Category Archives: Autors Literatura Infantil

S’ha de munyir la vaca

el-nino-que-vino-con-el-viento

 

La vaca se había puesto insoportable. Sin ordeñar, y digo yo celosa, más que mugir, pidiendo que la mimasen otra vez, pero el niño estaba despierto y Marta era incapaz de dejarlo solo.

Marta, cada vez más nerviosa, acabó por salir al camino, a ver si pasaba alguien que pudiese echarle una mano. Y pasó Carola, una moza pobre que iba recogiendo grelos silvestres para hacerse un caldo con eso, alguna patata mendigada y poco más. Marta la llamó y le dijo:

“Ordéñame la vaca y te daré pan”.

“Dinero”, dijo Carola.

Hicieron trato.

Cuando Carola a terminó de ordeñar fue a llevar la cántara a la cocina.

“Poca da”, dijo, “es vaca vieja”,

Marta, que había escondido al niño en el dormitorio, salió a toda prisa y cerró la puerta.

“Coge un poco de leche, que para mí hay de sobra, y gracias por todo, rapaza”.

 

 

 

FARIAS, Juan (1986): El niño que vino con el viento, Valladolid, Miñón, Las Campanas, p. 53.

                       

Textos en PDF

Guía de lectura

Unes pomes especials

manzanas

 

Todo iba a ser muy fácil. Andrés sólo tenía que desviarse al pasar por el huerto de los Chabert, encaramarse al muro y desde allí robar un poco.

Los Chabert eran herreros viejos, de mandil de cuero y batir el hierro hasta darle forma de gallo veleta o lo que hiciera falta.

Los Chabert vivían al borde del  Camino de Antes. Tenían un huerto y manzanos tabardillos que por aquellos días estaban cargados de fruta.

La señora Chabert era grande y amable.

La señora Chabert, mientras limpiaba de escarabajos una planta de alcachofas, vio cómo Andrés saltaba del muro a la rama de un tabardillo.

“Escritor”, dijo, “si quiere algunas manzanas, pídalas. Ya no tiene edad de andar trepándose a los árboles”.

Andrés se avergonzaba con facilidad.

“No quise molestar”, dijo.

La señora Chabert tenía una sonrisa fácil.

“Robe, hijo, robe, hágalo; pero procure no caerse encima de mis alcachofas”, y después de un suspiro, felicitó: “Un parto es un parto”.

 

 50-52

FARIAS, Juan (1986): El niño que vino con el viento, Valladolid, Miñón, Las Campanas, p

Viure al País Elevat

La vendimia, José Vela Zanetti. Óleo. Caja España

La vendimia, José Vela Zanetti. Óleo. Caja España

-¡Oh! No me llaméis señor…Llamadme abuelo. ¿Se está bien en el País Elevado?

-¡Oh sí, abuelo!

-¿Os gustaría volver?

-Sí.

-Decidme cómo se vive allí. Contadme cosas.

-Todo es muy diferente a esto –dijo Grisón-. Allí no se come papillas, se come carne de verdad. Y fruta. Melocotones, cerezas…

-¿Cerezas?

-Sí, cerezas, manzanas, peras. Y hasta las cogemos de los árboles.

-¿De los árboles?

-También vamos a la escuela.

-Y cuidamos las vacas –añadió Prune-. A veces, si tenemos sed, tomamos la leche directamente, es deliciosa.

-Cuando hace calor, nos bañamos en el Criarde.

-¿Os bañáis…?

Angelus, Jean-François Millet

Angelus, Jean-François Millet

-Y vamos a la siega.

-Y a la recogida del lúpulo.

-A veces, también a la vendimia.

-¿Qué hacéis en invierno? –preguntó el anciano.

-En invierno jugamos en la granja. Hacemos guerras con la nieve, pero eso no dura mucho tiempo.

-¿Y sois felices?

-¡Sí!

 

SAUTEREAU, François (2005): Un agujero en la alambrada, Madrid, SM, El Barco de Vapor, 12, pp. 193-194.

Textos en PDF

Un dinar a Metròpoli

un-agujero

Desde luego, esto no se parecía en nada al café de la Clique. Además, los niños se dieron cuenta de que las mismas palabras no significaban las mismas cosas en el País Elevado o en Metrópoli. En Courquetaines, un coche era un carro tirado por uno o varios caballos. Aquí, era un automóvil. Lo mismo ocurría con el restaurante: aquí consistía en una inmensa sala con columnas por todas partes y con grandes ventanales que daban a unas terrazas repletas de jardincillos.

