Nostalgia por el paisaje perdido

Paraísos amenazados
Nostalgia por el paisaje perdido

Geógrafos, arquitectos y psicólogos reivindican el valor terapéutico de los espacios naturales

ROSA M. BOSCH – Barcelona

Los monjes de Poblet amanecen desde hace unos meses con un paisaje distinto al que han disfrutado durante muchos años. Un puñado de molinos de viento corona las crestas de una de las sierras que rodean este monasterio cisterciense de la Conca de Barberà. En Poblet confiesan que “los palos de la energía eólica” no les gustan, que preferirían divisar unas montañas “limpias”, pero que es el precio que deben pagar por el progreso. La alteración del paisaje ha sido una constante en los últimos años, fruto de un urbanismo salvaje que se ha cebado en la costa y que está penetrando con fuerza en parajes del Pirineo. A las advertencias de geógrafos, arquitectos o biólogos sobre el impacto que algunas infraestructuras y promociones inmobiliarias causarán en zonas de alto valor ecológico o histórico se suman ahora las reflexiones de psicólogos alertando de que la destrucción del paisaje nos afecta psicológicamente y nos crea estrés.

Del bienestar a la insatisfacción. “La destrucción del paisaje se percibe como una pérdida propia, dependiendo del valor simbólico que se le atribuya: no es lo mismo que se queme Montserrat que una montaña desconocida. Un buen paisaje contribuye a aportar momentos de bienestar, de relax, de estimulación…”, relata Enric Pol, catedrático de Psicología Social y Ambiental de la Universitat de Barcelona. Por el contrario, el deterioro de un paisaje querido puede provocar “desde una insatisfacción temporal hasta desencadenar una depresión, estrés…, siempre en función del perfil de cada persona, de su vulnerabilidad y de su capacidad de adaptación”, añade.

Perder la identidad. Para José Antonio Corraliza, sociólogo y doctor en Psicología especializado en psicología ambiental, “romper el paisaje comporta romper un elemento de tu propia autobiografía”. “Cuando echamos de menos paisajes que hemos vivido perdemos parte de nuestra identidad”. Corraliza destaca la capacidad de recuperación física y mental que proporciona el paisaje, que en este contexto se antoja como una terapia, un bálsamo. Este psicólogo cita evidencias empíricas, a su juicio concluyentes, sobre los efectos beneficiosos de la exposición a entornos naturales. Una de ellas es el experimento realizado por R. S. Ulrich: durante diez minutos sometió a un grupo de voluntarios a diez minutos de ejercicio físico. Al acabar, las personas a las que se mostró una imagen de calles con coches tardaron 14 minutos en recuperarse, el doble de las que disfrutaron de la fotografía de un paisaje, relata Corraliza. Otros estudios confirman la capacidad de los espacios verdes para restablecer el equilibrio psicológico. Así, Corraliza apunta otro trabajo en el que se comprobó que las personas que realizan trabajos tediosos en una oficina cometen menos errores si disponen de una sala con vistas a un jardín. También se comprobó que en un proceso postoperatorio los pacientes con vistas al jardín precisaban menos analgésicos para sentirse mejor.

El ejemplo del Central Park. Los beneficios que la contemplación de la naturaleza tienen para el bienestar humano no son un invento de estos días. Corraliza, en un trabajo que recoge el libro Un manual de ciutat verda,editado por la Fundació Territori i Paisatge, recuerda que en el siglo XIX, Frederick L. Olmsted, promotor del Central Park de Nueva York, ya argumentaba que los escenarios naturales permiten a las personas “utilizar la mente sin fatigarla”. Para Olmsted, en los espacios verdes “tranquilizas la mente” y “a través de la influencia de la mente sobre el cuerpo se consigue el efecto de una refrescante recuperación de todo el organismo”. Afirmaciones hechas en 1865 para justificar la creación del parque neoyorquino y que lo convierten en un pionero de la defensa del efecto balsámico de los espacios naturales.

Reino Unido defiende el paisaje. El Gobierno británico publicó un estudio sobre zonas rurales en el que concluye que es importante proteger los paisajes y que se deben promover entornos de tranquilidad. En este sentido, Claire Haggett, profesora de desarrollo sostenible de la Universidad de Newcastle, explicó, en el reciente seminario Indicadors de paisatge. Reptes i perspectives,celebrado en Barcelona, que las autoridades regionales del nordeste de Gran Bretaña han decretado que los planes urbanísticos deben garantizar la tranquilidad de los vecinos. Haggett dice que la misión del Gobierno británico es identificar las zonas tranquilas del país y protegerlas. entendiendo como tales, según la opinión de los ciudadanos encuestados, aquellos paisajes sin centrales eléctricas ni parques eólicos, sin contaminación ni ruidos y alejados de carreteras con mucho tráfico. Estos indicadores de tranquilidad son los que deben utilizar los ayuntamientos a la hora de elaborar sus planes urbanísticos.

Y España sufre la cultura del nuevo rico. Joan Nogué, director del Observatori del Paisatge de Catalunya, explica que hay una correspondencia entre la valorización del paisaje y el nivel cultural de un país. “En España, actuamos como nuevos ricos, tenemos dinero y la capacidad para mantener el paisaje, pero no lo hacemos. El crecimiento de nuestra economía no ha ido al mismo ritmo que el de nuestra cultura y sensibilidad”, opina Nogué. Al director del Observatori del Paisatge le duele ver como “lo que ha sucedido a gran escala en la costa está pasando a pequeña escala en el Pirineo: se tendría que haber apostado por rehabilitar los cascos antiguos, pero nunca construir cinco mil viviendas en un valle donde hay poca población”. “Es una gran equivocación, este modelo no da riqueza”, concluye.

El papel del mundo del arte. Para Javier Maderuelo, catedrático de Arquitectura del Paisaje en la Universidad de Alcalá, el mundo del arte “debe formar a la ciudadanía en la sensibilidad de hacer las cosas bien hechas; a través de artículos y libros debe crear una cultura del paisaje; ahora no hay una sensibilidad especial”. Pero Maderuelo sostiene que es imposible “mantener esa imagen idílica del campo”, limpia de infraestructuras, de parques eólicos y de placas fotovoltaicas. “No hay que estar en contra de que se construya un parque eólico, se debe velar para que se haga bien; el dilema es si eso lo dejamos en manos de los políticos o de los intelectuales”.

Article publicat a La Vanguardia el diumenge 30 de desembre de 2007

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