Daily Archives: 12 setembre 2009

Muerte a seis veinticinco

muerte-a-seis-veinticinco2Muerte a seis veinticinco,
Jordi Cervera, Edebé, 2009

Anabel Sáiz Ripoll

“Muerte a seis veinticinco” es el último Premio Edebé de Literatura Juvenil. Jordi Cervera (Reus, 1959) hasta ahora se había dedicado a la literatura juvenil, aunque sí es un hombre con una buena obra, de poesía y novela, y con un buen bagaje cultural. No nos extraña, pues, que su novela haya ganado el Premio, puesto que es un texto bien escrito, cuidado y con una serie de ingredientes propios del carácter y las aficiones de su autor, como puede ser el suspense y las referencias a Barcelona.
La novela se estructura en 41 capítulos breves, que no llevan ningún título, sobre el número, ya que no quieren estorbar al lector en su apasionante lectura, porque apasionante es el relato que nos cuenta Jordi Cervera, bien graduado y bien presentado, tanto que, al final, poco a poco, nos va dejando pasmados, literalmente asombrados por el giro que dan los hechos.
El primer capítulo ya marca cómo va a ser la novela puesto que nos presenta, a la manera de un clímax ascendente, los últimos momentos de un partido de baloncesto decisivo, que significa una gran victoria para el Badalona. Uno de sus jugadores estrella, Ray Barbosa, es quien vive esa apoteosis en el campo. Nada hace presagiar la desgracia, aunque algo intuimos. En su casa, su mujer y su hijo son brutalmente asesinados. Y comienza la acción. Joan Pons, el sargento de los Mossos d`Esquadra, es el encargado de resolver los hechos y la presión que sufre por parte de los políticos es inmensa. Ahí el autor no duda en emplear a fondo su ironía, su fina ironía de la que hace gala en todo momento. Pieza indiscutible del relato es Carla, la hija del sargento y aspirante a mosso también quien, de alguna manera, descubre al asesino o ayuda a ir atando cabos. Nos recuerda, salvando las distancias, a la Wendy de Andreu Martín.
Varios son los personajes de esta novela que viven los hechos de manera distinta, según el papel que les haya tocado. La policía autonómica catalana aparece retratada desde un punto de vista muy positivo, ya que, en esta novela, son los que han de descubrir el porqué y el quién. Sin embargo, no es desdeñable la figura del asesino, un matón a sueldo que esconde una fría venganza en el asesinato y que se complace en escribir, paralelamente a los hechos que narra el autor, su propia historia, a manera de diario y, por supuesto, en primera persona. Así, el relato conjuga la tercera persona y la primera que acaban confluyendo en un final de lo más excitante.
La trama va también ajustándose al tiempo, al poco tiempo que tiene el sargento Pons y, de alguna manera, la rapidez con que se resuelven los capítulos va marcando ese tiempo angustioso para unos y agobiante, para otros.
“Muerte a seis veinticinco” va destinada al público juvenil, pero no es una novela juvenil, sin más, puesto que la historia que contiene va a interesar a todo aquel que guste de la novela negra, del suspense y de la acción. Aparte, hay otras muchas connotaciones en la novela, como la perfecta ubicación en Badalona y Barcelona e, incluso, en Arenys, en donde se refugia el asesino con personalidad falsa. En algún momento el relato se remansa y da paso a la poesía de Espriu, tan relacionada con Sinera, con el Cementerio de Arenys. Jordi Cervera, pues, emplea distintos registros, desde el sarcástico hasta el irónico, pasando por el pedante (de los políticos) o el coloquial. Hay incluso episodios que nos hablan de la violencia gratuita de los skinhead, otros que recrean el manejo de armas. En suma, una buena documentación por parte de Cervera.
Es una buena novela, que se lee con rapidez y que nos permite pensar en cómo, por un error de juventud, toda una vida se puede venir abajo, como le ocurre al gran Barbosa.

Mi abuelo Moctezuma

moctezumaMi abuelo Moctezuma,
De María García Esperón, Edelvives, 2009, Alandar, 109.

