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Me gustaría estar hecha de plastilina
“Me gustaría estar hecha de plastilina. Me daría a mí misma una firma muy alargada y muy, muy delgada. Estiraría mis dedos regordetes hasta transformarlos en unas manos esbeltas con uñas de manicura, me estrecharía el cuello y los tobillos, me quitaría un buen pedazo de trasero raspándome la chicha, me arrancaría todo el pelo castaño, que encima es como de alambre, y me dejaría una melena nueva, larga y rubia…”
WILSON, Jacqueline (1998): Chicas con imagen, Madrid, SM, Gran Angular, 212. Traducción Asun Balzola, p. 10.
El deseo de comer tarta de manzana
“-¡Tarta de manzana!
-¡Exactamente, tarta de manzana! –exclamó la voz de Delicia Esquelética. Hablaba desde un micrófono oculto-. En el horno –prosiguió-, se está cociendo una tarta de manzana. ¡Si pudieras verla! Es una delicia: inflada y tierna por los lados, completamente recubierta de rodajitas de fruta acaramelada. Qué lástima, cerdito mío, que tú nunca llegues a comerla. ¡Nunca!
Era una tortura espantosa. Michele se tapó la nariz y trató de respirar por la boca.
Al olorcillo a tarta de manzana le siguieron los aromas de los rollitos rellenos, al de rollitos, el de natillas y macarrones gratinados, al de macarrones, el de caramelos, y así sin cesar.
Aquella noche, Michele lloró, un poco por todos aquellos aromas y un poco porque, en el fondo, él había querido a sus padres postizos”.
TAMARO, Susanna (1995): El caballero Corazón de Melón, Barcelona, Grijalbo Mondadori, p. pág. 57.
Menjar de ciència-ficció vs menjar normal
El va a sortir a rebre en Fidor-4, el seu robot domèstic. La veu metàl·lica d`en Fidor li va donar la benvinguda de la manera acostumada:
-Bona tarda, preciutadà Lior V12-19.314. La teva ració d`estimulant energètic és a la cambra de manipulació alimentària. Se`ns ha acabat el succedani de fruites. Et prego que em disculpis.
-No hi fa res, Fidi. Ja estic ben tip de tant succedani de fruites. Quines altres coses hi a l`aparell de conservació d`aliments preenvasats?
-He comprat aquelles delicioses begudes amb bombolles que tant t`agraden, Lior –va dir en Fidor abaixant una mica el volum dels seus altaveus.
-Mmmm…, fantàstic, Fidi! Tu sí que penses en tot.
Els ulls del robot van deixar anar algunes guspires elèctriques davant el compliment de què havia estat objecte. En Lior es va dirigir a la cambra de manipulació alimentària. Era el primer que feia cada dia després de tornar de l`aulari. Ho havia fet així sempre, des que ell tenia records. Li agradaven l`escalforeta suau d`aquella sala i el soroll mecànic i dolç de les màquines, sempre enfeinades, sempre indiferents a tot el que passava; la màquina d`aprofitament de residus orgànics, la trituradora de deixalles i, sobretot!, l`agradable i familiar zumzeig de la cinta transportadora d`aliments.
Acostumat al menjar preelaborat, preenvasat i gairebé predigerit que havia consumit des de molt petit, ara el seu estómac no admetia de cap manera la fruita i la verdura fresca, la llet blanca i calentona acabada de muniyr, la fina carn del peix o del pollastre i tot allò que la gent d`allà semblava que menjava amb tant de gust. Tots aquells nous sabors no li semblaven gens apetitosos, i a més veure com la gent manipulava els aliments, “cuinaven”, en deien ells, li produïa una sensació de fàstic intensíssima.
PRADAS, Núria (14 2002): Lior, Barcelona, Cruïlla, El Vaixell de Vapor, 67, p. 11 i p. 88.
Poder saciar el hambre… al fin
-¿Os habéis escapado? –pregunté como un estúpido.
-Bueno. Algo así. Pero sólo por un rato, para traerte esto –dijo Miguel enseñándome una bolsa llena de comida-. Si tienes que estar aquí un tiempo, con un bocadillo no tendrás bastante…
Galletas, leche, pan, mermelada, magdalenas, queso… Me habían traído media despensa desde su casa. Los ojos se me estaban haciendo agua, como si quisieran llorar de alegría, y los dientes empezaron a mascar antes de introducir el primer trozo de comida en la boca.
-Empieza de una vez, que tienes que estar con un agujero en el estómago –me dijo Alicia adivinando mi urgencia.
No hacía falta que me animaran mucho, y tampoco tenía yo fuerzas para resistir por más tiempo sin probar aquellas maravillas. Me di tal atracón en dos minutos que creí que me iba a atragantar. Me entró el hipo y se recortó mientras comía. Alicia y Miguel me miraban con los ojos desorbitados, como si estuvieran viendo un fenómeno de la naturaleza, y se reían al mismo tiempo.
-¡Qué bárbaro! Si llegamos un poco más tarde, se hubiese comido la verja –dijo Miguel.
