Category Archives: Autors Literatura Juvenil

Entrepà de calamarsos

calamares

 

Anduve navegando como un náufrago, hasta la estación de Atocha. Entré en un bar para utilizar los servicios. Eran casi las once de la noche y el local estaba vacío. Después me dirigí al camarero y le pedí un vaso de agua. Cuando puso el vaso en el mostrador y levanté la cabeza, vi que no era agua, sino leche caliente.

-Muchas gracias… -susurré.

-¡Vamos, levante el ánimo…! Con la tos que tiene necesita algo caliente. ¿No le apetecería también un bocadillo de calamares…?

-No, gracias…

-Que sí, hombre, que sí. Total, son las sobras del día…

Y al instante puso sobre la barra el mayor bocadillo que había visto en mi vida.

-Coma, coma tranquilo mientras yo termino de recoger.

Media hora más tarde, después de ponerme otro vaso de leche, dijo:

-Lo siento amigo, pero he de cerrar.

-Ya me voy, pero no podré pagarle todo esto…

-Es cortesía de la casa. Usted no es un mendigo, aunque las cosas no le vayan bien. Se nota a la legua. No se ofenda, pero tome estas veinte pesetas. Son las propinas de hoy.

 

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

pág. 67

 

Miguel Hernández viatja a Madrid

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En Alicante compré un billete de tercera clase a Madrid. El edificio de la estación, muy abierto, dejaba pasar un frío intenso. No quise ponerme el abrigo que llevaba en los brazos, aunque carecía de supersticiones, pensé que estrenarlo en Madrid podría ser el augurio de una buena suerte. Después de un retraso considerable, el tren comenzó a silbar y subí a mi vagón. Me acomodé en un asiento de madera verdaderamente incómodo. Puse el abrigo sobre mis hombros y cerré los ojos con la intención de dormir un rato, pero el insomnio se me había colado en el cerebro y fue imposible pegar ojo. A mi lado otros viajeros, quizás más habituados al tren, sí que lograron conciliar un sueño que me produjo verdadera envidia. Al cabo de unas horas, mis compañeros de asiento volvieron a abrir los ojos y comenzaron a sacar de sus cestas todo tipo de comida, especialmente chorizo y queso, que comieron con la misma lentitud con la que el tren avanzaba. También yo saqué pan, un trozo de queso y un poco de jamón que mi hermana había envuelto en papel de estraza. Un hombre de edad avanzada me pasó una botella de gaseosa que había rellenado con vino tinto.

-Beba, joven, beba.

-Muchas gracias.

Tomé la botella y eché un pequeño trago. Compartimos nuestras viandas y un poco de agradable conversación.

 

  pág. 55

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

 

Ressenya del llibre a Culturamas

 

Una nova fruita arriba d’Amèrica: la pinya

ananas

 

Don Cristóbal encontró chozas de nativos con comida fresca y frutos nunca vistos, en especial uno, al que pusimos por nombre piña, porque se parecía a los piñones españoles, pero multiplicados por cuarenta en tamaño, de carne amarilla pálida y muy sabrosa, que ya habíamos saboreado en el primer viaje, pero cuyos árboles no conocíamos, y que mucho después nos enteramos que los nativos llamaban ananá.

 

 

 

Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), pàg. 43.

 

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Segon viatge d’en Colom

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Nos deslizábamos sobre las olas y avanzábamos casi sin sentir. Diecisiete navíos, cargados de todo cuando podía sernos útil al otro lado de la tierra, constituyen una flota que impresiona.

Llevábamos bizcochos que, aun cuando se secan siguen siendo tan buenos, quesos duros, mucho aceite, vinagre, trigo en fruto y en harina, cebada molida, semillas, almácigos y hasta cepas de vid, todo tipo de herramientas, yeguas, caballos y perros, pero también armas, aparte de la artillería defensiva en las cubiertas, había la suficiente para pertrechar al ejército de fortuna que nos acompañaba.

 

 

 

 

Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), p. 28.

 

 

Amb el vi no s’hi juga

memorias

 

La reina dio una palmada para indicar que la conferencia había finalizado, se puso en pie y caminó seguida de su marido hacia el comedor.

Si los cardenales tienen su bocado, que debe ser muy sabroso por la fama que gastan, la comida de los reyes es suculenta, bien servida y apetitosa nada más verla en las fuentes, y si la regáis con sus buenos caldos de vino, aquello sabe a gloria.

