. Premio Gran Angular 1997), pág. 104.

 

 

Las bodas de Tecuixpo y Cuitláhuac

 

Tenochtitlan

Tenochtitlan

 

Mi padre decretó unas bodas magníficas. Regaló maíz a los cuatro barrios de Tenochtitlan. Parecía una cascada de maíz, una lluvia de abundancia que tuviera su origen en el cielo. Las bodas de Tecuixpo y Cuitláhuac eran benditas, acababan con el hambre, traían alegría y alimento a los tenochcas.

Los nobles fueron regalados con objetos de oro, turquesas y jades. La calzada de Iztapalapa parecía el camino de los dioses alegres, de los dioses risueños, de los cuatrocientos conejos, del dios Omacatl, que convidaba a la gente a comer y a reír, aquí sobre la Tierra.

La ceremonia principal fue en la mejor sala de las Casas Nuevas. Yo iba envuelta en un sueño, con un bello huipil del color de la Luna y mis cabellos de niña destrenzados, fluyendo como un río hasta la cintura. En la puerta de la sala estaba parado mi tío Cuitláhuac.

Mi novio.

 

GARCÍA ESPERÓN, María (2010): Copo de algodón, México, Ediciones el Naranjo, p.54.

 

 

La cuina

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-Por aquí es la cocina –dijo Elizabeth asomándose por una cortina de cretona antigua.

Yo avancé hasta la estancia donde estaba el gran fogón con su chimenea negra de hollín. Yo recordé aquellos versos de la infancia:

“Soñé que era muy niño

Que estaba en la cocina

Escuchando los cuentos

De la vieja Paulina…”

-Te presentó a mis padres –dijo Elizabeth.

Un hombre pequeño de cejas blancas y pelo canoso sonrió mientras tocaba la guitarra en arpegios aislados, como si la estuviera afinando.

-Ya que no tenemos más huéspedes, lo mejor será que cenes con nosotros –agregó Elizabeth-. Te sentirás muy solo allá en el comedor.

Y la extraña recepcionista, con sus tacones altos, su rostro maquillado, sus modales perfectos, puso la mesa junto al fogón. Nos sentamos en bancas que se adosaban a lo largo de la pared, sobre las que había gatos durmiendo sobre cojines de lana. La cena –sopa de cholgas, truchas del estuario y dulce de membrillo de postre- transcurrió medio de sonrisas y conversaciones nerviosas. Entre plato y plato –y mientras se limpiaba con una servilleta que tenía puntas de encaje-, Elizabeth habló de la belleza del estuario en un día con sol. “Es como estar en Suiza”, dijo”.

Peña Muñoz, Manuel: Mágico Sur, Madrid, SM, (3 2000), (Gran Angular. Premio Gran Angular 1997), p. 73-74.

 

 

 

Poques provisions

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Pero el problema más grave ha surgido a la hora de preparar la cena. Después de dos días y medio de marcha, nuestras provisiones comienzan a agotarse. Cuando hemos reunido los alimentos que quedaban en los macutos hemos comprobado que apenas alcanzaban para acallar los rugidos de nuestros estómagos.

-¡Qué incautos somos! –he dicho en voz alta-. Los viajes de los antiguos exploradores duraban meses, y en algunos casos llegaban a prolongarse durante años. Y nunca los iniciaban sin disponer de un gran número de provisiones.

-Ellos no buscaban a tu madre –me ha replicado Sengar riéndose-. Nosotros sólo tenemos que aguantar unos pocos días y, además, pronto llegaremos a algún lugar donde podremos comer hasta hartarnos.

-Bastará con que bajemos a las carreteras del otro lado y busquemos una aldea –ha dicho Leo fingiendo seguridad.

-De todas formas, Berta tiene razón –ha intervenido Mulu-. Será mejor que administremos con prudencia lo poco que tenemos. Por esta noche nos conformaremos con sopa de sobre y el poco maíz que nos queda.

Hemos decidido hacerlo así, aun sabiendo que eso significaba pasar hambre, y hemos masticado con calma la pasta de maíz. Ha sido bastante duro: después de la marcha del día, nos sentíamos desfallecidos.

La noche había caído muy deprisa sobre nuestras cabezas, y la majestuosidad de esta selva resulta mucho más oscura y amenazadora que todos los bosques que hemos atravesado.