-Esto es maravilloso –dijo Grisón en la cola de espera.

-Sí, todo está nuevo –añadió Prune.

A cada comensal le daban una bandeja en la que había cinco paquetitos envueltos en papel de aluminio. Parecían tabletas de chocolate desprovistos de su primera envoltura, pero más pequeñas y más gruesas. Además de eso, una especie de jarrita de agua con tres botones.

-Cuidado, es frágil –dijo Saura.

Se instalaron en una mesa verde en la que hubieran cabido holgadamente seis.

-Voy a enseñaros cómo se usa esto –dijo la madre-. Es fácil. Le dais al botón rojo de la botella –así llamaba a la jarra, aunque no se parecía en nada a las botellas que había en los Ultramarinos Reunidos- y ¡cuidado!, que el agua empieza a calentarse.

Mientras esperaban, quitaron los envoltorios de aluminio y los tiraron en una papelera. Cuando el agua estuvo caliente, Saura echó el contenido del primer paquete en una de las cavidades de la fuente, que estaba llena de hondos y elevaciones. Era el primer plato. Grisón y Prune hacían lo mismo, procurando no parecer demasiado ignorantes.

-Lo que estáis comiendo es una Tortilla Barnabé.

Era inútil buscar los huevos en aquel plato. Lo mismo ocurría con el pollo en el plato siguiente, aunque se llamaba Pollo al arroz. En realidad, todo era como una pasta parecida a la papilla de los bebés. Lo único que variaba era el color y el sabor.

Arròs amb pollastre

Arròs amb pollastre

Acabaron la comida con un helado que, éste sí, justo es reconocerlo, se parecía a un helado.

 pp. 162-163.

SAUTEREAU, François (2005): Un agujero en la alambrada, Madrid, SM, El Barco de Vapor, 12,

 

Entrepà de llardons (chicharrones)

Llardons

Llardons

 

Grisón se sentó en la mesita que le había preparado Robert, como lo hacía todos los días de clase, y sacó de un papel grasiento su bocadillo que hoy era de chicharrones. Era tan grande, que Grisón lo tuvo que atacar por diferentes puntos antes de poder apreciarlo en su conjunto. Mezclado con naranjada, sabía a queso. Llegaron unos clientes para almorzar. Anaís anotaba los pedidos y después servía, ya que Robert sólo se ocupaba de los vinos.

Después de comerse un plátano, Grisón salió al sol. Dio la vuelta a la plaza y se dirigió hacia el callejón para ver el agujero de cerca. Rafistole había puesto unos tablones para señalar que allí había una obra importante. Grisón dio media vuelta. Delante de la escuela, junto al ayuntamiento, Raclot jugaba a las canicas con Jocrisse, que estaba desplumando vergonzosamente. Unas chicas se divertían, algo más lejos, saltando de un lado a otro de las gomas elásticas.

 

SAUTEREAU, François (1985): Un agujero en la alambrada, Madrid, SM, El Barco de Vapor, 12, pág. 35.

 

Mi hermana Aixa

mi-hermana-aixa

 

Durante el recreo, sobre todo los días que llueve, mi hermana siempre consigue golosinas, cromos o, incluso, trozos enormes de desayuno (bocadillos más buenos que los de mamá, que siempre son de pavo y queso de bola), porque se los dan los niños y las niñas a cambio de que les enseñe la herida. Cuando lo hace voy yo y, como ya se la he visto muchas veces, vigilo que nadie mire sin que Aixa quiera. Los dos nos reímos de las caras de miedo y de asco que ponen y, una vez, incluso Joaquín, que es mayor porque es repetidor, se mareó cuando Aixa le enseñó la pierna cortada y tuvieron que llevárselo a la enfermería. Mientras se toca las cicatrices ella les dice que ahora ya no le duele, que sólo le pica un poco, y contesta sonriendo a todas las preguntas que le hacen; pero un día, en casa, me contó que sintió un dolor muy fuerte y al acordarse le cayeron algunas lágrimas, pocas. Nunca más la he visto llorar. Me parece que es por eso que a ella ya no le dan miedo las inyecciones y, en cambio, yo todavía muchas veces lloro si me tienen que pinchar y prefiero tomarme un jarabe, por muy amargo que sea. Quien inventó las minas antipersona no tuvo una idea brillante, pero quien inventó las inyecciones tampoco.

