Llegó la quinta luna llena y, con ella, los primeros vientos fríos. Repletos los sacos de frutos y semillas y secadas las carnes de los animales cazados, los crow recogieron sus pieles, sus tipis y los palos que sostenían las tiendas, preparándose para el viaje.
Antes de partir, cada familia dejó en el centro de donde había plantado su tipi un puñado de frutos y semillas y una ofrenda de carne y de pescado, como agradecimiento a la Madre Tierra por haberles dejado utilizar su suelo y tomar su agua.
También agradecieron al Espíritu del Bosque que les hubiera permitido recolectar frutos, recoger resinas o quemar leña.
Y dieron las gracias al Gran Espíritu porque los peces se hubieran dejado pescar y los ciervos se hubieran dejado cazar.
Por último, en una danza en la que participaron de ancianos a niños, se alegraron por haber pasado en las montañas cinco lunas más, deseando estar de regreso cuando las nieves se hubiesen retirado y los grandes animales del bosque se hubieran saciado de la comida que les correspondía.
Después de todo eso, el pequeño grupo de indios crow emprendió su viaje anual hacia las grandes praderas.
GÓMEZ, Ricardo (2006): Ojo de Nube, Madrid, SM, Barco de Vapor, 186, p. 20-21