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El gallo, el cerdo y el cordero

Don Tomás de Iriarte

Don Tomás de Iriarte

 

Había una vez en un corral un gallinero;
en este gallinero un gallo había;
y detrás del corral, en un chiquero,
un marrano grandísimo yacía.
Y también se criaba allí un cordero;
todos ellos en buena compañía.
¿Y quién ignora que estos animales
juntos suelen vivir en los corrales?
El cochino dijo un día al cordero: “¡Qué agradable,
qué feliz, qué pacífico destino
es el poder dormir!¡Qué saludable!
Yo te aseguro, como soy gorrino,
que no hay en esta vida miserable
gusto como tenderse a la bartola
roncar bien y dejar rodar la bola.”
El gallo, por su parte, al tal cordero
dijo en otra ocasión: “Mira, inocente,
para estar sano, para andar ligero,
es menester dormir muy parcamente.
El madrugar en julio o en febrero
con estrellas, es método prudente,
porque el sueño entorpece los sentidos,
deja los cuerpos flojos y abatidos.”
Confuso, ambos dictámenes coteja
el simple corderillo, y no adivina
que lo que cada uno le aconseja
no es más aquello mismo a que se inclina.
Acá entre los autores ya es muy vieja
la trampa de sentar como doctrina
y gran regla, a la cual nos sujetamos,
lo que en nuestros escritos practicamos.
IRIARTE, Tomás de: Cuentos y fábulas

 

El “boucan”

boucan

 

Su aspecto ciertamente aterraba. Además, eran casi todos herejes, ya anglicanos, ya hugonotes, ya anabaptistas. Muchos de ellos provenían de ejércitos licenciados, aunque los había también desertores, exiliados por cuestiones religiosas, plantadores arruinados, jugadores con deudas y hasta reos escapados de los presidios.

Asaban sus cochinos, tras despellejarlos, cortarlos en tiras y untarlos con sal, en unas parrillas tejidas con ramas verdes, que los caribes llamaban barbacoa, y que se ponían sobre hogueras también alimentadas con leña verde, para que produjera abundante humo. Así, conseguían una carne salada y ahumada que, también en lengua caribe, se denominaba boucan. De ahí viene el nombre de bucanero.

Este boucan, que se comía bien crudo, como nuestro jamón, bien guisado, tras ablandarlo en agua, era un alimento codiciadísimo por cuantas naves surcaban esos mares tropicales, dado que se conservaba en las húmedas y calientes bodegas más tiempo que ninguna otra carne, y aseguraban que, consumiéndola, se alejaba el temido escorbuto.

 

FERNÁNDEZ-PACHECO, Miguel: Siete historias para la Infanta Margarita, Madrid, Siruela, 2001. Las Tres Edades, 84, pp. 75-76.

Ficha bibliográfica

 

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