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Estoy hambrienta… pero me siento gorda

“No puedo creerme que esté tan gorda. Siempre he sabido que estaba un poco llenita. Pesada. Más bien grande. Pero no gorda.

Susurro la palabra en voz muy baja: “Gorda”. Me vienen a la mente imágenes de grasa aceitosa en una sartén de humeantes patatas fritas. Miro mi cuerpo y veo la manteca que hay bajo mi piel. Empiezo a agarrarme cachos de carne como si se tratara de desprenderme de ellos.

Ahora la chica del espejo parece que está majara, además de gorda. Me giro rápidamente y vuelvo a ponerme la ropa. Los vaqueros me están tan estrechos que apenas puedo subirme la cremallera. El jersey se ciñe de forma obscena sobre mi pecho. Me peino tratando de tapar mi gran cara de luna llena. Sigo mirándome para ver si he cambiado a mejor en los últimos dos segundos. Tengo peor aspecto a cada momento que pasa” (p. 20).

 

Jacqueline Wilson

Jacqueline Wilson

“No como yo. Porque yo estoy hambrienta. Oigo a mi padre y a Eggs que vuelven de la piscina. Oigo que están charlando sin parar, abajo en la cocina. Y luego me llega el olor. Flota en el aire y se cuela por debajo de la puerta de mi habitación, y vuela sobre mi cama, hasta llegar a mi nariz. Ay, señor, que mi padre está friendo beicon. Que van a comer sándwiches de beicon. Me chiflan. Mi padre no es muy buen cocinero, pero hace unos sándwiches de beicon fabulosos. Tuesta el pan y extiende encima de las rebanadas una buena cantidad de mantequilla color oro y luego fríe el beicon hasta que no queda nada de grasa blanda…” (p. 23).

“Ahora me encuentro mal. Muerta de hambre. Mi tripa es como un géiser, gorgotea sin parar. Tengo tanta hambre que me duele. Suspiro mientras me doy la vuelta. Me siento como la cría de un pájaro con el pico abierto de par en par, y piando sin parar. Por ejemplo, un cuco. La cría del cuco es enorme y regordeta, el doble de grande que los demás pájaros, mucho más gorda que el frenético padrastro que la alimenta” (p. 31).

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WILSON, Jacqueline (1998): Chicas con imagen, Madrid, SM, Gran Angular, 212. Traducción Asun Balzola.

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Ajo arriero

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Se sentaron a la mesa y, por fin, Raúl comió el tan deseado ajo arriero.

-Abuela, no es un plato que sea sofisticado, ya lo sé, pero me muero por el ajo arriero…

-Pues como no vengas más a menudo te quedas sin él… ¿Sabéis? El año pasado Blas, mi Blas, vuestro tío, vino unos días al pueblo y se trajo a un superior, pero más campechano que un ocho. No paraba hablar maravillas de todo. Les hice también ajo arriero… y yo creo que no he visto nunca a nadie disfrutar tanto con un plato de pobres, aunque ahora el bacalao está por las nubes…

-¡Vaya con el superior! –Raúl siguió la broma- ¡Menos mal que estoy aquí! ¡No me vaya a quedar sin mi ración!

-¿Cómo se prepara, abuela? –preguntó Luisa.

-Me enseñó mi madre, que también se llamaba Luisa como tú, era más refinada que yo, pero sabía cocinar, ya lo creo… Ya os lo he dicho antes. Cuando tuvieron que dejar las casa de la capital se vinieron conmigo. Mi padre lo pasó peor, pero la abuela Luisa se adaptó estupendamente y me ayudó mucho con los chicos, sobre todo con Andrés, que era un demonio… Ay qué ver, mi madre, que era una señora, acabó comadreando con las vecinas del pueblo como una más y mi padre que presumía de campechano se dejó vencer en un rincón… porque se le había caído el mundo encima.

-¿Y cómo se hace el ajo arriero, abuela?

A. Sáiz, preparant ajo-arriero

A. Sáiz, preparant ajo-arriero

-Ahora os lo digo, pero sin paciencia nada de nada. No es como ahora que zas vas y compras cuatro avíos congelados de esos y a comer. Nada nada. Se cogen unas patatas, se hierven y se pelan. Se añaden dos huevos duros, uno o dos crudos, unos ajos bien machacados, bacalao desalado y desmigado… Lo ligáis todo, un poco de sal y a darle vueltas con aceite de oliva. Cuando quedé así como lo veis, pues se puede comer. Era el plato de Semana Santa y yo lo preparaba con frecuencia. Ahora hacía tiempo, pero a ti, Raúl te gustaba mucho de pequeño… y mira que es un plato poco sofisticado, pero te lo comías con unas ganas… Os haré otro día el gazpacho que al abuelo le gusta mucho y, cuando venga vuestro padre, el morteruelo, para que se chupe los dedos, a ver si mejora.