Y hablando de vinos, un día vi una cosa triste. Eduardo Valentín, un cristiano nuevo de Zamora, fue juzgado y ajusticiado en la plaza mayor. Había sido contratado por el arcediano don Juan Rodríguez de Fonseca para proveer de vino a nuestra expedición a las Indias. Algo más de un centenar de toneles, protegidos con cuero crudo y bien sellados, llegaron a Cádiz y los almacenaron para embarcarlos en su momento. Pero el señor de Fonseca es un cura zorro; mandó un catador y el vino estaba aguado. Sí, en esta tierra de Dios, donde el vino puede ser hasta pobre y pelón, pero nunca aguado, habían tenido la mala uva de adulterarlo sin misericordia.

El catador se dio el lujo de probar uno a uno todos los toneles, y ninguno, siquiera por vergüenza, estaba como mandan los cánones.

Prendieron al infeliz Eduardo Valentín, le hicieron un juicio inmediato. Alegó que por su enfermedad no podía probar bebidas espirituosas y que seguramente a él también le engañaron.

Nadie le creyó; demostraron que empinaba el codo como pocos y fue condenado a morir en la horca.

 

 Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), pp. 17-18.

 

Uns àpats ben singulars

Serp abans de ser rostida

Serp abans de ser rostida

¿Comer? Yo no. Ni hablar. A lo largo de mi vida había comido patas de cerdo, sangre de pato y estómago de vaca, pero no pensaba comerme ninguna serpiente. Ni hablar.

Sarah Dew trajo una cazuela llena de agua del barril de lluvia. Myra Jane echó unas verduras, unas patatas mustias y la serpiente troceada.

-Estofado –me dijo sonriendo.

-¿Qué más coméis por aquí? –le pregunté con la esperanza de que hubiera algo más que serpiente estofada y torta de cerdo.

-Sobre todo liebre, perrillos de las praderas, pez gato, gallina con salvia… cualquier cosa que Pa o los chicos encuentren por ahí. En primavera cultivamos algunas verduras y cosas antes de que llegue el calor y se seque todo y se fastidie. En otoño hay ciruelas y uvas silvestres, y cerezas. Y siempre tenemos judías.

¡Me iba a morir de hambre! ¿Cómo se podía vivir a base de serpientes y perrillos de las praderas? ¿Sin cerdo asado con pasas? ¿Sin col agria? ¿Sin torta de especias o limonada fresca o rollitos de col rellenos? Me gruñó el estómago y suspiré.

El señor Clench llegó cerca de la hora de la cena.

-Huele estupendamente –dijo-. Siempre puedo confiar en que mis chicas me preparen una cena digna de un rey.

Se relamió y me dirigió una gran sonrisa mientras se sentaba a la mesa sobre el barril de clavos. Sarah Dew le dio un cuenco de estofado y yo retiré una taza llena para la señora Clench. Los demás se colocaron alrededor de la cazuela y compartieron el estofado con una única cuchara. Las primeras veces que me llegó la cuchara no quise comer, pero, finalmente, me sentí tan hambrienta por el olor, los ramilletes de heno que había retorcido y las atenciones a la mamá, que tomé la cuchara y tragué una buena cantidad de estofado de serpiente. Estaba caliente y no sabía demasiado mal. No era como las kietbasa ni el cerdo asado pero era algo mejor que los viejos sándwiches secos de jalea. Hubo silencio en el refugio hasta que se terminó la última gota.

CUSHMAN, Karen (2004): Rodzina, Barcelona, EntreLIbros, pp. 120-121.

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El tren dels orfes

rodzina

Cuando el tren se detuvo a la hora de la cena, los pasajeros de otros vagones, lo bastante afortunados como para llevar dinero en el bolsillo, bajaron a cenar. La cantina resplandecía con sus alegres luces en medio de una oscuridad cada vez más profunda. Los olores de carne frita y de tortas horneadas se escaparon de la cocina y vinieron directos al vagón de los huérfanos. Nosotros, los huérfanos, nos amontonamos en los asientos que daban al comedor, pegamos las narices a los cristales y aspiramos.

-Si estuviera allí –dijo Spud desde el banco que estaba frente al mío-, tomaría lucio hervido con salsa de rábanos picantes y zopa de zanahorias.

-Y rosbif para mí –dijo Sammy, saltando sobre su asiento.

-No, salchichas de cerdo –dijo Joe.

-Y pan blanco con mantequilla –añadió Chester-, y pollo asado.

-Y torta –me susurró Lacey-, mucha torta.

El señor Szprot llegó en ese momento con nuestra cena. Sándwiches de jalea, por supuesto, y patatas frías que sacaba de esas grandes cestas que parecían no tener fin.

