Category Archives: Gènere

Un àpat a la presó

-Hemos conseguido –dijo Fidel- permiso para hacerte una comida de bienvenida en la celda más amplia del penal, la número once. Un gran banquete de espera. Hemos escrito hasta el menú. Aquí lo tiene el señor para que dé su aprobación.

Casa de Miguel Hernández a Orihuela

Casa de Miguel Hernández a Orihuela

 No pude evitar una amplia sonrisa que dirigí a todos.

-“Sopa sala once, jamón de donde sea, ensalada del preso, cigarrillos plenipotenciarios, macedonia del condenado, café de la libertad…” Todo en honor a nuestro poeta.

Éramos once personas en el banquete de la celda número once. No hubo palabras de amargura por parte de nadie. Brindamos sin vino y hubo incluso pequeños discursos al final de una comida que me pareció exquisita.

 

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, pp. 217-218

 

Textos de Tren de ida y vuelta en pdf

 

Fundación Cultural Miguel Hernández

 

Obra de Miguel Hernández

 

Casa-Museo de Miguel Hernández

Només ceba per menjar…

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Yo procuraba refugiarme en la escritura de nuevas poesías, o escribiendo a Josefina cartas en las que no le decía toda la verdad. Ella me respondía también esperanzada, contándome cosas de nuestro hijo que me hacía subir la moral… Cuando me dijo que a nuestro niñito le habían salido cinco dientes y que apenas tenía comida para alimentarlo, únicamente pan y cebolla, sólo pude llorar, golpear la pared de la celda con impotencia y pensar en el pobrecillo…

Un compañero me vio llorar.

-Miguel –me dijo-. Tienes que tener esperanza.

-¿Y qué fe puedo tener cuando mi mujer y mi hijo sólo tienen cebolla para comer?

 

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

 

Nanas de la cebolla

pág. 192.

Me llamo Miguel Hernández: tengo hambre y sueño

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-Tengo hambre y sueño –respondí con palabras que apenas podía articular-. Llevo más de tres días sin comer.

-Aquí nos dan poca comida. Casi todos los presos somos del pueblo y nuestras familias nos traen cosas. Me ha sobrado algo de queso y chorizo. Come. Cuando vuelva mi hija a verme, le diré que traiga un par de choricitos más para ti.

-Gracias, amigo.

-¿Por qué te han traído aquí?

-Quise pasar a Portugal.

-¿Eres una persona significativa? Por aquí huyen los anónimos. La gente bien ha tomado barcos para América.

-Yo soy escritor –y comencé a llorar.

-¿Poeta…? ¿No serás Antonio Machado, o alguno de esos…?

-No; yo no soy tan importante como el maestro. Me llamo Miguel Hernández.

 pp. 196-197.

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

Fam de paraules

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Me condujo a un salón de amplios ventanales. Casi todo allí eran libros que llenaban las estanterías; libros en las mesas y libros en todos los rincones. Libros y más libros entremezclados con cuadros de pintores famosos o que empezaban a serlo.

-¿Has comido? –preguntó.

-Sí, comí en la pensión.

-Pero en las pensiones sólo dan bazofia.

-No…, he comido un cocido que estaba bueno.

-Entonces no era bazofia. ¿Sabes que la bazofia era la comida habitual de los soldados de Esparta? Me enteré hace unos pocos días leyendo una revista. Se llamaba así y seguro que era como la comida de muchas pensiones… -Pablo comenzó a emitir una risa que me contagió.

-¿Ni un café…?

-Pablo, sólo tengo hambre de palabras.

El poeta sonrió y me hizo sentar a su lado.

-Entonces echaremos unos tragos y hablaremos tranquilamente.

 pág. 101.

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

Entrepà de calamarsos

calamares

 

Anduve navegando como un náufrago, hasta la estación de Atocha. Entré en un bar para utilizar los servicios. Eran casi las once de la noche y el local estaba vacío. Después me dirigí al camarero y le pedí un vaso de agua. Cuando puso el vaso en el mostrador y levanté la cabeza, vi que no era agua, sino leche caliente.