-¡Es que Raúl es un tragón! –soltó Marta.

-¡Tragona tú!, que estás todo el día con las chuches y venga pedir a mamá…

-Bueno, pero tú me las quitas.

-Os haré otro día el gazpacho –intervino conciliadora la abuela- que al abuelo le gusta mucho y, cuando venga vuestro padre, el morteruelo, para que se chupe los dedos, a ver si mejora.

-Sí, abuela, y esas rosquillas…

-¡Y luego dice que el tragón soy yo! –siguió porfiando Raúl, aunque más por hacer rabiar a su hermana que por otra cosa.

-¡Abuela!, ¡di qué pare!

 

           

SÁIZ RIPOLL, Anabel (2008): Como un girasol, Cuenca, Diputación Provincial, pp. 95-107

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En la sobremesa de María (receptes i més)          

         

 

 

 

 

Provisions per L`Armada Invencible

"Armada Invencible"  (Aert van Autum, Rijksmuseum, Amsterdam)

"Armada Invencible" (Aert van Autum, Rijksmuseum, Amsterdam)

Nos detuvimos frente a la galeaza, el sol iluminaba el rojo bermellón de su casco y arrancaba destellos a las tallas doradas que adornaban el maderamen, los fanales de cobre relucían en el castillo de popa y en la proa una escultura femenina semidesnuda que hacía de mascarón se balanceaba mostrando sus pechos desnudos. Aunque todavía los hombres de guerra y la marinería subían y bajaban por las cubiertas, había una cierta calma y se podía escuchar el ruido de las banderolas y de los pendoles agitados por la brisa y el golpeteo de los palos y la jarcia.

De la ciudad empezaron a llegar provisiones de auxilio que se amontonaban en los diques: toneles de agua y de vino, sacos de sal, de legumbres, pellejos de aceite y de vinagre y grandes cestos de pan.

Los carros, las carretillas y las mulas, que con sus cargas a rebosar se dirigían a los cobertizos del malecón, entorpecían el paso. 

SANZ, Blanca (1999): Aquellas costas de Inglaterra, Barcelona, Emecé Editores,  p. 64. 

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Activitats d’aula: 2n d’ESO 

Segon viatge d’en Colom

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Nos deslizábamos sobre las olas y avanzábamos casi sin sentir. Diecisiete navíos, cargados de todo cuando podía sernos útil al otro lado de la tierra, constituyen una flota que impresiona.

Llevábamos bizcochos que, aun cuando se secan siguen siendo tan buenos, quesos duros, mucho aceite, vinagre, trigo en fruto y en harina, cebada molida, semillas, almácigos y hasta cepas de vid, todo tipo de herramientas, yeguas, caballos y perros, pero también armas, aparte de la artillería defensiva en las cubiertas, había la suficiente para pertrechar al ejército de fortuna que nos acompañaba.

 

 

 

 

Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), p. 28.

 

 

Fam a la Xina de Mao

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Però l`any següent [1959], igualment van morir hectàrees i hectàrees de camps d`arròs i blat, aquest cop destruïts pels insectes, que s`havien multiplicat amb rapidesa perquè els seus predadors naturals, els pardals, no havien tornat.

Allò només va ser el començament. Durant els tres anys següents, la Xina va patir un desastre rere l`altre. A més de la plaga d`insectes, hi va haver una sequera molt forta, seguida d`una gana generalitzada. Milions de persones van morir de fam. A la ciutat, teníem el menjar estrictament racionat. Teníem uns cupons petits per tot: blat, arròs, oli per cuinar i carn. La Lao Lao mirava d`anar sovint a la botiga, però la majoria de vegades les provisions ja s`havien acabat. Jo, que feia primer, dinava a l`escola. Ens va, passar setmanes menjant arròs i melmelada de fruita cada dia. Ben aviat, l`estómac se`m regirava només de veure l`arròs amb melmelada.

-No suporto l`arròs fastigós de l`escola –li vaig dir rondinant a la Lao Lao un dia- puc venir a dinar a casa?

