Category Archives: Gènere

¿En dónde quedaron las haches?

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 como si la escuela no fuera todo un martirio, de paso hay que cargar este mochilón por más de cuatro cuadras. Si mi mamá supiera lo que significa todo esto entendería por qué me enfurruño.

Lo bueno es que al abrir la puerta los deliciosos aromas que salían de la cocina actuaron como antídoto.

Al percibirlos, automática los dolores y hasta los malos recuerdos se esfumaron. Tenía tanta hambre que me hubiera comido un búfalo.

¿Qué se llevará bien con el búfalo? ¿Una ensalada de verduras? No, porque conociendo a mamá le pondría chayote. ¡Hmmmm, ya sé, debe ir bien con puré de papas! Todo va bien con puré de papas o con papas fritas o con guacamole o hasta con simples y frescas rodajas de jitomate.

No esperé a que mamá comenzara, como siempre a dar órdenes y recordarme cosas que una “jovencita con buenos modales” hace automáticamente cuando llega a su casa y fui a cambiarme el uniforme y a lavarme las manos.

¡No había búfalo! Pero en cambio vi la sopera con una deliciosa y humeante sopa que nos esperaba sobre la mesa, un platón rebosante de pollo en salsa verde con papas en cubos y un chiquigüite que mantenía bien calientitas las tortillas. ¡Qué mexicanismo tan chistoso: chiquigüite!* 

* Chiquigüite: cesto o canasto de mimbre en donde se conservan calientes las tortillas.

Sopa de lletres

Sopa de lletres

MENDOZA, María Eugenia: Peligro en la Aldea de las Letras. México. Edición de  la autora y coedición con la Secretaría de Educación Pública para Biblioteca de Aula 2009-2010

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¡Los perros olfatean carne!

Christianshavn Copenhagen

Christianshavn Copenhagen

Fotografía: Galería de kaptan_ca61

Los pensamientos se le agolparon en la cabeza. Annemarie recordó lo
que le había dicho su madre: “Si te detienen debes actuar como una 
niñita inocente”.

Miró a los soldados. Recordó cómo había mirado a los otros, asustada,
cuando la detuvieron en la calle.

Kirsti no se asustó. Kirsti solo era... eso, una niñita inocente, enfadada
porque el soldado le tocó el pelo. No sabía lo peligroso que podía ser,
y al soldado le hizo gracia.

Annemarie puso todo su empeño en comportarse como lo habría hecho
Kirsti.

-Buenos días –les dijo con cautela.

La miraron de arriba abajo en silencio. Los dos perros estaban inquietos
y alerta. Los soldados que sujetaban las correas llevaban unos guantes
gruesos.

-¿Qué haces aquí? –le preguntó uno de ellos.

Annemarie le mostró la cesta, con el trozo de pan bien visible.

-Le llevo el almuerzo a mi tío Henrik. Lo ha olvidado. Es pescador.

Los soldados miraban por encima de Annemarie y escudriñaban
los arbustos de los alrededores.

-¿Vienes sola? –le preguntó otro.
 
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Lowry, Lois (2009) . ¿Quién cuenta las estrellas? . Barcelona : Espasa, 123-130

 Lois Lowry

Página oficial de Lois Lowry

Blog de Lois Lowry Guía de lectura de ¿Quién cuenta las estrellas?

Páginas web de interés

Información sobre la Segunda Guerra Mundial

Página web acerca del Holocausto judío

Información sobre Dinamarca
 
Cámara vídeo

La lista de Schindler . Dir.: Steven Spielberg. EE.UU, 1993

La vida es bella. Dir.: Roberto Begnini. Italia, 1999
El gran dictador. Dir.: Charles Chaplin. EE. UU, 1940

 
Llegir
Frank, A., El diario de Ana Frank
Dahl, R., Volando solo
Fährmann, W., Año de lobos
Hartman, E., Guerra sin amigos
musica 

Wojciech Kilar, Frederic Chopin. BSO de El pianista. Sony Music Entertainment, 2002

John Willians. BSO de La lista de Schindler. MCA, 1993

GELATS

Una competición muy dulce

helados

Volaron los ingredientes, los utensilios, los cuencos, los aparatos. La abuela y ella, codo con codo, dándose caderazos, entre risas. En un santiamén la mesa blanca de hierro forjado se cubrió de salvamanteles, y los salvamanteles, de helados. Helado Melba, con su bizcocho Genovesa, melocotones al natural, almíbar, helado mantecado, un corrito de licor y almendras. Helado crema praliné de almendras y helado de leche merengada.

