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Donde aprenden a volar las gaviotas

Donde aprenden a volar las gaviotas,

Ana Alcolea,

 Madrid, Anaya, 2007, Espacio Abierto, 125.

Arturo es un joven de 15 años que vive en Zaragoza y que aspira a tener un verano normal, como los de siempre. No obstante, ha suspendido el inglés y sus padres deciden que, para que aprenda, nada mejor que sumergirlo en una familia que solo hable ese idioma. Así, envían a Arturo a Noruega, a la casa de unos amigos. Para Arturo, que ya de por sí, está viviendo una adolescencia complicada, este hecho supone un nuevo agravio. Por si fuera poco se llama Arturo y su hermana… Morgana. ¿Qué más excentricidades le depara la agudeza de sus padres?

Donde aprenden a volar las gaviotas, de Ana Alcolea, es un hermoso libro, escrito en primero persona que narra la historia de un gran amor, pero también es un viaje iniciático y un canto a la verdad de las palabras, que se enfrentan, demasiado a menudo desnudas, a la barbarie de la guerra.

Arturo vivirá en Noruega, junto con Erik, un verano distinto, que le permitirá contemplarse desde fuera y ver cuán ridículos son sus problemas comparados con los que tuvo que vivir la abuela de Erik, Elsa. La casa de Erik está situada en lo que un día fuera búnker. Así, excavando, descubren por casualidad, una caja metálica que les llevará descubrir no solo el secreto de la abuela, sino la belleza del paisaje de Noruega, de sus fiordos, de su naturaleza en estado puro.  Ana Alcolea, buena conocedora del país, se detiene en describirnos esos momentos mágicos que el lector, desconocedor de Noruega, agradece puesto que le permite vivir también en primera persona la historia de Arturo.

Donde aprenden a vivir las gaviotas hunde sus raíces en una memoria colectiva que para Elsa ya es desmemoria, puesto que está aquejada de demencia senil. Y es que los ojos de Elsa tuvieron que vivir la ocupación nazi en su tierra y fueron testigos en primera persona de la sinrazón que son las guerras. Enamorada de un oficial nazi, Elsa vivió de manera escindida ese amor, debatiéndose entre el deber y el deseo porque Elsa y toda su familia eran judíos. Muchos años después su nieto, Erik, y un amigo venido de la lejana España son quienes llegan al secreto y quienes aprenden a valorar el esfuerzo de Elsa quien, letra a letra, palabra a palabra, dejó anotada la peripecia de su vida. Son esas palabras las que le devuelven un poco lo que fue, su verdad, su memoria, su esencia porque, sin memoria, no somos nada.

Ana Alcolea escribe una novela llena de sorpresas, que divide en 29 capítulos. Arturo, como hemos dicho, es quien va desgranando ese verano especial, en el que no solo aprendió inglés, sino mucha más, ya que también se encontró con el primer amor, porque Donde aprenden a volar las gaviotas es, por supuesto, una crónica sentimental, no solo la de Elsa, sino también la de Arturo.

El título del relato contiene una clave simbólica importante porque las gaviotas reales, de las que se habla en uno de los capítulos, representan al ser humano, ya que, como comenta Brigita, la guía de Arturo y Erik por uno de los archipiélagos, noruegos, “La vida es aprender, estamos aquí para eso, como las gaviotas. Vivir es peligroso, es cierto”. Y es Elsa, con su testimonio escrito, quien permite a Arturo aprender a relativizar y a crecer.

La novela está muy bien construida y combina la aventura con el humor y el sentimiento. Una novela redonda, en una palabra.

Apariencias

 

 

Apariencias, Madeleine George,

Madrid, Editex, 2011, (Libros de Mochila)

Apariencias, de Madeleine George es un libro realista, a veces descarnado, que no disfraza los acontecimientos, sino que los enfrenta y los expone de una manera directa y, a menudo, demoledora. El título del relato, Apariencias, ya indica, de alguna manera que quiere huir de los estereotipos y que, como les ocurre a las protagonistas del relato, a menudo, por no decir casi siempre, la primera visión engaña. Se necesita observar muy de cerca y meditar despacio para hacerse cargo de lo que ocurre y de cómo son las personas y, aun así, nos podemos equivocar.

Las dos protagonistas de Apariencias son, en principio, dos chicas completamente antagónicas, condenadas, si nos dejamos guiar por los tópicos, a no entenderse, a ignorarse, incluso. Meghan Ball es una chica con una realidad difícil. Está llena de miedos, de angustias y de frustraciones. No sabe cómo canalizar esta ansiedad y acude a la comida. Solo comiendo, grandes cantidades de alimentos, nota que se apacigua su alma. Es una chica sin amigos que, pese a su corpulencia, pasa más bien desapercibida, aunque nadie le hurta los malos ratos ni las humillaciones. Meghan, además, es muy observadora y enseguida se ha dado cuenta de la presencia de una nueva alumna que acaba de llegar a clase: Aimee Zorn. Esta chica es lo opuesto a Meghan: apenas come y si lo hace, es de una manera simbólica. Aimee también arrastra un pasado emocionalmente difícil. Escribe unos poemas muy especiales y tiene problemas familiares. Las dos chicas se sienten solas y no encajan para nada en el ambiente escolar que les ha tocado vivir.

