Category Archives: Compromís social

Només ceba per menjar…

hernandez

 

Yo procuraba refugiarme en la escritura de nuevas poesías, o escribiendo a Josefina cartas en las que no le decía toda la verdad. Ella me respondía también esperanzada, contándome cosas de nuestro hijo que me hacía subir la moral… Cuando me dijo que a nuestro niñito le habían salido cinco dientes y que apenas tenía comida para alimentarlo, únicamente pan y cebolla, sólo pude llorar, golpear la pared de la celda con impotencia y pensar en el pobrecillo…

Un compañero me vio llorar.

-Miguel –me dijo-. Tienes que tener esperanza.

-¿Y qué fe puedo tener cuando mi mujer y mi hijo sólo tienen cebolla para comer?

 

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

 

Nanas de la cebolla

pág. 192.

Me llamo Miguel Hernández: tengo hambre y sueño

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-Tengo hambre y sueño –respondí con palabras que apenas podía articular-. Llevo más de tres días sin comer.

-Aquí nos dan poca comida. Casi todos los presos somos del pueblo y nuestras familias nos traen cosas. Me ha sobrado algo de queso y chorizo. Come. Cuando vuelva mi hija a verme, le diré que traiga un par de choricitos más para ti.

-Gracias, amigo.

-¿Por qué te han traído aquí?

-Quise pasar a Portugal.

-¿Eres una persona significativa? Por aquí huyen los anónimos. La gente bien ha tomado barcos para América.

-Yo soy escritor –y comencé a llorar.

-¿Poeta…? ¿No serás Antonio Machado, o alguno de esos…?

-No; yo no soy tan importante como el maestro. Me llamo Miguel Hernández.

 pp. 196-197.

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

Fam de paraules

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Me condujo a un salón de amplios ventanales. Casi todo allí eran libros que llenaban las estanterías; libros en las mesas y libros en todos los rincones. Libros y más libros entremezclados con cuadros de pintores famosos o que empezaban a serlo.

-¿Has comido? –preguntó.

-Sí, comí en la pensión.

-Pero en las pensiones sólo dan bazofia.

-No…, he comido un cocido que estaba bueno.

-Entonces no era bazofia. ¿Sabes que la bazofia era la comida habitual de los soldados de Esparta? Me enteré hace unos pocos días leyendo una revista. Se llamaba así y seguro que era como la comida de muchas pensiones… -Pablo comenzó a emitir una risa que me contagió.

-¿Ni un café…?

-Pablo, sólo tengo hambre de palabras.

El poeta sonrió y me hizo sentar a su lado.

-Entonces echaremos unos tragos y hablaremos tranquilamente.

 pág. 101.

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

Entrepà de calamarsos

calamares

 

Anduve navegando como un náufrago, hasta la estación de Atocha. Entré en un bar para utilizar los servicios. Eran casi las once de la noche y el local estaba vacío. Después me dirigí al camarero y le pedí un vaso de agua. Cuando puso el vaso en el mostrador y levanté la cabeza, vi que no era agua, sino leche caliente.

-Muchas gracias… -susurré.

-¡Vamos, levante el ánimo…! Con la tos que tiene necesita algo caliente. ¿No le apetecería también un bocadillo de calamares…?

-No, gracias…

-Que sí, hombre, que sí. Total, son las sobras del día…

Y al instante puso sobre la barra el mayor bocadillo que había visto en mi vida.

-Coma, coma tranquilo mientras yo termino de recoger.

Media hora más tarde, después de ponerme otro vaso de leche, dijo:

-Lo siento amigo, pero he de cerrar.

-Ya me voy, pero no podré pagarle todo esto…

-Es cortesía de la casa. Usted no es un mendigo, aunque las cosas no le vayan bien. Se nota a la legua. No se ofenda, pero tome estas veinte pesetas. Son las propinas de hoy.

 

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

pág. 67

 

Miguel Hernández viatja a Madrid

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En Alicante compré un billete de tercera clase a Madrid. El edificio de la estación, muy abierto, dejaba pasar un frío intenso. No quise ponerme el abrigo que llevaba en los brazos, aunque carecía de supersticiones, pensé que estrenarlo en Madrid podría ser el augurio de una buena suerte. Después de un retraso considerable, el tren comenzó a silbar y subí a mi vagón. Me acomodé en un asiento de madera verdaderamente incómodo. Puse el abrigo sobre mis hombros y cerré los ojos con la intención de dormir un rato, pero el insomnio se me había colado en el cerebro y fue imposible pegar ojo. A mi lado otros viajeros, quizás más habituados al tren, sí que lograron conciliar un sueño que me produjo verdadera envidia. Al cabo de unas horas, mis compañeros de asiento volvieron a abrir los ojos y comenzaron a sacar de sus cestas todo tipo de comida, especialmente chorizo y queso, que comieron con la misma lentitud con la que el tren avanzaba. También yo saqué pan, un trozo de queso y un poco de jamón que mi hermana había envuelto en papel de estraza. Un hombre de edad avanzada me pasó una botella de gaseosa que había rellenado con vino tinto.