-Muchas gracias… -susurré.

-¡Vamos, levante el ánimo…! Con la tos que tiene necesita algo caliente. ¿No le apetecería también un bocadillo de calamares…?

-No, gracias…

-Que sí, hombre, que sí. Total, son las sobras del día…

Y al instante puso sobre la barra el mayor bocadillo que había visto en mi vida.

-Coma, coma tranquilo mientras yo termino de recoger.

Media hora más tarde, después de ponerme otro vaso de leche, dijo:

-Lo siento amigo, pero he de cerrar.

-Ya me voy, pero no podré pagarle todo esto…

-Es cortesía de la casa. Usted no es un mendigo, aunque las cosas no le vayan bien. Se nota a la legua. No se ofenda, pero tome estas veinte pesetas. Son las propinas de hoy.

 

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

pág. 67

 

Miguel Hernández viatja a Madrid

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En Alicante compré un billete de tercera clase a Madrid. El edificio de la estación, muy abierto, dejaba pasar un frío intenso. No quise ponerme el abrigo que llevaba en los brazos, aunque carecía de supersticiones, pensé que estrenarlo en Madrid podría ser el augurio de una buena suerte. Después de un retraso considerable, el tren comenzó a silbar y subí a mi vagón. Me acomodé en un asiento de madera verdaderamente incómodo. Puse el abrigo sobre mis hombros y cerré los ojos con la intención de dormir un rato, pero el insomnio se me había colado en el cerebro y fue imposible pegar ojo. A mi lado otros viajeros, quizás más habituados al tren, sí que lograron conciliar un sueño que me produjo verdadera envidia. Al cabo de unas horas, mis compañeros de asiento volvieron a abrir los ojos y comenzaron a sacar de sus cestas todo tipo de comida, especialmente chorizo y queso, que comieron con la misma lentitud con la que el tren avanzaba. También yo saqué pan, un trozo de queso y un poco de jamón que mi hermana había envuelto en papel de estraza. Un hombre de edad avanzada me pasó una botella de gaseosa que había rellenado con vino tinto.

-Beba, joven, beba.

-Muchas gracias.

Tomé la botella y eché un pequeño trago. Compartimos nuestras viandas y un poco de agradable conversación.

 

  pág. 55

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

 

Ressenya del llibre a Culturamas

 

Una nova fruita arriba d’Amèrica: la pinya

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Don Cristóbal encontró chozas de nativos con comida fresca y frutos nunca vistos, en especial uno, al que pusimos por nombre piña, porque se parecía a los piñones españoles, pero multiplicados por cuarenta en tamaño, de carne amarilla pálida y muy sabrosa, que ya habíamos saboreado en el primer viaje, pero cuyos árboles no conocíamos, y que mucho después nos enteramos que los nativos llamaban ananá.

 

 

 

Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), pàg. 43.

 

Textos en PDF

 

Segon viatge d’en Colom

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Nos deslizábamos sobre las olas y avanzábamos casi sin sentir. Diecisiete navíos, cargados de todo cuando podía sernos útil al otro lado de la tierra, constituyen una flota que impresiona.

Llevábamos bizcochos que, aun cuando se secan siguen siendo tan buenos, quesos duros, mucho aceite, vinagre, trigo en fruto y en harina, cebada molida, semillas, almácigos y hasta cepas de vid, todo tipo de herramientas, yeguas, caballos y perros, pero también armas, aparte de la artillería defensiva en las cubiertas, había la suficiente para pertrechar al ejército de fortuna que nos acompañaba.

 

 

 

 

Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), p. 28.

 

 

Amb el vi no s’hi juga

memorias

 

La reina dio una palmada para indicar que la conferencia había finalizado, se puso en pie y caminó seguida de su marido hacia el comedor.

Si los cardenales tienen su bocado, que debe ser muy sabroso por la fama que gastan, la comida de los reyes es suculenta, bien servida y apetitosa nada más verla en las fuentes, y si la regáis con sus buenos caldos de vino, aquello sabe a gloria.