La abuela y ella atacaron los dos primeros, respectivamente. El tercero quedó en la reserva, aunque ambas le lanzaban codiciosos vistazos conforme iban consumiendo el suyo.

-El que acaba primero ayuda a su compañero –dijo la abuela, riendo entre dientes-. El egoísta no es feliz.

Selene prefirió no decir nada, para ahorrar tiempo. Llevaba dos cucharadas de ventaja. Pero la abuela aceleró en la recta final y rebañó la copa cuando a Selene aún le quedaba un grumo.

-¡Gané! –la abuela se desternilló de risa. Selene le disparó una mirada torva-. Está bien. Compartir es vivir –añadió la abuela, dividiendo el helado de leche merengada, que repartió entre ambas-. El que parte y reparte, se lleva… la mayor parte- apuntilló, riendo, al tiempo que deslizaba en su copa una porción considerablemente superior a la de Selene, que observaba ceñuda sus movimientos.

Todo era un pasatiempo que venía repitiéndose desde que Selene era niña y desde que la abuela también lo era, porque al parecer no había abandonado aún su etapa púber. Rieron. Y Selene se sintió consolada.

 

Claudín, Fernando: A cielo abierto, Madrid, Anaya, 2000, (Espacio Abierto, 80), pp- 88-87.

 

 

 

 

 

 

Un dinar especial…

Comida con los Faraday

Escalopes rellenos

Escalopes rellenos

 

 

 

Domingo, 4 de julio, comida con los Faraday. Mamá lo había apuntado en un post-it que había pegado en la nevera, junto a los imanes y la nota de la compra. Para Selene era una amenaza insoslayable.

Y por fin había llegado.

Las dominicales comidas con los Faraday representaban una de esas raras ocasiones en que las tres generaciones conspiraban, deponiendo sus respectivos egos, en la cocina. Dos o tres horas de laboreo culinario en que hija, madre y abuela se repartían menesteres y compaginaban gustos y aderezos.

Eso, en teoría. A la postre siempre venía mamá. Ella gobernaba el timón, Esta vez había escogido un menú que a la abuela no se le antojaba muy apropiado para aquellas fechas calurosas. De primero, pochas con carabineros. De segundo, escalopes rellenos. De postre, crema de Idiazábal.

-Las pochas no casan con estos calores –refunfuñó la abuela-. Haríamos mejor preparando un gazpacho manchego como Dios manda.

-¡Oh, cállate, mamá, por favor!

Selene debía hacer acopio de valor para soportar aquellas sesiones. Eran terroríficas por muchos motivos. La fatiga no era ni mucho menos el peor de ellos. Lo realmente insufrible era la tensión, que se apoderaba de la cocina, a los quince minutos, como estratos de tupidas telarañas, volviéndolo pegajoso, asfixiante.

-¿Hemos comprado el vino, mamá? Ah, no, qué tonta soy. El señor Faraday se encarga de eso. Hija, ¿has pelado los carabineros? Reserva los cuerpos. Mamá, pica una cebolla, un puerro y un diente de ajo. Hay que rehogarlo en aceite. Eso. Así. ¡Cuidado, mamá! ¡Sólo diez minutos! ¡Baja ese fuego! ¿Ya están las cabezas de los carabineros, Sele? Bien. Échalos a la cazuela. ¡Mamá, eso más que rehogado está achicharrado!

Claudín, Fernando: A cielo abierto, Madrid, Anaya, 2000, (Espacio Abierto, 80), pp. 91-93.

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Un bife texà

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El restaurante era de mejor nivel que los que solíamos ir en esos días. Formaba parte de un complejo que incluía hotel, estación de servicio y un pequeño shopping para los que visitaban el lugar. La mayoría de los que andaban por ahí parecían escapados de una película de vaqueros. Usaban sombreros como Clint Eastwood y caminaban cansinamente, tal vez por causa del sol que a esa hora pegaba fuerte. Como ratones de dibujitos animados que no quieren despertar al gato, cruzamos rápido y en puntas de pie la ruta 40 y nos metimos en el restaurante.

El atractivo de The Big Texan era su bife de 72 onzas, un poco más de dos kilos de pura carne vacuna texana. Si uno era capaz de comerse tamaño bife en menos de una hora, la consumición era gratuita.

-Yo me lo como en veinte minutos –dijo Ezequiel, a quien yo había visto devorar con una dedicación asombrosa los asados que hacía su tío.

