MEDITERRÁNEO, SEGUNDO INTENTO

LLUÍS URÍA  

Más de 40 jefes de Estado y de Gobierno del Mediterráneo, todos los de la ribera europea – incluida la UE en pleno- y los de la ribera sur – con la única excepción del presidente libio, Muamar el Gadafi-, intentarán poner hoy en París los cimientos de un nuevo foro de cooperación euromediterráneo, la Unión por el Mediterráneo (UPM), un proyecto caro al presidente francés, Nicolas Sarkozy, que ha chocado con numerosos obstáculos y cuya concreción se presenta difícil.

Trece años después de la conferencia de Barcelona, que en 1995 alumbró a iniciativa de España el primer espacio de cooperación euromediterráneo, Francia pretende refundar y dar un nuevo impulso a un proceso que ha acabado embarrancando a causa de las disputas regionales y el conflicto israelo-palestino. La triste celebración del décimo aniversario de la conferencia de Barcelona en noviembre del 2005 – del que desertaron la mayor parte de los jefes de Estado y de Gobierno de los países árabes- puso en evidencia el estancamiento del proceso de diálogo norte-sur.

La cumbre de París aparece, pues, como un segundo e imprescindible intento. La reunión de una cuarentena de jefes de Estado y de Gobierno de todos los países mediterráneos – del sirio Bashar el Asad al israelí Ehud Olmert- constituye además un hecho inédito, histórico. Y, en consecuencia, es un indiscutible éxito político de Nicolas Sarkozy. El primer gran logro – y acaso el único- del presidente francés.

El brillo de la cumbre, que se desarrollará en tan sólo media jornada bajo la magnífica bóveda acristalada del Grand Palais, no oculta el hecho de que la Unión por el Mediterráneo tiene poco que ver con la idea original de Sarkozy, que se ha visto obligado a recortar y adaptar su proyecto a las objeciones presentadas por España y – sobre todo- a las condiciones impuestas por Alemania, so pena de provocar una ruptura de consecuencias incalculables entre París y Berlín.

La idea inicial del presidente francés, que soñaba con pasar a la historia como el Jean Monet del siglo XXI, era fundar una unión política, económica y cultural integrada exclusivamente por los países ribereños, la Unión Mediterránea, un trasunto de la Unión Europea pero a espaldas de ella. Anunciado durante la campaña electoral de las presidenciales francesas, el proyecto fue formalmente presentado por Sarkozy, en un discurso de ribetes épicos, en Rabat en octubre pasado. Pero la alegría duró poco, y la canciller Angela Merkel acabó forzando la renuncia del presidente francés. Sarkozy se vio obligado a aceptar la inclusión de la UE en el proyecto, que significativamente pasó a llamarse Unión por el Mediterráneo. Alemanes y españoles arrancaron asimismo el encuadramiento de la UPM en el proceso de Barcelona, del que el nuevo foro no sería sino una continuación.

“No es el proyecto inicial”, ha tenido que acabar admitiendo Henri Guaino, controvertido consejero especial del presidente francés y padre de la idea, para quien ni Berlín ni Bruselas tenían nada que hacer en el Mediterráneo. Finalmente, sí lo tendrán, rompiendo así el sueño de un Mare Nostrum bajo hegemonía gala.

El Elíseo, poco entusiasmado de ver el nombre de Barcelona asociado a su proyecto, subraya como gran diferencia el hecho de que la UPM – que será copresidida inicialmente por Nicolas Sarkozy y el presidente egipcio, Hosni Mubarak- nace con vocación de equilibrar el peso de ambas riberas del Mediterráneo. “Si Bruselas quiere quedárselo como un asunto europeo, fracasaremos”, ha dicho Guaino. La Unión pretende empezar a andar a partir de proyectos concretos – contaminación, energía solar, transporte marítimo, protección civil, universidad…- a los que cada país será libre de apuntarse, de acuerdo con un sistema de “geometría variable”. Pragmatismo inicial, pues, para un proyecto que se reivindica ambicioso. Como lo hizo también Barcelona en 1995…

Muchos aspectos de la UPM siguen indefinidos y probablemente no se concretarán hasta una reunión en noviembre. Entre otros, la composición y organización del futuro secretariado permanente, así como su sede, a la que optan Túnez, Marruecos, Malta y… España. Francia defendía en principio localizarla en una ciudad del sur, pero las disputas entre los países del Magreb y las derivaciones del conflicto israelo-palestino podría acabar llevándola a Barcelona, foco original del diálogo euromediterráneo. El Gobierno español así lo ha planteado y París no lo ve mal.

Article publicat a La Vanguardia el diumenge 13 de juliol de 2008

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà Els camps necessaris estan marcats amb *

 
Go to Top