Mickey Dooley miró su sándwich y comentó:

-Si tuviéramos jamón, podríamos comer jamón y huevos…

-¡Cierra esa bocaza irlandesa, Dooley! –chilló uno de los chicos mayores.

-… si tuviéramos huevos –completó Mickey riéndose.

-¡A callar, bribones! –ordenó el señor Szprot-. La señora doctora y yo tenemos que bajar un momento del tren. Los pequeños están dormidos y los mayores van a salir también. ¡Tú, polaca, vigila a estos de aquí, que se estén quietos y que no bajen del tren!

Sospeché que la doctora y el señor Szprot iban a la cantina para tomar filetes y cerveza.

-Parece que ellos no se conforman con sándwiches de jalea –dije en cuanto se fueron.

-Apuesto que comen ternera asada y col –dijo Spud.

-Y torta de chocolate –añadió Chester.

-¡Y helado! –remató Joe dando saltos.

 p. 48-49.

 

CUSHMAN, Karen (2004): Rodzina, Barcelona, EntreLIbros, p

 

Tinc moltíssima fam

patatas-asadas

Estaban comiendo patatas cuando los conocí. Acababa de enterrar a mamá y de dejar nuestra casa en Honore Street y no tenía donde ir. Caminando por un frío y ventoso Chicago, vestida con un chaquetón demasiado pequeño y calzada con unas botas demasiado grandes, vi una hoguera en el portal de una iglesia de Michigan Avenue, una hoguera rodeada por un montón de niños, grandes, pequeños e intermedios, pero todos sucios, necesitados y hambrientos. Había un chico que llevaba hojas de periódico envueltas sobre los pies en lugar de zapatos y que se parecía un poco a mi hermano Toddy.

-¿Te importaría decirme? –le pregunté- dónde puedo conseguir algo de comer? Tengo muchísima hambre.

Algunos de los chicos me hicieron burla, pero el que se parecía a Toddy dijo:

-¡Ven! ¡Siéntate a la mesa!

Me puse en cuclillas a su lado y él sacó una patata de las brasas.

-¡Eh! –dijo un chico que después resultó ser Sammy- ¡Fíjate en ésa! No tiene pinta de estar muriéndose de hambre, y yo podría aprovechar esa patata mucho mejor.

-De eso nada, es mía –dijo otro. Después supe que se llamaba Joe; intentó agarrarla-. Trae aquí, nariz de patata.

-¡Ya está bien, so golfos! –exclamó el que se parecía a Toddy poniendo la patata en mis manos. Olía tan bien y estaba tan calentita que no sabía si comérmela o seguir sosteniéndola. Al final hice un poco de cada cosa.

Ojalá hubiera tenido entonces una patata, calentita y crujiente, recién sacada de la lumbre. O una taza de sopa con pollo…

 pp. 16-17

CUSHMAN, Karen (2004): Rodzina, Barcelona, EntreLIbros,

Truita amb bonítol

  fantasmaencalcetines

Las gemelas hablan de sus cosas con voces de pitiminí. Yo quiero esto, dicen; esto no lo quiero. La casa huele a aceite de oliva. A las nueve de la noche se oye el roce de los cacharros, el batir rítmico de los huevos; en la cocina propia o en la de al lado.

Afuera, en la calle, se han cerrado las tiendas y las oficinas.

Si la casa tiene estribillo, no es el de la televisión ni el de la lavadora. Es el batir de los huevos para hacer una tortilla, a las nueve de la noche.

Guillermo suelta la pregunta de improviso, sin venir a cuento.

-Una persona no puede desaparecer de repente, ¿verdad?

Y su madre, que suele responderle con prontitud, vacila un momento. Se interrumpe el tintineo del tenedor contra la loza.

-¿Te da miedo que me vaya?

-No eres tú. David dice que eso ha pasado esta tarde en el bosque del Herrero. Dice que había un chico y que desapareció.

-Habrá sido un truco –supone su madre-. Eso sólo ocurre en los circos.

Se oye el cuchicheo de la sartén. Se expande el olor de la tortilla con bonito.

 

MATEOS, Pilar (1999): El fantasma en calcetines, Zaragoza, Edelvives, Ala Delta, 230, p. 38.

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Guía de lectura

Un estofat de porc a la Xina de 1971

Carn de porc

Carn de porc

 

Al 1971, dos anys després que se l`emportessin, per fi van concedir al Baba un permís temporal. Una tarda, a última hora, vaig mirar cap amunt i me`l vaig trobar al davant, amb un uniforme molt gastat que li anava balder i la cara prima i pàl·lida. Però els seus llavis es van encendre quan ens va abraçar al Di Di i a mi.