La autora, Madeleine George vive en Nueva York y, aparte de escribir, ha sido profesora de escritura y, en la actualidad, dirige un programa educativo en la prisión para mujeres de Manhattan. Demuestra conocer muy bien la realidad de un centro educativo medio, americano, puesto que las descripciones del ambiente, de la atmósfera escolar, de docentes y alumnos, son certeras e, insistimos, muy críticas. En este ambiente, en donde parece que solo pueden triunfar los que tienen éxito, los que son populares, Meghan y Aimee se sienten rechazadas y acosadas. Las situaciones que se describen son, en algún momento, duras y descarnadas. Las dos jóvenes acaban uniéndose por mera solidaridad y para consolidar su revancha. Las dos, como leemos al final, han inventado “una manera de ser invisibles”.

Apariencias está escrita en tercera persona y estructurada en 19 capítulos. Abundan las descripciones puesto que las dos protagonistas son muy observadoras y la autora ha querido dotar su relato con esta cualidad.

Es un libro destinado para lectores de 14 a 17 años, aunque pensamos que lo entenderán mejor los mayores, los de 4º de ESO e, incluso bachillerato. También es recomendable para los docentes ya que les ayudará a entender ciertas conductas que se pueden dar en las aulas (de cualquier lugar) y que, a veces, pasan bastante desapercibidas; aunque, por supuesto,  tampoco vendría mal que lo leyeran los padres y madres.

Apariencias no es un libro alegre, en absoluto, pero sí que propicia una buena reflexión acerca de los comportamientos que pueden darse en los centros escolares, de acoso y de desprestigio, que tanto daño causan a quienes los padecen. Es, en suma, un relato que lucha contra los tópicos y las “falsas apariencias”.

El último grito

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El último grito,
Concha López Narváez y María Salmerón,
Bruño, 2011, (Paralelo Cero, 71)

La Guerra de los 30 años está acabando, pero su paso ha sembrado de destrucción todas las tierras que tardarán mucho en recuperarse; pero no solo las tierras, sino las gentes. La muerte y desolación reina por doquier. Con este telón de fondo, Concha López Narváez y su hija María Salmerón escriben una historia de misterio, en la que la lucha por el poder y la ambición son las desencadenantes de la trama. “El último grito” es una novela que mantiene el ritmo narrativo en todo momento y que logra que el lector, desde la primera página, se sienta transportado a una época y a un ambiente que sin ser los suyos, le fascinan.
La historia se inicia de una manera directa y aborda la extraña situación de Otto von Rotsein quien, de alguna manera, sin estar muerto, parece que lo esté ya que despierta en la cripta de sus antepasados. Poco a poco, va acordándose de lo sucedido y, gracias a ello, el lector entiende cada uno de sus actos, aunque no los justifica. Por otro lado, en el castillo de los Rotsein, en Renania, cerca de Baviera, impera el luto, ya que se están celebrando las exequias del conde Maximilian, que, tras 10 años en la guerra, sin dar señales de vida, ha sido localizado, aunque muerto. Su esposa, su fiel esposa, lo vela y llora.
No obstante, no hay nada normal en semejante situación porque ni Maximilian está muerto ni el cadáver es el suyo. Y el misterio está servido. Las narradoras, en tercera persona, tejen una historia que presenta dos puntos de vista: el de Otto y el de Maximilian quien regresa, cansado, hambriento y desolado a su castillo y se encuentra con la sorpresa que supone su propio cadáver. De alguna manera, un nigromante, don Nathan de Praga, quien lleva muchos años en el castillo, ha logrado, a través de sus poderes especiales, de su magia negra, convencer a Otto de que suplante a su primo y, así, cuando resucite, lograr casarse con la viuda y, de paso, alcanzar poder y renombre, como el propio Nathan. No obstante, no contaba con la llegada del verdadero conde. Todo se precipita de una manera inexorable y, al final, el lector, horripilado, asiste a un desenlace funesto, terrible, aunque justo e implacable.
Concha López Narváez y María Salmerón, a través de 17 capítulos, van trazando las líneas maestras de una historia en la que todo tiene una explicación, aunque no lo parezca. Las descripciones que aparecen en “El último grito”, sobre todo, las que aluden a la evolución de Otto, tras su despertar entre los muertos, son realmente magníficas y también espeluznantes porque, como si de una carrera contrarreloj se tratara, leemos cómo Otto va recuperando, poco a poco, el pulso de la vida para, de golpe, perderlo todo. De ahí el título del relato, como el lector podrá comprobar.
En suma, “El último grito” es una novela apasionante donde los elementos psicológicos son imprescindibles, así como el juego temporal y las descripciones. No es una novela propiamente juvenil, desde el punto de vista de los personajes, sino una novela que gustará a los amantes del misterio, de la magia y de lo inexplicable.

