Víctor se levantó del sofá y cogió la bolsa de comida que poco antes les había dejado el hombretón. La abrió y rebuscó en su interior, pero enseguida su gesto se llenó de decepción.
-No se han molestado mucho –dijo, al tiempo que extraía de la bolsa dos bocadillos envueltos con papel de aluminio-. ¿Cuál prefieres?
-No tengo hambre –respondió Mari Pepa.
Víctor le lanzó por los aires uno de los bocadillos. Mari Pepa reaccionó al tiempo y lo agarró al vuelo.
-No te servirá de nada dejar de comer –le dijo Víctor.
-No tengo hambre –repitió ella.
Con aparente indiferencia, Víctor desenvolvió su bocadillo, abrió las rebanas de pan para ver qué había en el interior y comenzó a comérselo. Daba unos mordiscos enormes, que le dejaban la boca completamente llena durante unos segundos. Tenía que masticar con dificultad hasta que conseguía tragar.
Mari Pepa lo observaba, aunque su mente no dejaba de saltar de un sitio a otro. Pensaba palabras inquietantes que había pronunciado Dani Ogro referidas a ella.
-¿Qué crees que tiene preparado para mí? –le preguntó.
-No sé –respondió Víctor con la boca llena y encogiéndose de hombros.
-Habló de un secuestro, de la mafia china, de desaparición… -a Mari Pepa sus propias palabras la llenaban de temor.
-Su mente no deja de pensar cosas, y ninguna buena.
-Pero yo no le he hecho nada malo.
.Ni yo tampoco.
-Pues tendrá que soltarnos, la policía ya debe de estar buscándonos.
-Quizá te busquen a ti. A mí, seguro que no me busca nadie.
Y Víctor le dio al bocadillo otro mordisco fenomenal.
GÓMEZ CERDÁ, Alfredo: Mari Pepa y el club de los pirados. Madrid, Macmillan, 2009, Librosaurio, pp. 67-68.