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Una nova fruita arriba d’Amèrica: la pinya

ananas

 

Don Cristóbal encontró chozas de nativos con comida fresca y frutos nunca vistos, en especial uno, al que pusimos por nombre piña, porque se parecía a los piñones españoles, pero multiplicados por cuarenta en tamaño, de carne amarilla pálida y muy sabrosa, que ya habíamos saboreado en el primer viaje, pero cuyos árboles no conocíamos, y que mucho después nos enteramos que los nativos llamaban ananá.

 

 

 

Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), pàg. 43.

 

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Segon viatge d’en Colom

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Nos deslizábamos sobre las olas y avanzábamos casi sin sentir. Diecisiete navíos, cargados de todo cuando podía sernos útil al otro lado de la tierra, constituyen una flota que impresiona.

Llevábamos bizcochos que, aun cuando se secan siguen siendo tan buenos, quesos duros, mucho aceite, vinagre, trigo en fruto y en harina, cebada molida, semillas, almácigos y hasta cepas de vid, todo tipo de herramientas, yeguas, caballos y perros, pero también armas, aparte de la artillería defensiva en las cubiertas, había la suficiente para pertrechar al ejército de fortuna que nos acompañaba.

 

 

 

 

Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), p. 28.

 

 

Amb el vi no s’hi juga

memorias

 

La reina dio una palmada para indicar que la conferencia había finalizado, se puso en pie y caminó seguida de su marido hacia el comedor.

Si los cardenales tienen su bocado, que debe ser muy sabroso por la fama que gastan, la comida de los reyes es suculenta, bien servida y apetitosa nada más verla en las fuentes, y si la regáis con sus buenos caldos de vino, aquello sabe a gloria.

Y hablando de vinos, un día vi una cosa triste. Eduardo Valentín, un cristiano nuevo de Zamora, fue juzgado y ajusticiado en la plaza mayor. Había sido contratado por el arcediano don Juan Rodríguez de Fonseca para proveer de vino a nuestra expedición a las Indias. Algo más de un centenar de toneles, protegidos con cuero crudo y bien sellados, llegaron a Cádiz y los almacenaron para embarcarlos en su momento. Pero el señor de Fonseca es un cura zorro; mandó un catador y el vino estaba aguado. Sí, en esta tierra de Dios, donde el vino puede ser hasta pobre y pelón, pero nunca aguado, habían tenido la mala uva de adulterarlo sin misericordia.

El catador se dio el lujo de probar uno a uno todos los toneles, y ninguno, siquiera por vergüenza, estaba como mandan los cánones.

Prendieron al infeliz Eduardo Valentín, le hicieron un juicio inmediato. Alegó que por su enfermedad no podía probar bebidas espirituosas y que seguramente a él también le engañaron.

Nadie le creyó; demostraron que empinaba el codo como pocos y fue condenado a morir en la horca.

 

 Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), pp. 17-18.

 

La otra orilla

Planta del tabac

La conquista d`Amèrica: nous aliments

Los hombres se rieron. Sacaron de sus bohíos unos cartuchos de hojas marrones enrolladas, que encendieron por un lado y aspiraron por el otro para echar humo inmediatamente.

Nos lo ofrecieron y los aceptamos. Y el humo era algo fuerte y picante, pero a los hombres les gustó y decían que los ponía eufóricos.

Luis de Torres les preguntó cómo se llamaba la planta mágica que usaban.

-Cao-ba –le respondieron.

Nosotros, después a la cao-ba le pusimos el nombre de tabaco.

Yo también lo probé… Fui el primer chico de este lado del mundo que lo hizo.

Retornamos a las naves muy agotados con la historia del tabaco, pero sin haber conseguido la menor noticia del Gran Khan de Cipango.

Colón no se dio por vencido. Aseguró que allí estaba la gran isla asiática. Envió nuevas expediciones por mar y por tierra en busca de mayor información.

Finalmente, nos enteramos de que los nativos huían cuando preguntábamos por el Gran Khan, porque ellos lo confundían con los “kane” o “kani”, según decían otros. Era una tribu guerrera muy belicosa del Caribe que, de cuando en cuando, hacía incursiones en cuba y se llevaba prisioneros, sin retorno.

Hicimos amistades y nos ofrecieron riquísimas variedades de plátanos, piñas, nueces y cacahuetes, mangos, cocos, maracuyá, chirimoyas, aguacates, papayas y muchas otras.

Comían también fréjoles, que nosotros luego llamamos judías, camotes o boniatos, y una especie de tortitas muy delicadas que fabricaban con maíz.

Tenían otra planta cuyo fruto lo sacaban de las raíces: se llamaba yuca. Era grande, de carne blanca y muy sabrosa, Con ella elaboraban panes y un exquisito vino.

También hacían vino de maíz, y al beberlo en buena cantidad se embriagaban y danzaban felices.

 

VILLANES, Carlos (1992): La otra orilla. Madrid: Anaya. Espacio Abierto, 12, pàg. 69