Amb una mirada trista, es va ajupir i em va abraçar:

-Tots ho passem malament –em va dir. No vaig trigar gaire a entendre que era una bestiesa queixar-se.

Com que la majoria d`adults de la família treballaven fora de la ciutat durant la setmana, ara la Lao Lao només cuinava per al Lao Ye, el Di Di i jo. Em vaig començar a fixar que feia el sopar per al Di Di i jo, ens mirava mentre menjàvem i després ens enviava a jugar al pati abans de fer el sopar per a ella i el Lao Ye. Al començament no hi vaig donar gaire importància, però un dia em vaig adonar de la diferència. L`olor que feia el seu menjar era molt estranya. Aprofitant que la Lao Lao estava distreta, vaig aixecar la tapa del wok i vaig veure una aigua grisosa amb unes quantes fulles que hi flotaven. Aquell mateix vespre, el meu germà i jo havíem menjat arròs i col fregida, amb una cullerada de carn i tot. Vaig córrer a compartir el meu descobriment amb el Di Di. L`endemà, vam amenaçar de fer vaga de fam si la Lao Lao no ens donava per menjar el mateix que ells.

-Però esteu en ple creixement i necessiteu aliment –va dir amb un sospir-. Nosaltres ja som molt grans i en podem passar.

No! Aquest cop vam ser el Di Di i jo, els que vam defensar la nostra posició. 

 pp. 30-31.

LI, Moying (2009): Neu de primavera. Créixer a la Xina de Mao, Bambú, Barcelona,

 

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Peix a la brasa al desert de El Sahara

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-Què et sembla? –féu l`Ibrahim-. És peix; peix fresc de la costa. Un privilegi de risc al mig del desert!

Sens dubte que ho era. A quasi set-cents quilòmetres del mar no es pot negar que aquella fragància constituïa una esquisidesa poc habitual a la qual resultava impossible de renunciar.

-En Tadjit sempre fa peixos al brasa quan ve a veure`m –digué-; ell mateix els compra al mercat de Bir Nouadine, i t`asseguro que sap triar els més bons. Els porta en un contenidor d`oli que els manté perfectament, i quan els treu estan al punt. És un plat especial que només menjo cada quinze dies, però l`espera s`ho val. Jo ja no me`n puc estar., i molt menys tal com els prepara ell; fixa-t`hi!

La cosa era per mirar-s`ho. Aquell homenàs alt com un castell i que sense esforç aparent era capaç d`esclafar a qui fos amb una sola mà, era també al mateix temps un cuiner imaginatiu com pocs i estava dotat de la més gran finor que hom podia esperar.

Al damunt d`unes graelles hi tenia estesa una dotzena de peixos de forma aplanada, ja nets, però encara lluents, que s`anaven daurant lenta,ment sobre les brases. Al costat, en una tauleta menuda que havia parat vora el foc, hi tenia una espècie de morter on anava fent una barreja de dàtils aixafats, un pessic de sal i successius rajolinet d`oli que hi tirava mentre ho remenava tot plegat amb la màxima cura. Un cop va tenir la salsa lligada d`acord amb el seu criteri, va afegir-hi un polsim d`herbes aromàtiques que serviren de contrapunt a la dolçor dels dàctils i un greu rajolí d`allò que a mi em va semblar vinagre. Després, sempre en silenci, va parar els peixos que ja estaven cuits i els va dipositar en una safata. A continuació, escampant-la amb una cullera, va tirar-hi per damunt la salsa que havia fet i es va girar cap a nosaltres amb un somriure triomfal que fins llavors no li havia vist ni assajar.

-Bo!- va dir-. Ara menjar –va rematar el seu discurs tot assenyalant-nos la tenda d`on havíem sortir feia un moment.

 

 

 

FERRÉS, Jordi (2009): El jardí promès. Barcelona, La Galera, El Corsari, 87, pp. 105-106.

 

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Una vetllada complicada a un pub irlandès

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La vetllada ha estat un veritable malson. El Shamrock ha resultat ser un pub ple de borratxos amb ganes de gresca. N`hi havia un de grassonet especialment pesat que l`amo feia fora cada deu minuts. No sé com s`ho feia, però un segons més tard tornava a ser dins del local com per art de màgia. Llavors tornaven a fer-lo fora.

A banda d`aquesta curiositat, el pub tenia un karaoke on pujaven cantants que amb prou feines podien mantenir-se drets. La lletra sempre anava uns segons endarrerida respecte a la música, cosa que convertia les cançons en un guirigall incomprensible.