El rostro de la sombra

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El rostro de la sombra,
Alfredo Gómez Cerdá,
Madrid, SM, 2011

A veces, la diversión de unos supone el sufrimiento de otros. En ese momento, algo no cuadra y hay que revisar las conductas humanas que conducen a semejante callejón sin salida. Es lo que hace Alfredo Gómez Cerdá en este nuevo libro, “El rostro de la sombra”. Se trata de una historia valiente, comprometida y muy actual.
Tres amigos, Borja, Claudio y Adrián, se emborrachan un sábado por la noche y deciden grabar con el móvil una escena que ellos mismos provocan: tiran dos piedras a la calzada y esperan a ver qué pasa con los coches. Realmente, no hay excusa para eso, pero los tres piensan que se lo pasarán bien y eso les supone una descarga de adrenalina y una especie de victoria personal. No obstante, hay algo que no sale bien: uno de los coches se sale de la calzada y da unas vueltas de campana. Uno de los chicos, Adrián, ni se imagina el alcance de su broma de mal gusto.
Alfredo Gómez Cerdá incide en un tema candente, muy actual, como ya dijimos, y que, por desgracia, está en auge entre nuestros jóvenes. Se trata del hecho de difundir videos por Internet con escenas vejatorias, desagradables e, incluso, delictivas, como es el caso que nos ocupa.
No obstante, el autor va mucho más allá y traza una radiografía acertada de la psicología de uno de los cabecillas, el líder del grupo: Adrián. Adrián está enamorado de una chica, Nuria. Y su madre está en coma por causa de un accidente: el provocado por Adrián y sus amigos. Ni más ni menos. En ese momento, se empieza a tejer una tela de araña alrededor del muchacho que, por un lado, no quiere perder a su novia y finge en todo momento y, por el otro, trata desesperadamente de encontrar una salida airosa a ese problema. Tanto que, incluso, está dispuesto a inculpar a su hermana, Reyes, una adolescente deslenguada y muy lista que intuye el embrollo antes de que se destape.
“El rostro en la sombra” está narrado de una manera trepidante, casi contrarreloj, ya que se inicia la madrugada del domingo y termina el jueves siguiente, a mediodía, cuando ya ha muerto la madre de Nuria. En esos cuatro días y un poco más, Adrián trata de salir airoso de su delito, aunque no lo consigue. Sus amigos muestran ser más leales que él mismo, y su propia hermana lo supera en principios morales. No así su padre, un abogado que, en cuanto descubre el asunto, maquina un plan que nada tiene que ver con la justicia que tanto ha defendido, sino con la defensa de su hijo.
Alfredo Gómez Cerdá no cuestiona, no critica, no dice nada. Se limita a observar y a narrar. Son los lectores quienes asisten al drama, quienes comprenden la magnitud monstruosa de los hechos, los que se llevan las manos a la cabeza y acaso acaban por entender comportamientos difícilmente justificables.
Las nuevas tecnologías son muy útiles, por supuesto, pero deben usarse con sentido común, sin perjudicar a terceros. Por lo tanto, es una buena reflexión la que nos propone el autor madrileño acerca de algo, aparentemente tan inocente, como grabar un video. El efecto mariposa está clarísimo en el relato.
La novela se desarrollar en un ámbito urbano, como muchas de las del autor. Concretamente en Madrid, muy cerca de la M-30. Hay una presencia importante en el relato y es el río Manzanares, como elemento recurrente en las vidas de los personajes e, incluso, vertebrador.
Tras “El rostro de la sombra” posiblemente, haya un hecho real, que el autor presenta de una manera muy directa, realista e, incluso, cruda. El autor desdeña elementos accesorios y poda su prosa de florituras, ya que le interesa ir al grano: lograr el impacto en el lector. Y lo logra. Sin duda. El libro va destinado a jóvenes a partir de 12 años, pero, sin duda, su tema tiene suficiente carga emocional para interesar a cualquier lector.
Cabe, por último, señalar que esta novela se puede adquirir en papel, pero también en eBook y aplicación para iPad o iPhone. Además, los capítulos finales se pueden escuchar a través del iPod. Toda una novedad que busca potenciar la lectura entre los más jóvenes.

Las Cajas de China

Las Cajas de China,

De María García Esperón,

Colombia, Hillman, 2008 

 

Las Cajas de China, de la mexicana María García Esperón es un libro que presenta una particularidad narrativa muy atractiva. Esto es, puede leerse en dos tiempos que acaban confluyendo: el tiempo real, el del lector, que coincide con el del niño protagonista, y el tiempo evocado, el tiempo de las leyendas, de la magia que se desgrana en las historias que este mismo niño, Jerónimo, lee, a la vez que lo hace el propio lector. Se trata, pues, de un doble eje cronológico que implica directamente al personaje de ficción y al lector real. La escritora así logra un juego literario espléndido. Las Cajas de China no es solamente un relato de ficción, no, es mucho más que eso: es un conjunto de relatos que, a la manera medieval, están incluidos uno dentro del otro; de ahí el título del libro.