-Beba, joven, beba.

-Muchas gracias.

Tomé la botella y eché un pequeño trago. Compartimos nuestras viandas y un poco de agradable conversación.

 

  pág. 55

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

 

Ressenya del llibre a Culturamas

 

Uns àpats ben singulars

Serp abans de ser rostida

Serp abans de ser rostida

¿Comer? Yo no. Ni hablar. A lo largo de mi vida había comido patas de cerdo, sangre de pato y estómago de vaca, pero no pensaba comerme ninguna serpiente. Ni hablar.

Sarah Dew trajo una cazuela llena de agua del barril de lluvia. Myra Jane echó unas verduras, unas patatas mustias y la serpiente troceada.

-Estofado –me dijo sonriendo.

-¿Qué más coméis por aquí? –le pregunté con la esperanza de que hubiera algo más que serpiente estofada y torta de cerdo.

-Sobre todo liebre, perrillos de las praderas, pez gato, gallina con salvia… cualquier cosa que Pa o los chicos encuentren por ahí. En primavera cultivamos algunas verduras y cosas antes de que llegue el calor y se seque todo y se fastidie. En otoño hay ciruelas y uvas silvestres, y cerezas. Y siempre tenemos judías.

¡Me iba a morir de hambre! ¿Cómo se podía vivir a base de serpientes y perrillos de las praderas? ¿Sin cerdo asado con pasas? ¿Sin col agria? ¿Sin torta de especias o limonada fresca o rollitos de col rellenos? Me gruñó el estómago y suspiré.

El señor Clench llegó cerca de la hora de la cena.

-Huele estupendamente –dijo-. Siempre puedo confiar en que mis chicas me preparen una cena digna de un rey.

Se relamió y me dirigió una gran sonrisa mientras se sentaba a la mesa sobre el barril de clavos. Sarah Dew le dio un cuenco de estofado y yo retiré una taza llena para la señora Clench. Los demás se colocaron alrededor de la cazuela y compartieron el estofado con una única cuchara. Las primeras veces que me llegó la cuchara no quise comer, pero, finalmente, me sentí tan hambrienta por el olor, los ramilletes de heno que había retorcido y las atenciones a la mamá, que tomé la cuchara y tragué una buena cantidad de estofado de serpiente. Estaba caliente y no sabía demasiado mal. No era como las kietbasa ni el cerdo asado pero era algo mejor que los viejos sándwiches secos de jalea. Hubo silencio en el refugio hasta que se terminó la última gota.

CUSHMAN, Karen (2004): Rodzina, Barcelona, EntreLIbros, pp. 120-121.

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El tren dels orfes

rodzina

Cuando el tren se detuvo a la hora de la cena, los pasajeros de otros vagones, lo bastante afortunados como para llevar dinero en el bolsillo, bajaron a cenar. La cantina resplandecía con sus alegres luces en medio de una oscuridad cada vez más profunda. Los olores de carne frita y de tortas horneadas se escaparon de la cocina y vinieron directos al vagón de los huérfanos. Nosotros, los huérfanos, nos amontonamos en los asientos que daban al comedor, pegamos las narices a los cristales y aspiramos.

-Si estuviera allí –dijo Spud desde el banco que estaba frente al mío-, tomaría lucio hervido con salsa de rábanos picantes y zopa de zanahorias.

-Y rosbif para mí –dijo Sammy, saltando sobre su asiento.

-No, salchichas de cerdo –dijo Joe.

-Y pan blanco con mantequilla –añadió Chester-, y pollo asado.

-Y torta –me susurró Lacey-, mucha torta.

El señor Szprot llegó en ese momento con nuestra cena. Sándwiches de jalea, por supuesto, y patatas frías que sacaba de esas grandes cestas que parecían no tener fin.

Mickey Dooley miró su sándwich y comentó:

-Si tuviéramos jamón, podríamos comer jamón y huevos…

-¡Cierra esa bocaza irlandesa, Dooley! –chilló uno de los chicos mayores.

