GELATS

Una competición muy dulce

helados

Volaron los ingredientes, los utensilios, los cuencos, los aparatos. La abuela y ella, codo con codo, dándose caderazos, entre risas. En un santiamén la mesa blanca de hierro forjado se cubrió de salvamanteles, y los salvamanteles, de helados. Helado Melba, con su bizcocho Genovesa, melocotones al natural, almíbar, helado mantecado, un corrito de licor y almendras. Helado crema praliné de almendras y helado de leche merengada.

La abuela y ella atacaron los dos primeros, respectivamente. El tercero quedó en la reserva, aunque ambas le lanzaban codiciosos vistazos conforme iban consumiendo el suyo.

-El que acaba primero ayuda a su compañero –dijo la abuela, riendo entre dientes-. El egoísta no es feliz.

Selene prefirió no decir nada, para ahorrar tiempo. Llevaba dos cucharadas de ventaja. Pero la abuela aceleró en la recta final y rebañó la copa cuando a Selene aún le quedaba un grumo.

-¡Gané! –la abuela se desternilló de risa. Selene le disparó una mirada torva-. Está bien. Compartir es vivir –añadió la abuela, dividiendo el helado de leche merengada, que repartió entre ambas-. El que parte y reparte, se lleva… la mayor parte- apuntilló, riendo, al tiempo que deslizaba en su copa una porción considerablemente superior a la de Selene, que observaba ceñuda sus movimientos.

Todo era un pasatiempo que venía repitiéndose desde que Selene era niña y desde que la abuela también lo era, porque al parecer no había abandonado aún su etapa púber. Rieron. Y Selene se sintió consolada.

 

Claudín, Fernando: A cielo abierto, Madrid, Anaya, 2000, (Espacio Abierto, 80), pp- 88-87.

 

 

 

 

 

 

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà Els camps necessaris estan marcats amb *