 

TORRAS, Meri (1999):  Mi hermana Aixa, La Galera-Círculo de Lectores, Barcelona, pp.    21-23.

 

Text en PDF

Menjar a l`hospital

korazon

Pero, en casos así, has de sacar fuerzas de donde no las hay.

Hicimos vida de hospital. A papá le crecía la barba por momentos, y mamá tenía unas ojeras como si no hubiese dormido en tres semanas seguidas. Comíamos en la cafetería del hospital con menús que parecían hechos a propósito para que no salieses nunca más del hospital, aunque hubieses ido sólo como acompañante o como visitante.

Korazón de Pararrayos estaba en una Unidad de Vigilancia Intensiva, lo que llaman una UVI, y más o menos cada hora, papá y mamá perseguían a alguno de los médicos o enfermeros que salía de la sala y preguntaban quieras o no:

-¿Qué, doctor…?

 

SOTORRA, Andreu (2003): Korazón de Pararrayos, Barcelona, Edebé, Tucán, 180. p. 79-80

 

Text en PDF

Misteris de les olives farcides d’anxova

aceitunas

 

Así que el día que la Luisa subió a casa a contarnos que a Bernabé, su maridito y mi padrino, le habían ascendido en la empresa y que quería que le diéramos un pequeño pero sincero homenaje y mi madre chilló de alegría incontenible, no sabía si es que la Luisa se estaba tirando el pisto o que mi madre era una persona muy falsa. Una vez más me equivoqué. Mi madre me contó que era cierto, que Bernabé hasta el momento había sido representante de aceitunas con hueso y que a partir de ahora sería también de banderillas, de berenjenas en vinagre y de aceitunas sin hueso y con un trozo de anchoa incorporado. Este tipo de aceitunas sólo se crían en España; no me digas cómo es posible que los agricultores hayan conseguido un olivo que dé aceitunas con anchoas, nadie sabe cómo llegan las anchoas hasta allí, incluso ha habido congresos de científicos americanos estudiando ese tipo de olivo y no han hallado respuesta; los agricultores no sueltan prenda. Es un misterio tan grande como la fórmula de la coca-cola.

 

LINDO, Elvira: Pobre Manolito, Madrid, Alfaguara, 1995, pp.46-47

 

Text en PDF

Los espejos de Anaclara

Mercedes Calvo

Mercedes Calvo

 

Por el umbral del cielo

viene la abuela

trayéndome manzanas

para la escuela.

Se detiene en la puerta

no quiere entrar.

Cae la lluvia de junio

sobre el cristal.

Yo froto las manzanas

con mi pañuelo

mientras borra caminos

el aguacero.

Toda la tarde hablamos

de aquí y de allá

porque hay muchas maneras

de conversar.

j

darabuc-anaclara-vilela-2E

ste gesto de hoy

Los tomates rojos

la casa, la fuente

la rama del sauce

el búho, la serpiente.

¿A esta fantasía

llaman realidad?

¿Y el viento que habla?

¿Los duendes? ¿Las hadas?

¿El príncipe sapo?

¿Mi espejo y su cara?

¿Dónde los ponemos?

¿Van aquí o allá?

¡Qué manía absurda

de clasificar!

 

CALVO, Mercedes: Los espejos de Anaclara. México, FCE, 2008. Ilustrado por Fernando Vilela

Aires de don Aire

airesdedonaire1

 

En los hornos

de la tarde

ya están cocinando

estrellas

de ajonjolí,

de canela,

de anís

y de yerbabuena.

 

airesdedonaire

 

El hombre de los helados

le ofrece su mercancía

le pone en los labios gotas

de amaranto, de alegrías.

Obleas que dicen historias,

barquillos que no navegan

galletas heladas, romas,

bocados de la sorpresa.

 

 

GARCÍA ESPERÓN, María: Aires de don Aire, México, 2007.
http://www.scribd.com/doc/15676028/Aires-de-Don-Aire-Poesia-para-nins. Ilustraciones Lorde