-… si tuviéramos huevos –completó Mickey riéndose.

-¡A callar, bribones! –ordenó el señor Szprot-. La señora doctora y yo tenemos que bajar un momento del tren. Los pequeños están dormidos y los mayores van a salir también. ¡Tú, polaca, vigila a estos de aquí, que se estén quietos y que no bajen del tren!

Sospeché que la doctora y el señor Szprot iban a la cantina para tomar filetes y cerveza.

-Parece que ellos no se conforman con sándwiches de jalea –dije en cuanto se fueron.

-Apuesto que comen ternera asada y col –dijo Spud.

-Y torta de chocolate –añadió Chester.

-¡Y helado! –remató Joe dando saltos.

 p. 48-49.

 

CUSHMAN, Karen (2004): Rodzina, Barcelona, EntreLIbros, p

 

Tinc moltíssima fam

patatas-asadas

Estaban comiendo patatas cuando los conocí. Acababa de enterrar a mamá y de dejar nuestra casa en Honore Street y no tenía donde ir. Caminando por un frío y ventoso Chicago, vestida con un chaquetón demasiado pequeño y calzada con unas botas demasiado grandes, vi una hoguera en el portal de una iglesia de Michigan Avenue, una hoguera rodeada por un montón de niños, grandes, pequeños e intermedios, pero todos sucios, necesitados y hambrientos. Había un chico que llevaba hojas de periódico envueltas sobre los pies en lugar de zapatos y que se parecía un poco a mi hermano Toddy.

-¿Te importaría decirme? –le pregunté- dónde puedo conseguir algo de comer? Tengo muchísima hambre.

Algunos de los chicos me hicieron burla, pero el que se parecía a Toddy dijo:

-¡Ven! ¡Siéntate a la mesa!

Me puse en cuclillas a su lado y él sacó una patata de las brasas.

-¡Eh! –dijo un chico que después resultó ser Sammy- ¡Fíjate en ésa! No tiene pinta de estar muriéndose de hambre, y yo podría aprovechar esa patata mucho mejor.

-De eso nada, es mía –dijo otro. Después supe que se llamaba Joe; intentó agarrarla-. Trae aquí, nariz de patata.

-¡Ya está bien, so golfos! –exclamó el que se parecía a Toddy poniendo la patata en mis manos. Olía tan bien y estaba tan calentita que no sabía si comérmela o seguir sosteniéndola. Al final hice un poco de cada cosa.

Ojalá hubiera tenido entonces una patata, calentita y crujiente, recién sacada de la lumbre. O una taza de sopa con pollo…

 pp. 16-17

CUSHMAN, Karen (2004): Rodzina, Barcelona, EntreLIbros,

Mi hermana Aixa

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Durante el recreo, sobre todo los días que llueve, mi hermana siempre consigue golosinas, cromos o, incluso, trozos enormes de desayuno (bocadillos más buenos que los de mamá, que siempre son de pavo y queso de bola), porque se los dan los niños y las niñas a cambio de que les enseñe la herida. Cuando lo hace voy yo y, como ya se la he visto muchas veces, vigilo que nadie mire sin que Aixa quiera. Los dos nos reímos de las caras de miedo y de asco que ponen y, una vez, incluso Joaquín, que es mayor porque es repetidor, se mareó cuando Aixa le enseñó la pierna cortada y tuvieron que llevárselo a la enfermería. Mientras se toca las cicatrices ella les dice que ahora ya no le duele, que sólo le pica un poco, y contesta sonriendo a todas las preguntas que le hacen; pero un día, en casa, me contó que sintió un dolor muy fuerte y al acordarse le cayeron algunas lágrimas, pocas. Nunca más la he visto llorar. Me parece que es por eso que a ella ya no le dan miedo las inyecciones y, en cambio, yo todavía muchas veces lloro si me tienen que pinchar y prefiero tomarme un jarabe, por muy amargo que sea. Quien inventó las minas antipersona no tuvo una idea brillante, pero quien inventó las inyecciones tampoco.

 

TORRAS, Meri (1999):  Mi hermana Aixa, La Galera-Círculo de Lectores, Barcelona, pp.    21-23.

 

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Un estofat de porc a la Xina de 1971

Carn de porc

Carn de porc

 

Al 1971, dos anys després que se l`emportessin, per fi van concedir al Baba un permís temporal. Una tarda, a última hora, vaig mirar cap amunt i me`l vaig trobar al davant, amb un uniforme molt gastat que li anava balder i la cara prima i pàl·lida. Però els seus llavis es van encendre quan ens va abraçar al Di Di i a mi.