-Em menjaria un bou amb banyes –va dir de bon humor-.Avui cuino jo.

El Baba no havia cuinat mai, tot i que, de tant en tant entrava a la cuina a fer crítiques iròniques sobre les habilitats culinàries dels altres. Des que li havien reduït el sou, els nostres àpats s`havien vist reduïts a col un dia i un altre. Però avui el Baba va parlar d`estofat de porc. Quina delícia! Vam a anar junts al mercat.

Però el mercat de la zona estava tan buit com el nostre galliner. La majoria de prestatges estaven buits; només hi havia uns quants trossos prims de porc estesos amb tristesa al taulell del carnisser. Per comprar-ne, calien tant els cupons de la carn com diners. La parada de verdures estava igual de deserta, amb una gran pila de cols d`hivern que ocupaven gairebé tot l`espai, acompanyades només d`unes quantes cebetes mig congelades. Hi havia molts pocs clients. Amb tan poques coses, la compra era molt fàcil. Hi havia molt poques temptacions. Tot i així, mentre ens acostàvem a la parada de la carn, em notava excitada.

-Un quilo de port, sis plau –va demanar el baba.

El carnisser ens va servir amb molt de gust. Era un carnisser expert. Tota una llegenda, m`havia dir la Lao Lao, famós per l`habilitat a l`hora de tallar la carn. Amb un cop ferm de ganivet, va separar un bon tros de carn de la seva limitada provisió. I la balança va marcar un quilo just. Ni més ni menys. El carnisser va aspirar el cigarret que duia sempre als llavis, i li va aparèixer un somriure, a penes visible, que va desaparèixer amb la mateixa rapidesa.

Quan vam arribar a casa, la Lao Lao havia anat a visitar un parent que estava malat, o sigui que el pare es va convertir en el rei de la cuina. Jo li vaig fer d` ajudant, vaig netejar les cebetes i vaig pelar l`all. El Baba va anar tallant el trpos de carn en daus petits mentre jo l`observava,

-Quan fa que no menges carn? –li vaig preguntar.

-No me`n recordo. Des que me`n vaig anar.

El Baba va deixar de tallar i em va mirar,

-He mirat d`estalviar diners per comprar-te un edredó gruixut de cotó. Vaig pensar que potser t`enviarien al camp, que hi fa més fred. Tenia els diner amagats sota el coixí, però un dia m`havien desaparegut. No sé qui me`ls va prendre. No tan sols podia intentar descobrir-ho, perquè els guàrdies s`haurien pensat que en portava alguna de cap.

Em va fer una mirada de disculpa i em va dir:

-Només em quedaven els diners que m`p he gastat amb el porc, però almenys farem un bon àpat junts.

El Baba va abocar un grapat de cebetes i gingebre a l`oli roent i puf!, la cuina es va omplir d`una olor penetrant. Aleshores va anar col·locant tots els trossets de carn al wok. Hi va afegir unes quantes cullerades de salsa de soja i un pessic de sucre. I jo em vaig situar al seu costat, observant aquell vapor tan agradable que pujava del wok. Em va passar el braç per l`espatlla, i vaig notar les durícies que tenia a la mà.

Quan el Baba va portar el bol gran de porcellana a taula, jo ja havia col·locat al seu lloc les culleres, els bastonets i els bols de ceràmica. Després de remenar tots els armaris, el Di Di va trobar mitja ampolla de vi d`arròs, que devia ser una resta d`algun regal de l`últim cap d`any.

-Benvingut a casa, baba –va dir el meu germà, alçant ben amunt la copa.

Al Baba se li van humitejar els ulls mentre anava fent xocar la seva copa amb les nostres. Després va somriure.

-Va, mengem ara que està calent.

I de cullerada en cullerada, va anar servint la carn sucosa als nostres bols.

Jo gairebé no recordava que bo que era el porc estofat! Sense adonar-me`n, em vaig empassar la meitat del menjar que tenia al plat. Però quan vaig alçar la vista i vaig tornar a mirar al Baba, vaig veure que ell no havia tocat el seu plat. Amb els colzes descansant a la taula i el cos inclinat cap a nosaltres, observava com menjàvem, i els ulls li somreien.

 

 

 

LI, Moying (2009): Neu de primavera. Créixer a la Xina de Mao, Bambú, Barcelona, pp. 127-130.

 

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