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No m`han quedat sequeles

Cathou Cathare (2007). Salon du chocolat

Cathou Cathare (2007). Salon du chocolat

A veure… no sé com va començar, què va ser primer, vull dir… Ja se`m barregen algunes coses… Primer no dormia, després vaig deixar de banda el menjar… No ho sé, estava massa capficada per pensar a menjar… Em vaig aprimar molt, sí. Home, seqüeles… No, d`aquella etapa no es pot dir que m`hagin quedat, de seqüeles… Per sort, no va ser prou temps perquè m`acabés afectant els ronyons, ni les genives. Vaig sofrir d`amenorrea quatre o cinc mesos, i ja em vaig espantar… Sí, en coneixia els símptomes… D`alguna cosa m`havia de servir, haver estudiat medicina! Potser va ser veure tants casos d`anorèxia nerviosa, a l`hospital, el que em va donar el senyal d`alerta. De manera que vaig tornar a menjar. Però vaig descobrir en el menjar una droga molt dura, que no podia deixar… Home, és que no és que pugui posar una data de començament i una de final, exactament, però la bulímia deu ser de finals del 97. Al principi poc, després més sovint. No, no vomitava, al principi… Dos mesos, potser… Em vaig engreixar uns sis, set quilos… Exacte… En això, haver vist tants casos em va ser perjudicial… Home, perquè em sabia molts truquets, ja… Com amagar-se… com vomitar… Ho vaig arribar a fer en lavabos públics també. Sí restaurants, bars… Com més es practica, menys temps es necessita… Qualsevol cosa. I ara! Encara que fos pa sec! M`he arribat a menjar el pa dur que guardava per a la veïna… És que la seva mare tenia gallines, al poble… Jo ja ho intentava, no tenir menjar a casa… però era igual. Si no tenia xocolata, magdalenes o pastissets, m`atipava de tonyina, fesols, pa mullat en llet… El que fos.

 

 BAGÉS, Noemi (2008): I la mort em parlava, Barcelona, Barcanova, Antaviana Jove, 71, p.58-59.

 

Més informació en DE LA LITERATURA A LES CUINES DE LA MEDITERRÀNIA.

 

 cats

 

Una visita a la nevera

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En cuanto pensó “nunca”, como es lógico, la horrible idea comenzó a hablarle.

“Tienes hambre –le dijo-. Tienes hambre y tu barriga está vacía como el tambor de la lavadora, fría como una llanura polar; tienes frío en todo el cuerpo, te sientes débil, muy débil, las piernas no te sostienen, se te nubla la vista. Si quieres salvarte, no te queda más que un recurso. ¡Levántate, ve a la cocina, llénate la barriga hasta hartarte!”.

Michele se resistió a aquella voz uno o dos minutos más, luchó contra ella con todas sus fuerzas; después, lento como un robot, se levantó, salió del dormitorio, cruzó el pasillo, se detuvo un instante delante de la puerta de la cocina y, después de lanzar un suspiro, la empujó con delicadeza.

Ella estaba allí, lo esperaba tranquilamente en un rincón. Michele la miró bien antes de acercársele: en la penumbra del cuarto se la veía tan brillante, tan blanca, tan alta, que en vez de una nevera parecía un inocente cachalote dormido en lo más profundo del océano. En el silencio reinante sólo se escuchaba su voz discreta:

-¿Zzz? ¡Bzzz bzzz! Zzzbzz.

Probablemente, para otras personas, aquellas palabras confusas no habrían sido más que el ronroneo de un motor medio envejecido, pero gracias a la larga amistad que lo unía con la nevera, Michele era capaz de entenderlas a la perfección.

-¿Has venido a verme? –le había dicho Neve-. ¡Qué estupendo! Anda, ven, come todo lo que tengo dentro, zámpate también la mantequilla y los huevos; verás que así el aburrimiento se marchará.

-¡No puedo hacerlo! –respondió Michele en voz baja acercándose a la puerta.

-¡Bzzzot, zzzrr! ¡No me vengas con tonterías! –le contestó la nevera.

-De verdad que no puedo… -insistió Michele con un murmullo inseguro.

-¿Zzz? ¿Y quién te lo impide?

“Mi mamá” se disponía a contestar Michele, pero antes de que lograra pronunciar la respuesta, su mano se había apoyado ya sobre el tirador y había tirado de él, y la enorme puerta blanca se había abierto.

¡Qué magnífico espectáculo! ¡Inolvidable! Su madre había hecho la compra semanal el día anterior, y todos los estantes, del primero al último, estaban llenos a rebozar de comida; Michele dio un paso atrás para contemplarlo mejor: sí, bajo aquella luz difusa, con aquellos paquetes y latas de infinidad de formas y tamaños, la nevera parecía de veras un gigantesco y generoso árbol de Navidad. Antes de lanzarse de cabeza sobre aquellos manjares, echó un vistazo al reloj de la pared. Faltaba aún media hora para que llegara su madre, tenía que darse prisa para cumplir con la misión.

Empezó por la mayonesa; agarró el tubito por un extremo y se lo metió en la boca; inspirando a todo pulmón, lo vació en menos de un minuto. Luego le tocó el turno a la lasaña del día anterior; estaba claro que no podía perder el tiempo buscando un tenedor, tampoco podía correr el riesgo de ensuciarse. Así pues, levantó la primera capa entre el pulgar y el índice, la envolvió en el dedo medio como si fuera un canito y se la metió en la boca. De esa manera, las tiras de lasaña desaparecieron una tras otra; le siguieron el requesón y el queso de rallar; desaparecieron la carne picada para las albóndigas y los flanes de chocolate; desaparecieron, una tras otra, las bebidas y la jarra de té frío; le siguieron el jamón y los rollitos de pollo; desaparecieron tres huevos, medio litro de leche y un resto de pizza.

En ese momento, Michele hizo una pausa y miró la hora: faltaban apenas diez minutos para que su madre regresara. Ante él, solitarios como supervivientes de una guerra, habían quedado sólo tres potes de yogur descremado y unas cuantas manzanas deshidratadas.

“Bien –pensó, mirando el panorama-, la verdad es que he hecho un buen trabajo”. Y tras un pequeño eructo de satisfacción, cerró la puerta de la nevera.

-Bzzol- lo saludó la nevera.

-¡Hasta pronto! –respondió él y, de puntillas, se dirigió a su cuarto. Una vez allí, se quitó los zapatos, se desabrochó los pantalones y se tendió sobre la cama.

Ya no sentía aquel frío vacío en la barriga, sino un calor muy grande, una tibia sensación que, desde el ombligo, irradiaba por todo su cuerpo. ¡Qué bien se estaba con la barriga llena! ¡El aburrimiento salía volando como las palomas cuando bates palmas, y el mundo entero parecía mullido, blando, dispuesto a acogerte!”.

 

 

-TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, pp. 10-14.

 

Para saber más de Susanna Tamaro