-Puedes estar seguro –contesté yo con el estómago repleto, feliz como pocas veces en mi vida.
PÁEZ, Enrique (34 2010): Abdel, Madrid, SM, (El Barco de Vapor, 76), p. 82-83.
La comida del sabbath
Una vez en casa de su abuelo, los dos primos procedieron a lavarse las manos y los pies. Esther y la madre de Samuel se los lavaban a su marido, al abuelo y a los tíos, en tanto que la madre de Leví y la mujer de Marcos lo hacían con los invitados, y les ungían los pies con perfumes, pues era costumbre que las mujeres realizaran esta tarea. El lavatorio de pies y manos era un ritual obligado antes del almuerzo, pero los sábados se hacía con una mayor ceremonia, ya que, al no tener que ir a trabajar, la comida era mucho más relajada que la del resto de la semana, y la sobremesa solía prolongarse hasta la caída de la tarde, cuando aparecían las primeras estrellas.
A continuación, se sentaron en unos almohadones en torno a la mesa, y el abuelo pidió al padre de Samuel que realizara la bendición de los alimentos y las oraciones de acción de gracias. Luego, él mismo fue poniendo sobre el pan ácimo pedazos de pollo asado en la víspera –ya que en el sabbath no se podía cocinar- y repartiéndolo entre los comensales, mientras su mujer escanciaba el vino en las copas. En el centro de la mesa había vasijas de distintos tamaños con lentejas, mantequilla, queso, higos y frutos secos, y en medio, uno que contenía la salsa en la que podían mojar el pan por turnos.
Al finalizar la comida, las mujeres se retiraron al gineceo mientras los hombres permanecían charlando en uno de los patios de la hacienda.
MENÉNDEZ-PONTE, María (2010): Si lo dicta el corazón, Madrid, SM, (Los libros de María, 4), (p. 21).
Manzanas rojas
SALIM:
No te preocupes, madre, yo te ayudaré. Dejaré de ir por la tarde a la escuela y prepararemos juntos las manzanas para llevar algunas más al mercado.
GAZALA:
Para hacer más hay que tenerlas, y para tenerlas hay que pagarlas. Cuando no las vendemos todas, no se puedan comprar más, Salim.
SALIM:
Me quedaron algunas de ayer. Le diré al maestro que hoy no puedo ir.
GAZALA:
Si no estudias, Salim, nunca podrás tener una vida mejor, ni lograrás ayudar a tu pueblo.
MATILLA, Luis (2006): Manzanas rojas, Anaya, Madrid, Sopa de Libros. Teatro, 4, p. 66-67. Il. Francisco Delicado
Angoixa a Beirut
Cuatro horas antes de la explosión que dejó aturdido y casi ciego al perro de patas semihundidas, se oyó el chiquichaque de la cerradura, y entró el padre de Faiuruz. Su mujer salió a la puerta y le indicó con un gesto que no hiciera ruido, para no despertar a la niña. Cuchichearon en la cocina, con la puerta cerrada, sobre la angustia vivida con las sirenas de media mañana, e intercambiaron impresiones sobre la marcha de los acontecimientos.
Él puso agua al fuego para preparar un té, mientras ella colocaba la tetera y las tazas. Por suerte, tenían provisiones para más de una semana, y las garrafas de agua estaban llenas. Nunca se sabía cuándo se podía cortar el suministro. Peor era que faltasen el gas, o la electricidad, se dijeron sin decirse nada.
GÓMEZ, Ricardo (2009): “El perro de Goya en Beirut”, en Cuentos Crueles, Madrid, SM, Gran Angular, 278, p. 15.
El gallo, el cerdo y el cordero
Había una vez en un corral un gallinero;
en este gallinero un gallo había;
y detrás del corral, en un chiquero,
un marrano grandísimo yacía.
Y también se criaba allí un cordero;
todos ellos en buena compañía.
¿Y quién ignora que estos animales
juntos suelen vivir en los corrales?
El cochino dijo un día al cordero: “¡Qué agradable,
qué feliz, qué pacífico destino
es el poder dormir!¡Qué saludable!
Yo te aseguro, como soy gorrino,
que no hay en esta vida miserable
gusto como tenderse a la bartola
roncar bien y dejar rodar la bola.”
El gallo, por su parte, al tal cordero
dijo en otra ocasión: “Mira, inocente,
para estar sano, para andar ligero,
es menester dormir muy parcamente.
El madrugar en julio o en febrero
con estrellas, es método prudente,
porque el sueño entorpece los sentidos,
deja los cuerpos flojos y abatidos.”
Confuso, ambos dictámenes coteja
el simple corderillo, y no adivina
que lo que cada uno le aconseja
no es más aquello mismo a que se inclina.
Acá entre los autores ya es muy vieja
la trampa de sentar como doctrina
y gran regla, a la cual nos sujetamos,
lo que en nuestros escritos practicamos.IRIARTE, Tomás de: Cuentos y fábulas
A Platero le gustan las mandarinas…
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra… Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
— Tiene acero…
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
JIMÉNEZ, Juan Ramón: Platero y yo. Capítulo I