 Gustavo Tajín es el tío aventurero de la familia Tajín. Él es quien envía a su sobrino Jerónimo un regalo muy especial: “… siete cajas, una dentro de la otra”. Este regalo viene envuelto en misterio puesto que, siguiendo las indicaciones de Gustavo, han de abrirse una por día. Eso supone un freno a la curiosidad y un ejercicio de disciplina por parte de la familia Tajín, el padre, la madre y los dos hermanos, Andrés y Jerónimo. Todos están deseando llegar a la séptima caja, pero saben que no deben hacerlo y siguen las instrucciones del tío aventurero, aunque con alguna excepción, que él mismo ya había previsto. La voz de Gustavo se hace oír sonora y recia a lo largo del relato. Ahora bien, esa curiosidad de los Tajín y de sus vecinos es la misma curiosidad de los lectores que, si quieren entrar en el juego que nos propone María García Esperón, han de seguir las mismas instrucciones y leer un cuento cada día. ¿O no? Eso… ya se irá descubriendo una vez hayamos aceptado las reglas del juego. 

El amor, la amistad, la humildad, el respecto hacia unos principios son valores que se desprenden de los cuentos con los que María García Esperón ilustra estas fastuosas “Cajas de China”. 

Las Cajas de China, por lo tanto, contienen más de una historia. El hilo narrativo es el que marca la familia Tajín, con su devenir diario, sus problemas, sus quehaceres y sus preocupaciones. Así, los diálogos entre los Tajín son realistas, llenos de humor y gracia. María García Esperón describe con acierto a esta familia de la clase media mexicana. Trufa estos diálogos con términos propios de México, lo cual dota de mayor plasticidad al relato. Solo por esta historia ya valdría la pena leer el libro. 

No obstante, aún hay más. El regalo de Gustavo Tajín consiste en evocar, para su familia, hermosas historias ambientadas en el Egipto de los Faraones, en la mágica India o en la propia China. Son las historias propias de las leyendas, del acervo clásico, pero rociadas de un tenue perfume y envueltas en el delicado papel chino. Así, conocemos a la princesa Medianoche, la historia de Meryt la mariposa, leemos parte del diario de William Clark o sabemos algo más del gato de Anup.

 Gracias a estas historias, María García Esperón colma el deseo que, desde siempre, el ser humano ha sentido por conocer viejas historias, el deseo de saber algo más de nuestros orígenes y que nos lleva a sentirnos fascinados por las viejas civilizaciones orientales que, como en un prodigio, aparecen ante la familia Tajín. Como dice la propia escritora: “Las Cajas de China es un libro-regalo por naturaleza. A través de su escritura mi intención fue entregar a los niños la magia y fascinación de las civilizaciones orientales encerradas en siete cajas, una dentro de la otra, que el niño protagonista -y los niños lectores- tienen que ir descubriendo al seguir una lectura que debe detenerse cuando el narrador lo indica para retomarse una vez que la ilusión y la curiosidad hayan subido en el termómetro lector”. 

Las cajas de la China, en suma, es un libro poderoso porque encierra las llaves de la imaginación y cuando la imaginación se desata cualquier acontecimiento es posible. Los niños y niñas de 11 o 12 años leerán con gusto estos relatos, pero también los mayores y todos aquellos que, como Jerónimo y su familia, tengan la curiosidad a flor de piel.

La acera rota

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LA ACERA ROTA.

Mercedes Neuschäfer-Carlón,

Vigo, Ediciones Cardeñoso, 2011 

 

Desde hace mucho tiempo, a la escritora ovetense afincada a Alemania, Mercedes Neuschäfer-Carlón, sus lectores y lectoras le pedían poder leer una de sus obras clásicas La acera rota. Se trata de un libro que, desde su primera publicación en 1986, en Granica, la colección Moby Dick, ha vivido distintos avatares. Así, también apareció en Mondadori en 1990 y en Gea (Oviedo) en 1995. Ahora bien, era ya imposible poder adquirir un ejemplar del libro, puesto que sus ediciones estaban ya agotadas.

Por eso, recibimos con agrado la noticia de que, finalmente, la escritora se haya decidido a reeditar su libro en Ediciones Cardeñoso. El volumen, impreso de manera sobria y elegante, acaba de publicarse con el título La acera rota. Memoria de un comienzo. La escritora, además, ha querido incluir sola una ilustración, sacada de su primera edición y ha dejado para la contraportada la opinión de diversas autoridades en torno a este libro sin edad.

La acera rota  es un libro imprescindible para entender a los niños que vivieron la Guerra Civil española, ya que la protagonista, Elena, nos ofrece, de una manera pura e inocente, pero real y también crítica, todos los matices que la propia Mercedes vivió en Oviedo, en donde pasó la contienda con su familia.