Como el hombre de la recepción pensó que dudábamos, nos ofreció una ganga: si uno de nosotros se comía ese bife, todo lo que se consumiera en la mesa iría sin cargo. Era lo que necesitábamos escuchar para tomar asiento en esa parrilla a la texana. Tenía un salón enorme y fresco con mesas en reservados, muchos mozos y demasiados turistas. Definitivamente, estábamos fuera de lugar con nuestro aspecto de tipos sucios, rotosos y cansados de recorrer mil y pico kilómetros en menos de dos días. Al menos, al cabo Polonio no se lo veía en ninguna de las mesas.

Cuando Ezequiel pidió el bife de 72 onzas fue anunciado por micrófono y la gente aplaudió. Lo único que nos faltaba: convertirnos en número vivo. Una moza nos contó que desde 1960 más de treinta mil personas lo habían intentado. Sólo unas seis mil habían logrado la hazaña. Nos aconsejaba comer lentamente, ya que había una hora de tiempo para consumirlo.

OLGUÍN, Sergio S.: Vivir en Springfield, Madrid, Siruela, 2008. (Las Tres Edades, 164), pp. 159-164.

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Jarabe de rosas

Jarabe de rosas

Jarabe de rosas

El medallón perdido 

 

La silueta de Sebastián se recortaba en el ventanal de mi habitación. Venía con su inseparable taza de té. Cuando se acercó, vi que el líquido que bebía no era marrón como siempre, sino de un intenso rojo, casi tanto como el sol que se estaba escondiendo en aquellos momentos.

-¿Quieres probarlo? –me preguntó-. A ver si adivinas lo que es.

Así, de pronto, pensé que sería sangre de algún animal diluida en agua, por el color, de modo que debí poner tal cara de asco, que enseguida me sacó de mi súbita náusea. Tenía ese don, su presencia y sus palabras siempre te tranquilizaban, contasen lo que contasen-

-Es jarabe de rosas- afirmó Sebastián.

Lo miré con rostro asombrado.

-¿Jarabe de rosas? –pregunté, entre extrañado e incrédulo-, ¿las rosas se beben?

-Sí –me contestó mi tío-. Se destilan sus pétalos, se cuecen con azúcar y luego se añade agua para beberlas, fría o caliente. Pero no creas que este jarabe se puede hacer con cualquier tipo de rosas, sólo con unas muy especiales que tienen un perfume muy intenso. Pruébalo.

ALCOLEA, ANA: El medallón perdido. Madrid. Anaya, 2009, (Espacio Abierto, 93), pp. 54-56.

 

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Mi madre

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Mi madre no sabía idiomas
pero era tan cariñosa…;
me decía que con empeño
puedes lograr cualquier cosa.

Mi madre no sabía idiomas
pero hablaba con las fresas,
me hacía ensalada rusa
y tortilla a la francesa. 

 

                González Ovies, Aurelio: Mi madre. Oviedo. Pintar-Pintar, 2010. Il. Job Sánchez

L’alimentació masai (Kènia)

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¡Socorro! –gritó Susana, despertándolos a todos.

Nadie tuvo que preguntar qué pasaba, pues era evidente lo que la había aterrorizado. Estaban rodeados de numerosos indígenas que los observaban con una mezcla de curiosidad y recelo.

Beatriz vio que estaban vestidos como Kamba, el joven que las había salvado del león. Las mujeres tenían el pelo rapado al cero, y sus brazos estaban cubiertos con filas de anillas de cobre. Los hombres llevaban collares de cuentas de colores y voluminosos pendientes, y estaban armados con escudos, lanzas, sables y cuchillos. Un rebaño de bueyes, vacas y ovejas acompañaba a la tribu.

Los indígenas traían consigo numerosos barriles que contenían leche.

-Masai –dijo Boranto-. Tribu más tem-mida en Kenia. Fue-ertes, muy fue-ertes.

El masai más anciano, un indígena de piel acartonada por el sol y surcada de arrugas, se destacó del grupo, se golpeó el pecho con la empuñadura de cuero de la lanza y dijo, con voz tonante:

Olaiguenani.

-¿Qué ha dicho? –preguntó don José.

-Él jefe, líd-der, daktari –dijo Boranto.

-Dile que necesitamos ayuda –lo conminó don José.

-¡Pero mí no hab-blar masai, daktari!

-Quizá él hable suajili. Anda, díselo.

 

Claudín, Fernando: El embrujo de Chalbi, Madrid, Anaya, 2004, (Espacio Abierto, 109), pp. 41-44.

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Poesia.com

Poemes boníssims

Recull de poemes presentats en quatre blocs: bestials (animals), naturals (elements de la natura), boníssims (aliments) i de Nadal. Els poemes es poden escoltar, llegir i imprimir i van acompanyats d’una petita animació. Entre els autors destaquen Miquel Martí i Pol, Josep Carner, Miquel Desclot, Lola Casas…