 

 

MARÍN, Francisco M.(2000): Las Montañas de la Luna, Barcelona, Alba, (Mapamundi), p. 107-108.

Quan hi ha gana, tot es desconfiança

Mapa de Ruanda

Mapa de Ruanda

 

Hasta hace poco había en Ruanda dos grupos étnicos: los hutus y los tutsis. Eran distintos pero habían convivido pacíficamente durante muchos años y ambos se consideraban ruandeses. Ahora la pobreza los ha llevado a considerarse enemigos. En toda la zona de los Grandes lagos hay eso que se llama superpoblación. Cuando falta comida, la gente desconfía de los que no son como ellos, de los diferentes. Y aunque a los europeos todos los negros nos parezcan iguales, no todos los habitantes de África son lo mismo.

 

MARÍN, Francisco M.(2000): Las Montañas de la Luna, Barcelona, Alba, (Mapamundi),

pág. 71

Sempre pollastre!

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Como ya eran las seis y media, y aquí se cena muy pronto, Kenya ha preparado limonada fresca y nos ha enviado al porche mientras ella ultimaba la cena.

¿Sabes lo que había para cenar, diario? Lo has adivinado. Había pollo.

Después de quitar la mesa, y mientras escribo estas notas, nos hemos quedado contemplando el rojo sol de África escondiéndose por las colinas del oeste y produciendo un efecto espectacular con su disco de fuego.

 

pág. 44.

MARÍN, Francisco M.(2000): Las Montañas de la Luna, Barcelona, Alba, (Mapamundi), 

Un esmorzar a “la fonda” al S. XVI

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Al bajar a la sala donde se centraba la vida en esas horas, el estudiante encontró a varios hombres que desayunaban lo que la patrona había preparado para todo aquél que había pagado también una razón de algo caliente. Algunos de los que allí se sentaban eran verdaderos especímenes dignos de estudio individual y personalizado: estaba aquel clérigo recién llegado de las Indias que parecía que comía con la barbilla, tan corta era la distancia que separaba la boca del mentón. Siempre estaba leyendo, siempre rutando las palabras latinas que sus cansados ojos desvelaban, siempre intentando memorizar lo que en el libro ponía. Un poco más lejos se encontraba aquel noble caballero venido a menos que seguía portando capa y espada, mientras que a aquélla se la comían las ratas de su cuartucho y éste se cubría de la herrumbre imperdonable que supone la falta de uso. El estudiante estaba convencido de que, por esta misma razón, su estómago estaría también oxidado. El caballero intentaba ganarse el favor de una de las camareras por medio de piropos y, cuando ella se acercaba, el pícaro aprovechaba y le robaba hábilmente algunos de los trozos de pan que llevaba en la bandeja la pobre incauta. En una mesa del fondo unos cuantos estudiantes como él mascaban unos trozos de pan y, seguidamente, cortaban más trozos para mojarlos en el huevo frito que les había servido. El estudiante decidió no pararse a observar ya que era tarde, tenía que descubrir lo que todavía era extraño para él en la ciudad y además necesitaba urgentemente dinero.

 

 Ballester, Blanca: Dos gramos de plomo, León, Everest, 2001. (IV Premio Leer es Vivir), pp. 10-11.

 

Dinar de casament de Felip II i Maria Tudor

Dirck Crabeth: «Felipe II y María Tudor ante la Eucaristía» (1557)

Dirck Crabeth: «Felipe II y María Tudor ante la Eucaristía» (1557)

 El rey, que vestía un terno de color claro, sombrero de plumas y manto de tisú de oro, esperó en el altar a doña María, vestida también de blanco y pedrería y tocada con cofia de encaje. En el altar, los novios hablaron afablemente entre sí, don Felipe le dirigía sonriente las pocas palabras que había aprendido en inglés. La comida, de muchas viandas y abundante cerveza, se amenizó con un baile que acercó a la nobleza inglesa y española; así conoció el conde de Feria a la que luego sería su esposa lady Juana Dormer. Los demás nos entregamos al jabalí asado y a la bebida. Luego el obispo de Winchester subió a bendecir el lecho nupcial, pidiendo al Señor la alegría de la fecundidad para la prosperidad de los reinos .

 

SANZ, Blanca (1999): Aquellas costas de Inglaterra, Barcelona, Emecé Editores,  p. 105.