Y hablando de vinos, un día vi una cosa triste. Eduardo Valentín, un cristiano nuevo de Zamora, fue juzgado y ajusticiado en la plaza mayor. Había sido contratado por el arcediano don Juan Rodríguez de Fonseca para proveer de vino a nuestra expedición a las Indias. Algo más de un centenar de toneles, protegidos con cuero crudo y bien sellados, llegaron a Cádiz y los almacenaron para embarcarlos en su momento. Pero el señor de Fonseca es un cura zorro; mandó un catador y el vino estaba aguado. Sí, en esta tierra de Dios, donde el vino puede ser hasta pobre y pelón, pero nunca aguado, habían tenido la mala uva de adulterarlo sin misericordia.

El catador se dio el lujo de probar uno a uno todos los toneles, y ninguno, siquiera por vergüenza, estaba como mandan los cánones.

Prendieron al infeliz Eduardo Valentín, le hicieron un juicio inmediato. Alegó que por su enfermedad no podía probar bebidas espirituosas y que seguramente a él también le engañaron.

Nadie le creyó; demostraron que empinaba el codo como pocos y fue condenado a morir en la horca.

 

 Villanes, Carlos: Memorias del segundo viaje de Colón, Madrid, Anaya, 2006,  (Espacio Abierto, 118), pp. 17-18.

 

Quina és la millor hora per menjar gelat?

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-Perdóname –musitó la señora Bartolotti, que, de repente, se había acordado del helado de frambuesa-. ¡Dios mío! –exclamó-, el helado se está derritiendo.

Sacó el helado de la bolsa, corrió a la cocina y volcó el contenido del paquete en una fuente de cristal. Sacó un bote del armario de la cocina, en el cual había barquillos largos y delgados. Clavó los barquillos en el helado. Quedaba muy bonito, parecía un erizo con púas muy largas. La señora Bartolotti le llevó a Konrad, al cuarto de estar, la fuente con el erizo de helado.

-Mira –le dijo-, te gustará. Está muy bueno.

-¿También, cuando no es verano, se comen helados? –preguntó Konrad.

-Claro que sí –dijo la señora Bartolotti-. Siempre se puede comer helado. A mí me gustan especialmente en invierno. Cuando como helados con más gusto, es cuando nieva.

-Pero. ¿No se come el helado sólo de postre? –preguntó Konrad.

-Perdóname, cariño –exclamó la señora Bartolotti-, olvidé por completo que debes de tener hambre. Te haré un bocadillo de jamón y un huevo pasado por agua con un pepino. ¿Te parece?

-No tengo hambre –explicó Konrad-. La ducha de disolución nutritiva alimenta para veintiséis horas. Sólo era que yo no estaba seguro de si se podía comer helado con el estómago vacío.

-¡Caramba!, ¿por qué preguntas continuamente qué se debe o qué no se debe hacer?

-Porque un chico de siete años tiene que preguntarlo –dijo Konrad.

-Pero yo no tengo ni idea de lo que un chico de siete años debe o no debe hacer –gritó, desesperada, la señora Bartolotti.

-Entonces no comeré hoy helado –dijo Konrad- y mañana te enteras a qué horas se debe comer el helado, ¿te parece?

La señora Bartolotti aceptó, pero no tenía la más ligera idea de a quién podría preguntar. Sobre todo, estaba bastante desconcertada y, de puro desconcierto, se comió todo el helado con los barquillos y empezó a sentir tirones en el estómago y ardores en el esófago.

Konrad permaneció durante todo el tiempo sentado frente a ella, mirándola comer. Algunas veces la señora Bartolotti se interrumpía y le ponía a Konrad una cucharada de helado o un barquillo bajo la nariz y le preguntaba si no quería, al menos, probarlo, pero Konrad sacudía la cabeza.

pp- 31-33.

NÖSTLINGER, Christine (1993): Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, Madrid, Santillana, Alfaguara Juvenil,