Jo tenia l`estómac remogut pel peix que m`acabava de menjar, amb un arrebossat més sòlid que un crostó, fregit amb oli deu vegades reescalfat. A la segona queixalada ja estava pensant com desfer-me del filet sense ofendre l`amo. Per sort no ha calgut, perquè l`he cedit a un holandès del nostre grup que és un golafre.

Mentre intentava fer baixar el greix del filet amb una pinta de Guiness, se m`han acostat almenys deu nois. Un d`ells fins i tot s`ha atrevit a passar-me la mà `pels cabells i la galta mentre em deia alguna cosa a l`orella que no he entès.

Jo els ensenyava el meu claddadh –l`anell amb el cor i la corona-, però encara es tornaven més agressius.

 

Anell claddadh

Anell claddadh

 

MIRALLES, Francesc: Un curs d`estiu a Irlanda. Barcelona. Columna, 2004. Columna jove, 203, pp. 90-91.

 

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Truita de patates a Irlanda

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Una no s`adona que no té ni idea de fer una truita de patates fins que no és massa tard. Els convidats ja eren a taula i jo encara m`estava barallant amb les patates, que no havia manera que es coguessin, mentre l`ou s`enganxava al fons de la paella.

-Vols que t`ajudi? –ha dit la Loreto, que tenia en Dave arrapat com una paparra.

-No, gràcies.

Per la seva part, en Koji –que no havia tornat a mencionar el raspall de dents –seia sol en un extrem de la taula, amb les seves ulleres de superheroi i el tovalló sobre la falda. En aquell moment ha entrat en Harish, que també estava convidat. Només faltava l`Anja.

Veient que no me`n sortia, en Harish s`ha ofert a fer d`assistent de cuina. Amb un plat, hem intentat tomar la truita, que es resistia a abandonar el fons de la paella.

-Pica el cul de la paella amb una cullera –ha proposat en Dave-. De vegades funciona.

A la tercera temptativa de traspassar la pasta socarrimada al plat, un quart de truita –encara sense coure- ha sortit disparat i els convidats han rebut una pluja de patates, ou i oli bullent.

MIRALLES, Francesc: Un curs d`estiu a Irlanda. Barcelona. Columna, 2004. Columna jove, 203, pp. 77-79.

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Un dinar especial…

Comida con los Faraday

Escalopes rellenos

Escalopes rellenos

 

 

 

Domingo, 4 de julio, comida con los Faraday. Mamá lo había apuntado en un post-it que había pegado en la nevera, junto a los imanes y la nota de la compra. Para Selene era una amenaza insoslayable.

Y por fin había llegado.

Las dominicales comidas con los Faraday representaban una de esas raras ocasiones en que las tres generaciones conspiraban, deponiendo sus respectivos egos, en la cocina. Dos o tres horas de laboreo culinario en que hija, madre y abuela se repartían menesteres y compaginaban gustos y aderezos.

Eso, en teoría. A la postre siempre venía mamá. Ella gobernaba el timón, Esta vez había escogido un menú que a la abuela no se le antojaba muy apropiado para aquellas fechas calurosas. De primero, pochas con carabineros. De segundo, escalopes rellenos. De postre, crema de Idiazábal.

-Las pochas no casan con estos calores –refunfuñó la abuela-. Haríamos mejor preparando un gazpacho manchego como Dios manda.

-¡Oh, cállate, mamá, por favor!

Selene debía hacer acopio de valor para soportar aquellas sesiones. Eran terroríficas por muchos motivos. La fatiga no era ni mucho menos el peor de ellos. Lo realmente insufrible era la tensión, que se apoderaba de la cocina, a los quince minutos, como estratos de tupidas telarañas, volviéndolo pegajoso, asfixiante.

-¿Hemos comprado el vino, mamá? Ah, no, qué tonta soy. El señor Faraday se encarga de eso. Hija, ¿has pelado los carabineros? Reserva los cuerpos. Mamá, pica una cebolla, un puerro y un diente de ajo. Hay que rehogarlo en aceite. Eso. Así. ¡Cuidado, mamá! ¡Sólo diez minutos! ¡Baja ese fuego! ¿Ya están las cabezas de los carabineros, Sele? Bien. Échalos a la cazuela. ¡Mamá, eso más que rehogado está achicharrado!

Claudín, Fernando: A cielo abierto, Madrid, Anaya, 2000, (Espacio Abierto, 80), pp. 91-93.

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