Entrepà de calamarsos

calamares

 

Anduve navegando como un náufrago, hasta la estación de Atocha. Entré en un bar para utilizar los servicios. Eran casi las once de la noche y el local estaba vacío. Después me dirigí al camarero y le pedí un vaso de agua. Cuando puso el vaso en el mostrador y levanté la cabeza, vi que no era agua, sino leche caliente.

-Muchas gracias… -susurré.

-¡Vamos, levante el ánimo…! Con la tos que tiene necesita algo caliente. ¿No le apetecería también un bocadillo de calamares…?

-No, gracias…

-Que sí, hombre, que sí. Total, son las sobras del día…

Y al instante puso sobre la barra el mayor bocadillo que había visto en mi vida.

-Coma, coma tranquilo mientras yo termino de recoger.

Media hora más tarde, después de ponerme otro vaso de leche, dijo:

-Lo siento amigo, pero he de cerrar.

-Ya me voy, pero no podré pagarle todo esto…

-Es cortesía de la casa. Usted no es un mendigo, aunque las cosas no le vayan bien. Se nota a la legua. No se ofenda, pero tome estas veinte pesetas. Son las propinas de hoy.

 

VARA, Mariano (2010): Tren de ida y vuelta, Alzira, Algar, Algar Joven, 44,

pág. 67

 

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