            Elena era una niña feliz, que tenía una hermosa casa –acabada de estrenar- y que vivía rodeada de atenciones; pero que también sufría porque era una niña imaginativa que pensaba en el infierno y en la muerte y que, con 4 años, eso le suponía un tormento. Ella juega a no pisar las líneas que forman la acera (de ahí el título de la novela), pero esa acera se rompe con la Guerra Civil y Elena, con su familia, vive momentos angustiosos, aunque nos los explica de manera reposada, asombrada y, a veces, insegura, como lo haría una niña aún pequeña.

            La novela está contada en 3ª persona, pero se lee como si fuese la propia Elena quien nos explicara su infancia porque, como dice la autora: “Es la historia de Elena, que ya no soy yo, pero cuya memoria forma parte de mí”.

La novela se divide en diez partes subdivididas a su vez en diversos capítulos y en ellos se desgrana la vida diaria de Elena, una niña que se abre paso en la vida y que aprende a ver las diferencias,  que existen personas ricas y pobres,  que no se permiten todas las ideas,  que hay gente  mezquina e ignorante, que para ella la vida nunca volverá a ser igual.

 La peripecia se sitúa entre 1934 y 1939 en Oviedo y otros lugares de Asturias, entre los 4 y 10 años de Elenita. Elena escucha, observa y lo absorbe todo con la mirada abierta y curiosa de una niña. Es una niña que pertenece a la burguesía media y que ha de aprender a ceder, a perder, a cambiar. Con la guerra se rompe la primavera y se pierden las ilusiones.

            Mercedes Neuschäfer-Carlón no quiere que su recuerdo se tiña de nostalgia ni de tristeza; de ahí que acuda a la técnica narrativa de esconderse detrás de una niña, aunque, claro, no siempre la respeta y muchas veces es la propia Mercedes, ya madura, quien hace alguna observación; pero en ningún momento la novela pierde su frescura y su gracia. Son varios los aspectos que podríamos tratar de La acera rota, que, es por así decirlo una novela iniciática porque Elena, al acabar la novela, es mayor, no sólo en años, sino en experiencia vivida, en saber acumulado y, sin embargo, eso no impide que siga conservando su inocencia o, al menos, la parte más pura de su alma.

            La autora hace un análisis psicológico de los personajes realmente espléndido. Es una novela que tiene varias lecturas ya que, dependiendo de la edad del lector, se profundizará en unos aspectos o en otros. Con ello queremos decir, como ya lo hemos hecho en otras ocasiones, que solo existe una buena literatura, sin necesidad de añadir infantil o juvenil. Y La acera rota, aunque está protagonizada por una niña, es una lectura recomendable para todo tipo de lectores puesto que, por decirlo así, se trata de un clásico. Y los clásicos no tienen edad.

 

El diario de Miguel

El diario de Miguel,

José Luis Ferris, Oxford, 2010, (El árbol de  la lectura, 31)

 

Anabel Sáiz Ripoll

 

En un año hernandiano por excelencia, José Luis Ferris nos ofrece un libro muy cuidado y emotivo: El diario de Miguel. Miguel Hernández, al que llamaron genial epígono de la Generación del 27, es uno de los poetas más queridos y admirados de la literatura española. Su vida y su obra rezuman verdad y compromiso. Por eso, hablar de Miguel Hernández supone siempre un reto porque es difícil apresar en unas páginas todo el torrente apasionado de la voz del poeta de Orihuela.

José Luis Ferris es un buen especialista en la obra del poeta. Tal vez por eso se ha atrevido a imaginar el que podría haber sido su diario, el diario de sus 13 años. No obstante, va más allá y trasvasa, de una manera metafórica, alegórica, incluso, las vivencias que tuvo el poeta de joven y adulto a su infancia.

En el Diario de Miguel asistimos a la peripecia de un niño que quiere ser poeta y que consigue ingresar en la Escuela de Poetas, en Madrid. Esta escuela no es otra, ni más ni menos, que la Residencia de Estudiantes. De este modo, Ferris relaciona, en un mismo tiempo y en una misma escuela, a los que fueron grandes poetas del momento, pero los sitúa también en su niñez. Así, Miguel estudia con otros niños más mayores como Federico, Dámaso o Vicente, los tres grandes poetas del 27. A todos ellos centra en su carácter y en su especial manera de ser, sobre todo se acerca a Vicente. Vicente Aleixandre fue de los pocos poetas que siempre ayudó a Miguel Hernández. De esta manera, Ferris imagina que Miguel y Vicente, de niños, compartieron habitación en la Residencia de Estudiantes. Entre los profesores están, por supuesto, don Antonio, Juan Ramón y don Ramón.

Una de las habilidades de José Luis Ferris es que no emplea los apellidos y es el lector quien tiene que darlos. Don Antonio es Antonio Machado, Juan Ramón es Juan Ramón Jiménez y don Ramón es Ramón Gómez de la Serna. Este procedimiento logra que el diario adquiera humanidad puesto que el niño Miguel lo escribe con sencillez, con total naturalidad.

