Category Archives: Adaptadors

La vida de Lázaro con el escudero

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Eran ya las dos, y mi amo no venía.

Como mi hambre era cada vez mayor, cerré la puerta y puse la llave donde me dijo.

Acto seguido me dediqué a pedir pan por las casas, con voz baja y enferma.

Y lo hice tan bien que, antes de que el reloj diese las cuatro, ya tenía otras tantas libras de pan en el estómago, y más de otras dos ocultas en las mangas y en el seno.

De regreso a casa, pasé por la tripería, y pedí limosna a las mujeres que allí vendían. Una mujer, compadecida de mí, me dio un pedazo de uña de vaca y unas pocas tripas cocidas.

Cuando llegué a casa, ya estaba en ella el bueno de mi amo. Había doblado su capa, la había puesto encima del poyo de piedra y él se estaba paseando por el patio.

Creí que me iba a reñir por haber tardado tanto, así que me excusé:

-Señor, hasta que dieron las dos estuve aquí. Y como vi que no volvía, fui a pedir por las casas, y me han dado esto.

Y le enseñé el pan y las tripas.

Al verlo, se le animó la cara y me dijo:

-Pues yo te he esperado para comer, pero al ver que no venías, he comido sin ti. Tú has hecho muy bien, porque más vale pedir que no robar. Sólo te ruego que no le digas a la gente que eres mi criado, aunque la verdad es que aquí nadie me conoce. ¡No tenía que haber venido nunca a esta ciudad! Come, pues, come.

 

NAVARRO DURÁN, Rosa (2006): El Lazarillo contado a los niños, Barcelona, Edebé, pp. 93-94. Il. Francesc Rovira

 

Més informació

De lo que le sucedió a una mujer llamada doña Fantástica

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El conde sabía que Patronio era un hombre sabio y que pronto buscaría un cuento con el que aconsejarle, así que le dejó contar…

-Hubo, señor, una mujer llamada doña Fantástica, más bien pobre que rica, que un día iba al mercado llevando una olla de miel.

 

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Yendo por el camino comenzó a pensar que en el mercado vendería esa olla de miel, y que con el dinero obtenido compraría una partida de huevos de la cual nacerían gallinas, y que cuando éstas hubieran crecido las llevaría al mercado y compraría ovejas, de las que al cabo del tiempo vendería la lana, la carne y los corderos, de modo que sería más rica que ninguna de sus vecinas.

Luego pensó que con aquella riqueza que obtendría casaría a sus hijos e hijas y les daría buenas dotes, y que iría por la calle rodeada de yernos y nueras, que pasearían con sus hijos de la mano, mientras oía a las gentes celebrar su buena suerte y elogiar su trabajo, con los cuales había podido prosperar desde la situación de pobreza en la que estaba.

Y se sintió tan feliz que rió de tanta alegría y, al reírse, se dio un golpe con la mano en la frente, con lo que la olla de miel cayó al suelo y se partió en pedazos. Cuando vio la olla rota comenzó a llorar y a lamentarse como si hubiera perdido a la vez miel, gallinas ovejas, corderos, dotes, yernos, nueras y nietos. Así que por celebrar anticipadamente lo que no había conseguido, no logró nada de lo que quería.

El conde volvió a sus cuentas y libros, pensando en un refrán que venía al caso de esa fábula:

                        En las cosas ciertas confiad

                        Y en las fantásticas evitad.

 

GÓMEZ, Ricardo (versión y adaptación) (2009): “De lo que sucedió a una mujer llamada doña Fantástica”, en El Conde Lucanor, de Don Juan Manuel, Zaragoza, Edelvives, pp. 60-62.

 

El Conde Lucanor, edición de Juan Vicedo. Biblioteca Cervantes

 

Imágenes de Javier Zabala

Don Quijote vela las armas

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Menos mal que salió enseguida el ventero. Al ver la figura del caballero, imaginó que no debía de estar muy cuerdo. Por eso le ofreció posada con buenas palabras.

A don Quijote le pareció el señor del castillo y aceptó gustoso su invitación.

Las mujeres le ayudaron a desarmarse, pero no pudieron quitarle el casco, porque lo tenía atado con cintas verdes y fuertes nudos, y él no quiso que las cortaran.

Como él tenía que sostenerse la visera, sólo pudo comer con su ayuda: ellas le ponían la comida en la boca. Beber fue más complicado: necesitó una caña que el ventero agujereó.

Y dado que a él le parecía que comía en un castillo y le ayudaban bellas doncellas, decidió que ése era el lugar adecuado para armarse caballero. Y así se lo pidió al señor del castillo.

El ventero, que era aficionado a los libros de caballerías, aceptó hacerlo.

Pasó la noche velando las armas.

 

NAVARRO DURÁN, Rosa (2005): El Quijote contado a los niños, Barcelona, Edebé, pp. 16-18. Ilustraciones Francesc Rovira.

 

Il·lustració de Francesc Rovira

Il·lustració de Francesc Rovira