Todo iba a ser muy fácil. Andrés sólo tenía que desviarse al pasar por el huerto de los Chabert, encaramarse al muro y desde allí robar un poco.
Los Chabert eran herreros viejos, de mandil de cuero y batir el hierro hasta darle forma de gallo veleta o lo que hiciera falta.
Los Chabert vivían al borde del Camino de Antes. Tenían un huerto y manzanos tabardillos que por aquellos días estaban cargados de fruta.
La señora Chabert era grande y amable.
La señora Chabert, mientras limpiaba de escarabajos una planta de alcachofas, vio cómo Andrés saltaba del muro a la rama de un tabardillo.
“Escritor”, dijo, “si quiere algunas manzanas, pídalas. Ya no tiene edad de andar trepándose a los árboles”.
Andrés se avergonzaba con facilidad.
“No quise molestar”, dijo.
La señora Chabert tenía una sonrisa fácil.
“Robe, hijo, robe, hágalo; pero procure no caerse encima de mis alcachofas”, y después de un suspiro, felicitó: “Un parto es un parto”.
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FARIAS, Juan (1986): El niño que vino con el viento, Valladolid, Miñón, Las Campanas, p