En El diario de Miguel también se habla de la relación de Miguel Hernández con Pablo Neruda y del distanciamiento del que fuera su amigo, Ramón Sijé; aunque con la misma idea que preside el libro: Ramón es también niño y fallece siéndolo.

Por las páginas de este diario singular se asoman los poemas de Miguel, se asoma la esperanza que pudo haber sentido alguna vez, su difícil relación con el padre, el afecto por su madre y hermanos y tantos otros aspectos que conmueven al lector.

La tragedia llega también al relato con el inicio de la Guerra Civil que José Luis Ferris cuenta también de manera simbólica, como si Miguel hubiera vivido con los otros niños de la Residencia hasta que se quedó solo con Don Antonio y, por último, solo definitivamente. El resto de la historia, por desgracia, todos la conocemos.

El Diario de Miguel empieza un 20 de febrero y termina un 28 de marzo. No se indica el año, porque la historia no fue así, pero pudo haberlo sido. ¿Qué nos lo impide creer?

Sea como sea, el libro es una hermosa recreación literaria que ayudará a entender mejor la figura del poeta y a valorarla.

En el libro se incluye un prólogo, a manera de explicación y un apéndice con distintos documentos acerca de la vida y la obra de Miguel Hernández.

Recomendamos el libro a los jóvenes estudiantes del segundo ciclo de Educación Secundaria. Nos parece que es un libro vibrante, lleno de connotaciones literarias y, sobre todo, de emoción.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El caso del loro que hablaba demasiado

El caso del loro que hablaba demasiado,

Jordi Sierra i Fabra, Barcelona, Siruela, 2011

 

 

 

Jordi Sierra i Fabra aborda el segundo caso de Berta Mir, El caso del loro que hablaba demasiado, con la misma frescura e intensidad que imprimió en el primer libro, El caso del falso accidente; aunque con mayor dominio, si cabe, de la psicología de la joven narradora y protagonista de la aventura, Berta. A Sierra i Fabra a veces se le ha acusado de superficialidad en el tratamiento de sus personajes. Creemos que nunca ha sido así puesto que él siempre ha dado libertad a sus criaturas y les ha dejado mostrarse –y evolucionar- gracias a sus palabras y comportamientos. Si lo que buscamos son grandes descripciones físicas y psicológicas no las encontraremos, pero sí hallaremos la creación de personajes redondos que, como le ocurre a Berta, van madurando y creciendo ante los ojos de los lectores.

Berta Mir, de 18 años, a la fuerza ha debido de hacerse cargo de la agencia de detectives familiar puesto que es la única fuente de ingresos que tiene. Claro que no es lo mismo perseguir a maridos infieles que introducirse en los trapos sucios de los Dalmau, una familia adinerada de la burguesía catalana, lo cual la llevará a destapar la caja de los truenos y a introducirse, de paso, en una red ilegal de importación de animales exóticos. Y todo porque Berta ha aceptado el encargo de una encantadora ancianita, Claudia Dalmau, a quien han robado su loro, un guacamayo de Spix valiosísimo.

Sierra i Fabra tiene la habilidad de introducirnos en distintos ambientes ya que su novela presenta una extraordinaria estructura que no deja ningún fleco suelto. Por un lado, Claudia y su vida como detective en la agencia Mir, ya que su padre, impedido en la cama poco puede hacer, aunque, eso sí, la ayuda de una manera muy peculiar. Por otro lado, Claudia y su relación con el grupo de música en el que toca, las ilusiones y las decepciones que ello conlleva, los amores y las frustraciones. Por otro lado, la familia Dalmau y todos lo que esconden unos y otros y que Berta, de una manera entre ingenua e inconsciente descubrirá. Y, por supuesto, la relación de Berta con el policía Sanllehí, con quien tiene una especie de tira y afloja, aunque siempre por supuesto, Sanllehí es una especie de protector de la joven. Vemos trasvasadas al policía algunas de las cualidades de Sierra i Fabra y de las ideas que siempre ha defendido con vehemencia. Vehemencia que, por supuesto, no falta en la novela.

El caso del loro que hablaba demasiado, escrito en primera persona, atrapa en cinco intensos días, como indica el título, la aventura de un loro que no es que hablase demasiado, sino que provocó mucho qué hablar. El texto se lee con rapidez y combina distintos géneros, el de la novela negra y de detectives, con el del viaje iniciático y la novela realista y aún se podría apelar a otros registros como el sentimental y emotivo del que el libro no está exento.

La crítica de Sierra i Fabra más directa se centra en los traficantes de animales exóticos y no escatima palabras ni ejemplos para mostrar esa realidad que existe en nuestro mundo. Ahora bien, como acabamos de decir, no deja ningún fleco suelto y no descuida para nada el aspecto más personal y humano ni de Berta Mir ni de los personajes que la rodean, la arropan, de alguna manera.

