Monthly Archives: maig 2010

Honduras y el mondongo

 

Baleada
Baleada

Baleadas, poporolos, mondongos, tajaditos, arepas, tacachos. También Roque se reía, “Que alguien me lo explique, porfa”,  he suplicado yo. “El pobre sólo tenía hambre y sed”, me han contado, “el mondongo es una receta muy popular en Honduras, una especie de plato nacional, que se hace con estómago de vaca de verdura; Salvavidas es una marca de cerveza, Con un nombre muy apropiado, por cierto”. No me han entrado ganas de probar el mondongo después de esta definición. “Yo prefiero las tajaditas o las baleadas”, ha dicho Irving. “¿Y eso qué es?” “Las tajaditas son como los tostones; las baleadas, como las quesadillas”. Se me ha puesto cara de interrogante. “¿Aún no lo entiendes?”, Irving se divertía con mi ignorancia. Pues no, eso no era ninguna explicación y no tenía la menor gracia que se estuviera riendo de mí. “Una cosa es parecida a las arepas, pero más fina. Lo otro es exactamente lo mismo que el tacacho, sólo que sin trocear”. “Te toma el pelo”, ha dicho Roque. Vaya, como si yo no lo hubiera notado. Dejando aparte que a nadie le gusta que le tomen el pelo, debo reconocer que me tenía alucinada la cultura latinoamericana de Irving.

Santos, Care (2000): La ruta del huracán. Barcelona: Alba, pp. 109-111

Un bife texà

bife

El restaurante era de mejor nivel que los que solíamos ir en esos días. Formaba parte de un complejo que incluía hotel, estación de servicio y un pequeño shopping para los que visitaban el lugar. La mayoría de los que andaban por ahí parecían escapados de una película de vaqueros. Usaban sombreros como Clint Eastwood y caminaban cansinamente, tal vez por causa del sol que a esa hora pegaba fuerte. Como ratones de dibujitos animados que no quieren despertar al gato, cruzamos rápido y en puntas de pie la ruta 40 y nos metimos en el restaurante.

El atractivo de The Big Texan era su bife de 72 onzas, un poco más de dos kilos de pura carne vacuna texana. Si uno era capaz de comerse tamaño bife en menos de una hora, la consumición era gratuita.

-Yo me lo como en veinte minutos –dijo Ezequiel, a quien yo había visto devorar con una dedicación asombrosa los asados que hacía su tío.

Como el hombre de la recepción pensó que dudábamos, nos ofreció una ganga: si uno de nosotros se comía ese bife, todo lo que se consumiera en la mesa iría sin cargo. Era lo que necesitábamos escuchar para tomar asiento en esa parrilla a la texana. Tenía un salón enorme y fresco con mesas en reservados, muchos mozos y demasiados turistas. Definitivamente, estábamos fuera de lugar con nuestro aspecto de tipos sucios, rotosos y cansados de recorrer mil y pico kilómetros en menos de dos días. Al menos, al cabo Polonio no se lo veía en ninguna de las mesas.

Cuando Ezequiel pidió el bife de 72 onzas fue anunciado por micrófono y la gente aplaudió. Lo único que nos faltaba: convertirnos en número vivo. Una moza nos contó que desde 1960 más de treinta mil personas lo habían intentado. Sólo unas seis mil habían logrado la hazaña. Nos aconsejaba comer lentamente, ya que había una hora de tiempo para consumirlo.

OLGUÍN, Sergio S.: Vivir en Springfield, Madrid, Siruela, 2008. (Las Tres Edades, 164), pp. 159-164.

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Jarabe de rosas

Jarabe de rosas

Jarabe de rosas

El medallón perdido 

 

La silueta de Sebastián se recortaba en el ventanal de mi habitación. Venía con su inseparable taza de té. Cuando se acercó, vi que el líquido que bebía no era marrón como siempre, sino de un intenso rojo, casi tanto como el sol que se estaba escondiendo en aquellos momentos.

-¿Quieres probarlo? –me preguntó-. A ver si adivinas lo que es.

Así, de pronto, pensé que sería sangre de algún animal diluida en agua, por el color, de modo que debí poner tal cara de asco, que enseguida me sacó de mi súbita náusea. Tenía ese don, su presencia y sus palabras siempre te tranquilizaban, contasen lo que contasen-

-Es jarabe de rosas- afirmó Sebastián.

Lo miré con rostro asombrado.

-¿Jarabe de rosas? –pregunté, entre extrañado e incrédulo-, ¿las rosas se beben?

-Sí –me contestó mi tío-. Se destilan sus pétalos, se cuecen con azúcar y luego se añade agua para beberlas, fría o caliente. Pero no creas que este jarabe se puede hacer con cualquier tipo de rosas, sólo con unas muy especiales que tienen un perfume muy intenso. Pruébalo.

ALCOLEA, ANA: El medallón perdido. Madrid. Anaya, 2009, (Espacio Abierto, 93), pp. 54-56.

 

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