Anabel Sáiz Ripoll

María García Esperón, mexicana de nacimiento y periodista, sabe conjugar muy bien la realidad actual con la historia y así, para ella, no resulta difícil presentarnos a Moctezuma y, a la vez, tratar de arrojar algo de luz acerca de su actuación frente a los españoles, tan juzgada y criticada por la historia.
“Mi abuelo Moctezuma” es un relato hermoso que nos habla de amor, de amistad, de reconocimiento por las propias raíces y de tolerancia. Isabel es una joven mexicana que, a raíz de un trabajo para la escuela, descubre que procede de Moctezuma, aunque nadie se lo cree o, mejor dicho, solo se lo cree un compañero, Francisco, hijo de diplomáticos, español, y muy interesado por descubrir el pasado de caudillo mexicano. El profesor de Isabel parece ser un hombre engreído que no acepta ese parentesco, aunque tiene ocasión de reflexionar y disculparse.
Lo que parece, simplemente, un encuentro académico en la biblioteca de México se convierte en una aventura llena de peligros que les lleva a descubrir el códice perdido del emperador Moctezuma.
La autora tiene una habilidad suplementaria que es mezclar personajes de distintas edades e intereses, así el profesor Zubirú, una especie de sabio chiflado que les lleva a descubrir el documento, el guardaespaldas de Francisco que acaba descubriendo lo importantes que son las raíces para una nación y lo mucho que hay que conservarlas. Es él quien más empeño pone en la conservación del códice y él el que protege al profesor de encuentros indeseados y peligrosos, ya que la novela también presenta momentos de suspense e intriga.
Particularmente simpático es el personaje de la madre de Isabel, una mujer animosa, que presenta un papel secundario, pero que merecería mayor desarrollo.
Entre Isabel y Francisco, en suma, se fragua una hermosa amistad que no desaparece cuando Francisco ha de cambiarse de nación, a causa del trabajo de sus padres. Es emocionante la despedida entre los jóvenes.
En definitiva, una novela interesante que mezcla dos mundos y dos épocas, que nos permite conocer algo más de la cultura e historia mexicanas y que hará pasar un rato de entretenida lectura a los jóvenes –y mayores-, ya que la novela mantiene un tono vivo, juega mucho con los diálogos y no permite que decaiga el ritmo narrativo. Cabe añadir que presenta algunos vocablos distintos al español peninsular, aunque eso se comprende por la procedencia de la autora y enriquece el texto.

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS,
De John Boyne, Salamandra, (13 2006)

Anabel Sáiz Ripoll

“El niño con el pijama de rayas” es uno de esos libros especiales y, me atrevería a decir, esenciales porque, con una sensibilidad extrema y una gran habilidad literaria, consigue que el lector se adentre en el universo infantil de Bruno, un niño de 9 años y, con él de la mano, atraviese uno de los episodios históricos más penosos que se vivieron en el S. XX: la deportación y el exterminio de miles y miles de judíos a cargo del régimen nazista.
John Boyne escribe una historia cotidiana que, en principio, parece plácida, ya que nos habla de la vida de Bruno en Berlín, de su familia, de sus intereses personales, de sus gustos y de su mentalidad infantil que no entiende bien las cosas, pero sí las intuye en toda su dimensión. El padre de Bruno es un hombre severo y muy importante, que hace un trabajo difícil de describir, tanto que lo descubrimos ya casi a la mitad del libro, con horror y estupor. Es uno de los brazos ejecutores de Hitler, a quien Bruno llama Furias porque no sabe pronunciar su tratamiento correctamente y el encargado de poner “orden” en el campo de exterminio de Auchviz; pero eso Bruno lo ignora y él sólo se sorprende porque debe cambiarse de casa y dejar su hogar plácido en Berlín y mudarse a otro lóbrego, que está lejos de todas partes. Para Bruno es una incógnita ver, desde su ventana, a tantas personas con pijama de rayas e, incluso, llega a sentir cierta envidia porque él ha de vestir siempre con corrección y de manera muy incómoda.
Vemos, pues, que “El niño con el pijama de rayas” capta la otra visión de los campos de exterminio, la visión de los familiares de los jefes que, a menudo, nada sabían del proceso y trataban de ponerle orden a tanto despropósito. Es lo que hace Bruno, quien conoce a uno de esos niños judíos y entabla con él una relación de amistad que lo llevará más allá de la propia vida.
Bruno observa a su nuevo amigo y lo ve flaco y delgado, pero es incapaz de darle un nombre a su estado y cree, en su mente infantil, que más allá de su casa, esas gentes viven con normalidad. Y ésa es la magia del relato, que el lector sepa muy bien qué está viendo Bruno, pero que no pueda ayudarlo, porque es una experiencia que ha de vivir él solo.
El relato va dirigido al público adulto, pero consideramos que los adolescentes podrán leerlo y entenderlo muy bien porque el mensaje no deja lugar a dudas. Es un alegato a favor de la amistad y de la igualdad, como muy bien demuestra Bruno.
“El niño con el pijama de rayas” se lee de manera muy fluida y rápida y se introduce, con absoluto dominio, en la mente de un niño de 9 años a quien acompaña en todo momento. El final del relato es estremecedor y el lector averiguará por sí solo a qué nos estamos refiriendo. No obstante, la ternura nunca abandona las páginas de la novela.
Se trata, en definitiva, de un texto conmovedor y cautivador que hechizará a cualquier lector con un mínimo de sensibilidad. Estamos seguros.