El caso del loro que hablaba demasiado, en suma, se lee con creciente interés, con el aliento contenido, incluso, pero con el suficiente reposo y calma como para descubrir la personalidad de Berta, una joven que, poco a poco, va madurando y va creciendo. Berta acepta que las cosas no siempre son blancas o negras, empieza a comprender a su madre, a su abuela y ella misma se descubre actuando de una manera acaso impulsiva, pero siempre positiva. Y es que Berta va siempre en línea recta, sin pensar en las posibles consecuencias. Por eso cae simpática al lector y, por eso, sin duda, el policía Sanllehí acaba protegiéndola y haciendo la vista gorda en más de una ocasión. Y es que, repetimos, las apariencias pueden engañar –y de hecho engañan-.

Se trata, en suma, de una extraordinaria novela que gustará a los seguidores del escritor todoterreno barcelonés, pero puede causar adicción en lectores que nunca o poco se hayan acercado a Sierra i Fabra. Lo advertirmos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las aveturas de Tom Sawyer

Las aventuras de Tom Sawyer,

 un clásico lleno de humor, sin paternalismos

 

Anabel Sáiz Ripoll

 

 

 

El norteamericano Samuel Langhorne Clemens (1835-1910) fue una persona genial, humorista y vital. Vivió en los años de la guerra de Secesión de los Estados Unidos. A lo largo de su vida ejerció los más diversos oficios o roles, como el de conferenciante, periodista y piloto naval, pero también fue vagabundo. Su seudónimo “Mark Twain” (¡marca dos!) viene de su experiencia como piloto naval, ya que es la expresión que se empleaba al medir la profundidad del agua con la sonda.

Buen conocedor de la orilla del Mississipi, cuando todavía era la frontera del Oeste americano, escogió ese rudo ambiente aldeano como telón de fondo para sus dos novelas, Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn.

Se trata de dos clásicos, en toda la extensión del término, ya que son dos novelas que han sido objeto de innumerables versiones, traducciones, así como adaptaciones al cine o al teatro. En la mente de todos está la figura de Tom, un niño travieso que prefiere vivir imaginativamente a hacer las cosas que se esperan de él. Así, en Las aventuras de Tom Sawyer se narran la vida y aventuras de Tom y Huck quienes realizan divertidas aventuras. Huckleberry Finn es la novela americana más larga de su tiempo. En ella Huck narra la aventura de su escapatoria por el río, en compañía de un esclavo fugitivo.

Tom vive con su tía Polly, una buena mujer que trata de enderezarlo, aunque él se pasa todo el día pensando qué travesura poder realizar. Y es que no hace falta irse a ningún punto extremo del planeta para vivir al límite, eso Tom lo sabe muy bien, puesto que él, sin moverse de su pequeño pueblo, es capaz de ser un bandolero o un indio e, incluso, un buscador de tesoros. Tom se enamora también de una niña, Becky, a quien idealiza en extremo y con quien vive más de una aventura. También tiene un hermanastro, Sid, quien se pasa el día espiándolo. Y, sobre todo, tiene un amigo, Huch Finn, que es un muchacho que vive solo, que no tiene casa ni familia, pero que se siente feliz. Juntos se lo pasan muy bien. No necesitan grandes cosas para disfrutar de la vida, con unas cuantas piedras, cuerdas o cosas de lo más insospechado organizan los escenarios de sus aventuras. Ahora bien, no todas las experiencias que viven son imaginarias, algunas resultan peligrosas y los ponen en situaciones realmente comprometidas. El indio Joe, el personaje siniestro de la obra, se encarga de ello.

Mark Twain escribe sin fórmulas paternalistas, dirigiéndose a todos los lectores, haciendo que lo que cuenta pueda leerse de forma fácil y resulte divertido, porque lo que le interesa al autor es conectar con el público y eso lo logra de sobras, a bese de su humor, de su ironía, de su crítica y de sus grandes dosis de imaginación. Mark Twain, no obstante, también describe un tiempo que ya se fue y una forma de vivir muy alejada de la nuestra, pero que, sin embargo, nos llega a resultar entrañable y, a la vez, fascinante.

Como ocurre con los grandes clásicos, estas nos novelas no fueron escritas inicialmente para los jóvenes, pero hoy son unas de las grandes novelas juveniles de todos los tiempos. Gracias a su lectura, jóvenes y adultos, se congraciarán con la buena literatura y disfrutarán de una de esas lecturas sin edad, que hermana a todos y que gusta por igual.

Hay muchas ediciones de Las aventuras de Tom Sawyer. En castellano, la editorial Anaya ofrece una buena traducción, en la colección “Tus libros”. No obstante, la muy reciente traducción al catalán (2010) a cargo de la también escritora Maria Antònia Oliver es una verdadera joya bibliográfica. Las dos novelas se presentan en un estuche, de manera sobria y rigurosa, ya que la traducción es impecable y logra recrear esos guiños que Mark Twain lanza al lector continuamente, en los que refleja su propia infancia. Aparte, las ilustraciones de Meritxell Ribas Puigamal, en blanco y negro, tratan de reproducir, no los aspectos más realistas, sino acaso aquellos más expresionistas y hacen que la edición, preparada por La Galera, sea doblemente valiosa.

