Category Archives: Contes

Les cabres saharauis

 

El Sahara

El Sahara

Algunas cabras saharauis comemos papel. Muchos dirán que somos unas cochinas, pero una vez que te acostumbras al sabor de la tinta, la celulosa prensada está incluso rica. La ventaja de comer papel es que te vuelves una cabra ilustrada. Llega un momento en que, de comer tanto papel, aprendes a leer. No sé cómo, pero aprendes.

Tenía razón el abuelo de Luali. ¡Les han olvidado!

Cuando alguna de nosotras come alguna noticia que habla del Sáhara, va rápido a contárselo a las demás. Pero esto sucede muy pocas veces. El mundo, por lo visto, tiene muchas otras cosas en qué pensar. No quiere saber nada de esa gente.

 

 

GÓMEZ, Ricardo (2009): “El hombre que abrió camino al mar”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 28.

 

Angoixa a Beirut

Perro hundido en la arena. Goya. Museo del Prado

Perro hundido en la arena. Goya. Museo del Prado

 Cuatro horas antes de la explosión que dejó aturdido y casi ciego al perro de patas semihundidas, se oyó el chiquichaque de la cerradura, y entró el padre de Faiuruz. Su mujer salió a la puerta y le indicó con un gesto que no hiciera ruido, para no despertar a la niña. Cuchichearon en la cocina, con la puerta cerrada, sobre la angustia vivida con las sirenas de media mañana, e intercambiaron impresiones sobre la marcha de los acontecimientos.

Él puso agua al fuego para preparar un té, mientras ella colocaba la tetera y las tazas. Por suerte, tenían provisiones para más de una semana, y las garrafas de agua estaban llenas. Nunca se sabía cuándo se podía cortar el suministro. Peor era que faltasen el gas, o la electricidad, se dijeron sin decirse nada.

 

GÓMEZ, Ricardo (2009): “El perro de Goya en Beirut”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 15.

 

De lo que le sucedió a una mujer llamada doña Fantástica

el-conde-lucanor

 

 

El conde sabía que Patronio era un hombre sabio y que pronto buscaría un cuento con el que aconsejarle, así que le dejó contar…

-Hubo, señor, una mujer llamada doña Fantástica, más bien pobre que rica, que un día iba al mercado llevando una olla de miel.

 

olla-de-miel

 

Yendo por el camino comenzó a pensar que en el mercado vendería esa olla de miel, y que con el dinero obtenido compraría una partida de huevos de la cual nacerían gallinas, y que cuando éstas hubieran crecido las llevaría al mercado y compraría ovejas, de las que al cabo del tiempo vendería la lana, la carne y los corderos, de modo que sería más rica que ninguna de sus vecinas.

Luego pensó que con aquella riqueza que obtendría casaría a sus hijos e hijas y les daría buenas dotes, y que iría por la calle rodeada de yernos y nueras, que pasearían con sus hijos de la mano, mientras oía a las gentes celebrar su buena suerte y elogiar su trabajo, con los cuales había podido prosperar desde la situación de pobreza en la que estaba.

Y se sintió tan feliz que rió de tanta alegría y, al reírse, se dio un golpe con la mano en la frente, con lo que la olla de miel cayó al suelo y se partió en pedazos. Cuando vio la olla rota comenzó a llorar y a lamentarse como si hubiera perdido a la vez miel, gallinas ovejas, corderos, dotes, yernos, nueras y nietos. Así que por celebrar anticipadamente lo que no había conseguido, no logró nada de lo que quería.

El conde volvió a sus cuentas y libros, pensando en un refrán que venía al caso de esa fábula:

                        En las cosas ciertas confiad

                        Y en las fantásticas evitad.

 

GÓMEZ, Ricardo (versión y adaptación) (2009): “De lo que sucedió a una mujer llamada doña Fantástica”, en El Conde Lucanor, de Don Juan Manuel, Zaragoza, Edelvives, pp. 60-62.

 

El Conde Lucanor, edición de Juan Vicedo. Biblioteca Cervantes

 

Imágenes de Javier Zabala

Què menjava un anacoreta?

 

siete-historias-para-la-infanta-margarita

 

 

Mi tía Hermenegilda, la de Babilafuente, que vivió más de cien años, llegó a conocer al raro anacoreta poco antes de que muriera, y afirmaba que era de increíble frugalidad y de vida tan mortificada y piadosa, que servía de ejemplo a cuantos lo frecuentaban.

Sustentábase casi exclusivamente de frutos secos, que le hacían llegar dos veces a la semana por medio de un cucurucho de papel, en el que iban introduciéndolos poco a poco. Aseguraba que las raciones eran tan exiguas que daba pena, pero que el clérigo se negaba a ingerir otra cosa, salvo algo de queso, si el día que le tocaba era fiesta de guardar, y algunas frutas escarchadas por Pentecostés. Solo bebía agua una vez al día, y tan poca que más parecía gorrión que hombre hecho y derecho, como decían que era los que le trataron antes de encerrarse.

 

FERNÁNDEZ-PACHECO, Miguel: Siete historias para la Infanta Margarita, Madrid, Siruela, 2001. Las Tres Edades, 84, p. 132.

 

Texto en PDF

El “boucan”

boucan

 

Su aspecto ciertamente aterraba. Además, eran casi todos herejes, ya anglicanos, ya hugonotes, ya anabaptistas. Muchos de ellos provenían de ejércitos licenciados, aunque los había también desertores, exiliados por cuestiones religiosas, plantadores arruinados, jugadores con deudas y hasta reos escapados de los presidios.

Asaban sus cochinos, tras despellejarlos, cortarlos en tiras y untarlos con sal, en unas parrillas tejidas con ramas verdes, que los caribes llamaban barbacoa, y que se ponían sobre hogueras también alimentadas con leña verde, para que produjera abundante humo. Así, conseguían una carne salada y ahumada que, también en lengua caribe, se denominaba boucan. De ahí viene el nombre de bucanero.

Este boucan, que se comía bien crudo, como nuestro jamón, bien guisado, tras ablandarlo en agua, era un alimento codiciadísimo por cuantas naves surcaban esos mares tropicales, dado que se conservaba en las húmedas y calientes bodegas más tiempo que ninguna otra carne, y aseguraban que, consumiéndola, se alejaba el temido escorbuto.

 

FERNÁNDEZ-PACHECO, Miguel: Siete historias para la Infanta Margarita, Madrid, Siruela, 2001. Las Tres Edades, 84, pp. 75-76.

Ficha bibliográfica

 

Text en PDF