-Em menjaria un bou amb banyes –va dir de bon humor-.Avui cuino jo.

El Baba no havia cuinat mai, tot i que, de tant en tant entrava a la cuina a fer crítiques iròniques sobre les habilitats culinàries dels altres. Des que li havien reduït el sou, els nostres àpats s`havien vist reduïts a col un dia i un altre. Però avui el Baba va parlar d`estofat de porc. Quina delícia! Vam a anar junts al mercat.

Però el mercat de la zona estava tan buit com el nostre galliner. La majoria de prestatges estaven buits; només hi havia uns quants trossos prims de porc estesos amb tristesa al taulell del carnisser. Per comprar-ne, calien tant els cupons de la carn com diners. La parada de verdures estava igual de deserta, amb una gran pila de cols d`hivern que ocupaven gairebé tot l`espai, acompanyades només d`unes quantes cebetes mig congelades. Hi havia molts pocs clients. Amb tan poques coses, la compra era molt fàcil. Hi havia molt poques temptacions. Tot i així, mentre ens acostàvem a la parada de la carn, em notava excitada.

-Un quilo de port, sis plau –va demanar el baba.

El carnisser ens va servir amb molt de gust. Era un carnisser expert. Tota una llegenda, m`havia dir la Lao Lao, famós per l`habilitat a l`hora de tallar la carn. Amb un cop ferm de ganivet, va separar un bon tros de carn de la seva limitada provisió. I la balança va marcar un quilo just. Ni més ni menys. El carnisser va aspirar el cigarret que duia sempre als llavis, i li va aparèixer un somriure, a penes visible, que va desaparèixer amb la mateixa rapidesa.

Quan vam arribar a casa, la Lao Lao havia anat a visitar un parent que estava malat, o sigui que el pare es va convertir en el rei de la cuina. Jo li vaig fer d` ajudant, vaig netejar les cebetes i vaig pelar l`all. El Baba va anar tallant el trpos de carn en daus petits mentre jo l`observava,

-Quan fa que no menges carn? –li vaig preguntar.

-No me`n recordo. Des que me`n vaig anar.

El Baba va deixar de tallar i em va mirar,

-He mirat d`estalviar diners per comprar-te un edredó gruixut de cotó. Vaig pensar que potser t`enviarien al camp, que hi fa més fred. Tenia els diner amagats sota el coixí, però un dia m`havien desaparegut. No sé qui me`ls va prendre. No tan sols podia intentar descobrir-ho, perquè els guàrdies s`haurien pensat que en portava alguna de cap.

Em va fer una mirada de disculpa i em va dir:

-Només em quedaven els diners que m`p he gastat amb el porc, però almenys farem un bon àpat junts.

El Baba va abocar un grapat de cebetes i gingebre a l`oli roent i puf!, la cuina es va omplir d`una olor penetrant. Aleshores va anar col·locant tots els trossets de carn al wok. Hi va afegir unes quantes cullerades de salsa de soja i un pessic de sucre. I jo em vaig situar al seu costat, observant aquell vapor tan agradable que pujava del wok. Em va passar el braç per l`espatlla, i vaig notar les durícies que tenia a la mà.

Quan el Baba va portar el bol gran de porcellana a taula, jo ja havia col·locat al seu lloc les culleres, els bastonets i els bols de ceràmica. Després de remenar tots els armaris, el Di Di va trobar mitja ampolla de vi d`arròs, que devia ser una resta d`algun regal de l`últim cap d`any.

-Benvingut a casa, baba –va dir el meu germà, alçant ben amunt la copa.

Al Baba se li van humitejar els ulls mentre anava fent xocar la seva copa amb les nostres. Després va somriure.

-Va, mengem ara que està calent.

I de cullerada en cullerada, va anar servint la carn sucosa als nostres bols.

Jo gairebé no recordava que bo que era el porc estofat! Sense adonar-me`n, em vaig empassar la meitat del menjar que tenia al plat. Però quan vaig alçar la vista i vaig tornar a mirar al Baba, vaig veure que ell no havia tocat el seu plat. Amb els colzes descansant a la taula i el cos inclinat cap a nosaltres, observava com menjàvem, i els ulls li somreien.

 

 

 

LI, Moying (2009): Neu de primavera. Créixer a la Xina de Mao, Bambú, Barcelona, pp. 127-130.

 

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