Menos hielo, más petróleo

El cambio climático desata una lucha por los recursos energéticos del Ártico

ANDY ROBINSON  – Reikiavik Enviado especial

Inga Jonsdottir, meteoróloga de la Universidad de Islandia, encontró cinco avisperos en su jardín de Reikiavik el verano pasado, un hallazgo sorprendente ya que “hasta hace cinco o seis años no existían avispas aquí”, explica Jonsdottir. Vendría a ser una buena metáfora para la región ártica, donde se multiplican las tensiones geopolíticas conforme suben en ella las temperaturas.

La gran noticia del cambio climático en el Ártico llegó el pasado septiembre con los datos anuales elaborados por el centro de Nieve y Hielo de Colorado, la organización de EE. UU. que controla las precipitaciones de nieve y las heladas. El Ártico había perdido en solo un año un área de hielo equivalente a Europa occidental, adelantando en 40 años las previsiones anteriores sobre el ritmo de deshielo. “Faltan muy pocos años para que en verano te puedas bañar en el polo norte”, dijo Mark Serreze, investigador del centro.

Aprovechando un Ártico con menos hielo flotante, buques petroleros ya recorren el mar al norte de Islandia procedentes de los campos petrolíferos de Siberia. Pero esto es sólo el principio de la gran paradoja del cambio climático en la zona. A medida que la región se calienta – dos o tres veces mas rápidamente que en latitudes más al sur- y desaparece el hielo en verano, se hace más viable explotar los abundantes recursos energéticos en el Ártico.

Los yacimientos de petróleo y de gas natural en la costa este de Groenlandia son “tecnológicamente recuperables en una hipótesis de ausencia de hielo”, calcula un reciente informe de La Sociedad Geológica de Estados Unidos (USGDS). El 6% de las reservas de petróleo mundiales y una cifra aún mayor de gas pueden encontrarse en el Ártico ruso. Multinacionales energéticas, desde Shell y Total – cuyos dos presidentes participaron en una cena en la reunión económica de Davos (Suiza) el mes pasado titulada El Ártico: menos hielo, más petróleo-,hasta el poderoso monopolio estatal ruso de gas Gazprom, empiezan a olfatear ya más allá de sus explotaciones en Alaska, Canadá y Siberia, creando un extraordinario círculo en el cual las extracciones de sus productos dibujan un acceso sin hielo al Artico.

Como las fiebres de oro del siglo XIX, el premio es tan cotizado – con el barril de petróleo a 100 dólares- que la incertidumbre acerca de las dimensiones reales de muchos yacimientos no es un obstáculo. Thierry Desmarest, presidente de Total – que acaba de firmar un joint venture,un acuerdo de colaboración, con la empresa estatal rusa Gazprom para perforar en los campos de gas de Shtokman en el mar Barents- reconoció en Davos que se trata de tierra incógnita: “En el Ártico puede haber el 25% de las reservas mundiales del gas y petróleo, pero también puede haber sólo el 2%. No se sabe lo que encontraremos allá”. Hasta Islandia acaba de invitar a empresas a sondear un yacimiento al norte de la isla.

Sin embargo, más que la carrera del oro,como lo fue en su día la del oro, esta nueva lucha por recursos energéticos recuerda la infame lucha que hubo por África en el siglo XIX. Los seis países fronterizos con el Ártico – Canadá, Estados Unidos, Rusia, Noruega, Dinamarca (por la parte que posee en Groenlandia) e Islandia- empiezan a posicionarse para batallas, al menos diplomáticas, por territorios cuya soberanía en otros tiempos no interesaba a nadie más que a los esquimales. Reivindicando territorios abismales, un submarino ruso colocó una bandera de titanio en el fondo del mar, bajo el Polo Norte, el verano pasado, mientras el hielo se derretía arriba, en defensa de “los intereses estratégicos, científicos y de defensa” rusos, según dijo el presidente ruso Vladimir Putin.

Mientras cada país tiene derechos de explotación en una franja de 200 millas náuticas (370 kilómetros) de su costa, reclamaciones a más distancia dependen de cuestiones espinosas como la extensión de las plataformas continentales. Hay disputas entre Noruega y Rusia por zonas del mar Barents próximas a las islas Svalbard por sus depósitos de carbón.

“Sólo tenemos guardacostas contra buques militares rusos; ¿quien nos ayudará?”, preguntó Johann Dreser, ingeniero noruego, en la cena de Davos.

EE. UU. retiró su base en Reikiavik en el 2006 aunque mantiene importantes instalaciones en Groenlandia, En Islandia, pese a sus buenas relaciones con Rusia, sobrevuelan los osos volantes,los enormes y anticuados bombarderos Tupolev. “Hay señales de que el deshielo ha provocado un nuevo escalada militar, no vista desde la guerra fría”, dice un informe del Gobierno . Pero el conflicto que se avecina en el Ártico no tiene porque ser una repetición de la guerra fría. “Hay más posibilidades de disputas entre Canadá y Estados Unidos por las islas al este de Canadá”, dice Robert Aranason, diplomático islandés. Canadá ha desplegado en la zona buques rompehielos y anunció planes para una nueva base de operaciones. Dinamarca, por su parte, puede hallarse ante un movimiento independentista en Groenlandia, añade Arnason, un milenio después de que los primeros asentadores escandinavos murieran de hambre tras un bajón repentino de temperaturas. Ahora desaparece el hielo y los depósitos de cobre, níquel, diamantes y otros metales necesarios para fabricar productos electrónicos han sembrado la semilla de un nuevo nacionalismo entre los 52.000 habitantes de la enorme isla, dice.

“El mundo ha ido a la guerra por menos de lo que se juega en el Ártico”, afirma Jim Leape de World Wildlife Fund. Pero es probable que nuevos convenios sobre derechos terriotirales acaben por limar las asperezas. “Petróleo y gas calientan las relaciones geopolíticas pero también moderan la agresividad porque todos quieren un trozo del pastel”, dice Nina Lesikhina del grupo ecologista Bellona en el puerto ruso de Murmansk. Y las únicas víctimas, añade Leape, serán “un ecosistema increíblemente frágil y cuatro millones de habitantes, muchos indígenas inuit o giitchen”, que viven en el Ártico de la caza y la pesca.

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