María Concepción, decía –de aquí en adelante, Conchita-, revolvía con la cuchara el plato hondo de talavera donde le habían servido la sopa.
¡Y qué sopa! Muy aguada, en la que entre zanahorias y jitomates deshilachados nadaban seres de apariencia sospechosa, ni pescados ni camarones, sino mezcla de ambos.
-Son acociles, niña –dijo Ceferina, su nana, a la que, como ustedes, ella también acababa de conocer.
(…)
Mientras revolvía la dichosa sopa de acociles con su cuchara, pensaba que se había vuelto loca porque en el centro del plato, donde había una preciosa flor amarilla, acostada de espaldas con los ojos cerrados y la cabellera desperdigada en forma también de flor… estaba una sirena.
GARCÍA ESPERÓN, María: Berenice, la sirena. Bogotá. Libros&Libros, 2010, pp. 10 y 11
En casa de María García Esperón