LA NOCHE QUE WENDY APRENDIÓ A VOLAR

LA NOCHE QUE WENDY APRENDIÓ A VOLAR
DE ANDREU MARTÍN, ALGAR, 2007

Anabel Sáiz Ripoll

Andreu Martín (Barcelona, 1949) ha ganado con la novela que estamos reseñando el Premio Bancaixa de Narrativa Juvenil 2006. Sabido es que Andreu Martín es un maestro de la novela negra, aparte de ser uno de los padres –junto a Jaume Ribera- del detective Flanagan.
En “La noche que Wendy aprendió a volar” nos pone frente a una joven agente, Wendy, quien, aventuramos, aún habrá de protagonizar muchas historias tan trepidantes como ésta. La cualidad de Wendy, que lleva un nombre curioso extraído de “Peter Pan”, es que se trata de una joven –que en la noche en que transcurre la acción cumple 23 años- llena de miedos, de dudas, muy alejada de las heroínas intachables y, sin embargo, esto la hace más humana y la acerca al lector.
Roger y Wendy inician lo que iba a ser una noche más de patrulla, aunque se rompen los pronósticos. Para empezar, Roger confiesa a Wendy que está enamorado de otra y Wendy se siente traicionada. Después, tienen un aviso de un sesenta (un asesinato) que les lleva a una casa lujosa. Aquí empiezan los problemas de Wendy quien se deja llevar por la intuición y persigue a una niña que se escondía en las sombras de la noche, Mon, con la que vivirá una pesadilla. Mientras, Roger, más pagado de sí mismo que un paco real, recibe la llama desesperada de Wendy y no sabe interpretarla, pero sí le permite descubrir el secreto que se escondía en la casa lujosa y que fue robado. En la biblioteca había un museo clandestino lleno de piezas nazis, masonas y judías. Lo que han robado los asesinos ha sido el Ojo de Dios, el símbolo de los Illuminati.
La novela presenta dos líneas argumentales y dos acciones:
-la investigación en la Casa Lujosa y todo lo que comporta.
-la peripecia de Wendy que está a punto de morir ahogada, que tiene que luchar por su vida, que recuerda que una vidente le dijo que moriría cuando cumpliese 23 años y que no está dispuesta a permitirlo. Se crece tanto que prácticamente vuela, como indica el título.
La novela está escrita a un ritmo trepidante, que nos deja sin aliento y nos lleva a descubrir aún más horrores de Hitler y su afán por lo esotérico. Los personajes están muy bien trazados, son planos, en su mayoría, excepto Wendy que evoluciona continuamente y la niña Mon, una mocosa que se ha visto implicada en el robo de la joya y que también lucha por su vida.
Sin duda, “La noche que Wendy aprendió a volar” gustará a los lectores aficionados al género policíaco, con independencia de la edad. La novela aparece en una colección destinada a los jóvenes, pero pertenece a la buena literatura. Y punto.