La cuina

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-Por aquí es la cocina –dijo Elizabeth asomándose por una cortina de cretona antigua.

Yo avancé hasta la estancia donde estaba el gran fogón con su chimenea negra de hollín. Yo recordé aquellos versos de la infancia:

“Soñé que era muy niño

Que estaba en la cocina

Escuchando los cuentos

De la vieja Paulina…”

-Te presentó a mis padres –dijo Elizabeth.

Un hombre pequeño de cejas blancas y pelo canoso sonrió mientras tocaba la guitarra en arpegios aislados, como si la estuviera afinando.

-Ya que no tenemos más huéspedes, lo mejor será que cenes con nosotros –agregó Elizabeth-. Te sentirás muy solo allá en el comedor.

Y la extraña recepcionista, con sus tacones altos, su rostro maquillado, sus modales perfectos, puso la mesa junto al fogón. Nos sentamos en bancas que se adosaban a lo largo de la pared, sobre las que había gatos durmiendo sobre cojines de lana. La cena –sopa de cholgas, truchas del estuario y dulce de membrillo de postre- transcurrió medio de sonrisas y conversaciones nerviosas. Entre plato y plato –y mientras se limpiaba con una servilleta que tenía puntas de encaje-, Elizabeth habló de la belleza del estuario en un día con sol. “Es como estar en Suiza”, dijo”.

Peña Muñoz, Manuel: Mágico Sur, Madrid, SM, (3 2000), (Gran Angular. Premio Gran Angular 1997), p. 73-74.

 

 

 

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