La Galera también auspicia una adaptación de Las aventuras de Tom Sawyer, a cargo de Xosé A. Neira Cruz e ilustraciones de Javier Andrada, destinada a los lectores desde 8 años. Es, por así decirlo, una introducción infantil al clásico, en la colección Pequeños Universales (2008). No obstante, pese a la brevedad del texto, éste contiene todos los ingredientes de la historia y permite que los niños vayan entrando en la atmósfera del relato original y, sin duda, sientan ganas, con el tiempo, de leer toda la novela.

Sea como sea, Las aventuras de Tom Sawyer nunca pasarán de moda, porque no es posible que pasen de moda ni la imaginación ni la fantasía ni la lealtad ni la valentía ni otras cualidades que hacen que el ser humano pueda sentirse orgulloso de su condición, aunque, cierto es, el mundo adulto que describe Mark Twain es, a menudo, absurdo y poco razonable. No obstante, la infancia queda a salvo y es el espejo en el que todos los lectores nos miraremos.

El bosque de los árboles muertos

 

 

El bosque de los árboles muertos,

Ana Alcolea, Madrid, Anaya, 2010, (Espacio Abierto, 145)

 

Anabel Sáiz Ripoll

 

La autora que hoy nos ocupa está de actualidad puesto que acaba de ganar el VIII Premio Anaya de Literatura Infantil y juvenil con su obra La noche más oscura, destinada a lectores desde 12 años.

Ana Alcolea, en El bosque de los árboles muertos, retoma motivos que nos son familiares de sus anteriores obras como El medallón perdido y El relato de Carlota. La autora va creando, libro a libro,  su propio universo literario con un estilo personal y lleno de sugerencias.

En esta ocasión la joven protagonista, Beatriz, contra su voluntad, viaja a Escocia para pasar sus vacaciones de verano. Ha suspendido el inglés y su madre ha decidido enviarla a casa de una amiga para que practique el idioma. Beatriz se lo toma con bastante malhumor, aunque, ha de cambiar de idea a lo largo del relato y es que ese verano será tan especial que, al final, Beatriz acabará madurando y aprendiendo mucho acerca del alma humana y de su propio pasado.

Como ocurría en las dos novelas anteriores de Ana Alcolea, esta vez también se trata de un viaje iniciático, aunque mezclado con el misterio y la aventura.

Beatriz viaja con su familia de acogida, formada por los padres, un joven de su edad, Peter, y dos pequeños gemelos, hacia un antiguo castillo escocés, lejos del mundo y de la vida, para pasar el verano. Poco a poco, se va empapando del ambiente del lugar y a involucrarse en las historias del pasado. La esposa del capitán, dueño del castillo, Renata, murió hace años, aunque, de alguna manera, se aparece a Beatriz, a Peter y a los hermanos gemelos. El color amarillo de su traje, unas cartas que guardó y las fresas salvajes que tanto le gustaban se convierten en símbolos de su vuelta al mundo de los vivos. No obstante, esta aparición fantasmal no está descrita con aspavientos narrativos, sino de forma muy sencilla y realista. El mundo de los vivos y los muertos parece mezclarse en la novela y no solo en forma de recuerdos, sino de una manera más directa.

Cuando Beatriz, con la ayuda de Peter, averigua el enigma de Renata, a la vez, aprende mucho más de sí misma porque, y eso sí es el destino, el padre de Renata es el mismo idealista inglés, miembro de las brigadas españolas, que luchó en la guerra civil y conoció a la bisabuela de Beatriz con quien tuvo una hija, su abuela, aunque ésta no llegó a conocerlo. Renata y su abuela murieron el mismo día, un 10 de julio, y estaban unidas por algo más que el azar, ya que son hermanastras.

En El bosque de los árboles muertos, como acabamos de ver, se alude también a la Guerra Civil española y a un escritor muy importante, Georges Orwell, quien también luchó por la causa republicada y se retiró a una isla muy cercana al castillo en que veranean Beatriz y sus amigos.

La novela se lee de manera rápida y fluida. Uno de sus aciertos es que maneja distintos tiempos, el presente y el pasado; así, de manera paralela, el lector asiste a la historia de Renata y también a las pesquisas de Beatriz y Peter. Ana Alcolea impregna el relato con una atmósfera de suspense y eso hace que se lea con creciente interés.

Por otro lado, la evolución psicológica de Beatriz está bien trazada. El resto de personajes también cobran importancia, aunque, por supuesto, el más mágico de todos es la figura de Renata.

En definitiva, el lector que entre en el mundo de El bosque de los árboles muertos no quedará defraudado; es más, tendrá ganas de averiguar más acerca del resto de los personajes y se preguntará si entre Beatriz y Peter habrá algo más que la amistad. Eso, tal vez, lo averigüemos en otras entregas.

Queremos, por último, comentar las espléndidas descripciones que traza la autora. La Escocia profunda, más agreste y cercana a los orígenes, con su vegetación autótona –el brezo- y sus habitantes hechos al trabajo y a la sobriedad, quedan perfectamente retratados en la novela.