Pero el problema más grave ha surgido a la hora de preparar la cena. Después de dos días y medio de marcha, nuestras provisiones comienzan a agotarse. Cuando hemos reunido los alimentos que quedaban en los macutos hemos comprobado que apenas alcanzaban para acallar los rugidos de nuestros estómagos.
-¡Qué incautos somos! –he dicho en voz alta-. Los viajes de los antiguos exploradores duraban meses, y en algunos casos llegaban a prolongarse durante años. Y nunca los iniciaban sin disponer de un gran número de provisiones.
-Ellos no buscaban a tu madre –me ha replicado Sengar riéndose-. Nosotros sólo tenemos que aguantar unos pocos días y, además, pronto llegaremos a algún lugar donde podremos comer hasta hartarnos.
-Bastará con que bajemos a las carreteras del otro lado y busquemos una aldea –ha dicho Leo fingiendo seguridad.
-De todas formas, Berta tiene razón –ha intervenido Mulu-. Será mejor que administremos con prudencia lo poco que tenemos. Por esta noche nos conformaremos con sopa de sobre y el poco maíz que nos queda.
Hemos decidido hacerlo así, aun sabiendo que eso significaba pasar hambre, y hemos masticado con calma la pasta de maíz. Ha sido bastante duro: después de la marcha del día, nos sentíamos desfallecidos.
La noche había caído muy deprisa sobre nuestras cabezas, y la majestuosidad de esta selva resulta mucho más oscura y amenazadora que todos los bosques que hemos atravesado.
MARÍN, Francisco M.(2000): Las Montañas de la Luna, Barcelona, Alba, (Mapamundi), p. 107-108.